Habrá segunda parte, se los prometo para que se diviertan un rato con su lectura, pues de eso se trata, de divertirse y no sufrir, de recordar pues recordar es vivir.
Tenía días de no ir al bello corregimiento El Alto de la Vuelta, pasando por otro bonito Las Raíces, a donde con frecuencia visito a amigos y me como un delicioso sancocho de gallina criolla o un exquisito guiso de cabrito, no carnero ni chivo lanudo, con un arroz volao y harinosa yuca en la casa de la familia Cabana, se los recomiendo; pero, qué vaina que haya el “bendito pero”, lo hacía en una vía en óptimas condiciones, aunque angosta, daba gusto ir y volver, pero hoy esa grata sensación se convirtió en una tragedia que quita las ganas de visitarlos, pues lo que fue una buena carretera está convertida en un martirio que destroza y acaba los vehículos que en ellos transitan; esa es mucha huecamenta que me hace recordar cuando hace muchos años, 50 en una camioneta Ford nueva con carrocería alta, modelo 75, echábamos unos colchones y un pocón de vainas y les encimábamos a nuestros hijos José Manuel “Panela”, María Mercedes “Meche”, Hernando José, mi Makor del alma, Carlos José “Macoquito o Che”; mi ahijado, sobrino e hijo Fernando Iván “Zepiro”, Margarita “Huesito” y Beatriz Eugenia “Beatri” Mesa y a veces Elicena, Adriana y Margarita, la tribu del Negro Morón y Gladys y arrancábamos para El Rodadero, directo a Fundación en carretera destapada y polvorienta que permitía una velocidad de 60 kilómetros por hora y entrábamos al infierno, sin ofender al Diablo pues esa vía hasta El Rodadero que no permitía pasar de 10 o 20 a pesar de estar pavimentada, ya que a cada metro había un hueco o tronera y ese recorrido que hoy tranquilamente se hace en una hora o menos, se llevaba 3 o 4 y a veces 5 cuando había espichadas o paradas y bajadas masivas a hacer “algo”.
Era una época feliz que hoy en día mi hija Meche recuerda con alegría y dice que “esa era la irresponsabilidad más feliz que ella ha gozado” y que no se explica cómo no pasaba nada; la explicación era muy sencilla: el siempre recordado Gonzalo Meza y yo, sabíamos que la carga que transportábamos era muy valiosa, nuestros hijos y conducíamos con mucho juicio y precaución; además, yo, Gonzalo no, paraba en Aguas Blancas a comer arepuelas y pastelito y el delicioso tinto; en Bosconia eran inmancables los chicharrones con yuca salados del polvo y la espesa y rica avena que le fascinan a Mercy, Hilva y María Luisa que con el chofer de turno iban en la cabina; en Bella Vista por donde antes se pasaba repetíamos los fritos y después de Fundación comíamos guineos maduros, zapotes, nísperos, mangos y lo que se atravesara; al regreso con el baño y posterior resfriado que no faltaban, pues los pelaos en contra del querer de las mamás, pero con el beneplácito mío y de Gonzalo se zambullían en las heladas aguas del Río Frío; comprábamos unos gajos de guineos verdes y maduros y plátanos, mangos, zapotes, marañones, nísperos y guineos pasos en la Zona Bananera y ahí sí, directo al Valle, pues en las tardes no se encontraba nada a excepción a veces de unos pastelitos, hoy empanadas en Mariangola. También al día siguiente había epidemia de diarrea, pues “la carga” con hambre acudía para calmarla a las frutas que se habían comprado y se excedían en su ingestión.
Señores gobernadora Elvia Milena Sanjuán y alcalde Ernesto Orozco, háganse un paseíto hasta El Alto, no sé si hasta Badillo porque no he llegado hasta allá, y verán que en buena parte del recorrido la carretera ya no existe sino una trocha que destruye los carros y golpea a la gente que por ahí transitan; los invito y si aceptan les brindo un sancocho de gallina criolla o un guiso de cabrito en el agradable patio de la familia Cabana o en la finquita de mi hermano Rafael Silvestre Antonio que queda a orillas de la pésima vía. Mi celular es: 315 870 9687 y sería muy grato sus llamadas confirmando el sí o el no.
Habrá segunda parte, se los prometo para que se diviertan un rato con su lectura, pues de eso se trata, de divertirse y no sufrir, de recordar pues recordar es vivir.
Por: José Manuel Aponte Martínez.
Habrá segunda parte, se los prometo para que se diviertan un rato con su lectura, pues de eso se trata, de divertirse y no sufrir, de recordar pues recordar es vivir.
Tenía días de no ir al bello corregimiento El Alto de la Vuelta, pasando por otro bonito Las Raíces, a donde con frecuencia visito a amigos y me como un delicioso sancocho de gallina criolla o un exquisito guiso de cabrito, no carnero ni chivo lanudo, con un arroz volao y harinosa yuca en la casa de la familia Cabana, se los recomiendo; pero, qué vaina que haya el “bendito pero”, lo hacía en una vía en óptimas condiciones, aunque angosta, daba gusto ir y volver, pero hoy esa grata sensación se convirtió en una tragedia que quita las ganas de visitarlos, pues lo que fue una buena carretera está convertida en un martirio que destroza y acaba los vehículos que en ellos transitan; esa es mucha huecamenta que me hace recordar cuando hace muchos años, 50 en una camioneta Ford nueva con carrocería alta, modelo 75, echábamos unos colchones y un pocón de vainas y les encimábamos a nuestros hijos José Manuel “Panela”, María Mercedes “Meche”, Hernando José, mi Makor del alma, Carlos José “Macoquito o Che”; mi ahijado, sobrino e hijo Fernando Iván “Zepiro”, Margarita “Huesito” y Beatriz Eugenia “Beatri” Mesa y a veces Elicena, Adriana y Margarita, la tribu del Negro Morón y Gladys y arrancábamos para El Rodadero, directo a Fundación en carretera destapada y polvorienta que permitía una velocidad de 60 kilómetros por hora y entrábamos al infierno, sin ofender al Diablo pues esa vía hasta El Rodadero que no permitía pasar de 10 o 20 a pesar de estar pavimentada, ya que a cada metro había un hueco o tronera y ese recorrido que hoy tranquilamente se hace en una hora o menos, se llevaba 3 o 4 y a veces 5 cuando había espichadas o paradas y bajadas masivas a hacer “algo”.
Era una época feliz que hoy en día mi hija Meche recuerda con alegría y dice que “esa era la irresponsabilidad más feliz que ella ha gozado” y que no se explica cómo no pasaba nada; la explicación era muy sencilla: el siempre recordado Gonzalo Meza y yo, sabíamos que la carga que transportábamos era muy valiosa, nuestros hijos y conducíamos con mucho juicio y precaución; además, yo, Gonzalo no, paraba en Aguas Blancas a comer arepuelas y pastelito y el delicioso tinto; en Bosconia eran inmancables los chicharrones con yuca salados del polvo y la espesa y rica avena que le fascinan a Mercy, Hilva y María Luisa que con el chofer de turno iban en la cabina; en Bella Vista por donde antes se pasaba repetíamos los fritos y después de Fundación comíamos guineos maduros, zapotes, nísperos, mangos y lo que se atravesara; al regreso con el baño y posterior resfriado que no faltaban, pues los pelaos en contra del querer de las mamás, pero con el beneplácito mío y de Gonzalo se zambullían en las heladas aguas del Río Frío; comprábamos unos gajos de guineos verdes y maduros y plátanos, mangos, zapotes, marañones, nísperos y guineos pasos en la Zona Bananera y ahí sí, directo al Valle, pues en las tardes no se encontraba nada a excepción a veces de unos pastelitos, hoy empanadas en Mariangola. También al día siguiente había epidemia de diarrea, pues “la carga” con hambre acudía para calmarla a las frutas que se habían comprado y se excedían en su ingestión.
Señores gobernadora Elvia Milena Sanjuán y alcalde Ernesto Orozco, háganse un paseíto hasta El Alto, no sé si hasta Badillo porque no he llegado hasta allá, y verán que en buena parte del recorrido la carretera ya no existe sino una trocha que destruye los carros y golpea a la gente que por ahí transitan; los invito y si aceptan les brindo un sancocho de gallina criolla o un guiso de cabrito en el agradable patio de la familia Cabana o en la finquita de mi hermano Rafael Silvestre Antonio que queda a orillas de la pésima vía. Mi celular es: 315 870 9687 y sería muy grato sus llamadas confirmando el sí o el no.
Habrá segunda parte, se los prometo para que se diviertan un rato con su lectura, pues de eso se trata, de divertirse y no sufrir, de recordar pues recordar es vivir.
Por: José Manuel Aponte Martínez.