El mundo vive injertado en el lenguaje de la hipocresía. Una buena parte de los moradores del planeta no aman la verdad, no viven en la verdad, apenas se aman a sí mismos, y lo único que les mueve, es el engaño. Hay una persuasión diabólica a confundirlo todo, a simular la verdad. Tal es […]
El mundo vive injertado en el lenguaje de la hipocresía. Una buena parte de los moradores del planeta no aman la verdad, no viven en la verdad, apenas se aman a sí mismos, y lo único que les mueve, es el engaño. Hay una persuasión diabólica a confundirlo todo, a simular la verdad. Tal es precisamente el discurso de tantos políticos, de tantos aduladores salvavidas, que con palabras bellas reinventan paraísos que distan mucho de la realidad. Lo cierto es que son diversas las trampas del mundo que soportan los mismos de siempre, la mansedumbre ciudadana, los excluidos del sistema. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la propia vida, o no acierta a convivir con los suyos, o sea con los de su misma especie, acaba por no hallar la motivación y la energía suficiente para esforzarse en el servicio del verdadero bien colectivo, que no es otro que la ayuda mutua.
Por desgracia, a mi manera de ver el modelo europeo, que pudiera haber sido un referente para todo el planeta porque se basa en valores, lleva consigo la trampa de ser distante, todo ello activado con una política comunitaria de diversas velocidades y con objetivos distintos. Sin duda, la pobreza y el subdesarrollo son nuestros mayores disidentes que, a su vez, generan un clima de terror, de nacionalismos absurdos, de desastres y mezquindades, que realmente impiden la integración regional, el diálogo cultural y la verdadera asociación colectiva.
Lo mismo sucede con el sufrimiento de tantos ciudadanos del mundo, cuya vida apenas vale nada. Si realmente tuviésemos el compromiso de cooperar unos con otros, de respaldar procesos de transición democrática para que el resultado sea una nación fuerte con sólidas instituciones que respeten los derechos humanos, todo sería diferente. Para empezar, tenemos que expulsar los ídolos de la mundanidad, que continuamente nos tienden trampas por doquier camino. Luego, después, debemos trabajar de manera conjunta, y con la mesura precisa, en la solución de las diferencias mediante medios pacíficos. La violencia hay que pararla cueste lo que cueste, y dar la bienvenida a cualquier medida concreta para la implementación inmediata de los acuerdos de paz. Nada entorpece más en cualquier avance que los deseos egoístas entre los propios ciudadanos. Resulta obvio, los fanatismos suelen causar dolor, devastación y muerte. Por tanto, se han de valorar cuidadosamente los hechos actuales con amplitud de miras para corregir disfunciones y desviaciones.
Indudablemente, todos los países del mundo han de adoptar una postura responsable en consonancia con los convenios e instrumentos internacionales y los principios humanitarios, mediante acciones concertadas, para salir de este clima de inseguridades que nos asaltan en cualquier esquina del orbe. ¿Qué confianza puede tenerse ni qué protección encontrarse en leyes que dan lugar a trampas y enredos interminables? En este sentido, resulta alentador que recientemente cincuenta jefes de Estado y gobierno de cinco continentes, invitados por el presidente de la República francesa, François Hollande, se manifestasen unidos en París para denunciar la barbarie terrorista islámica. Naturalmente, tenemos que ser tolerantes y respetuosos con las creencias, religiones y tradiciones de los demás, pero las discrepancias si las hubiere, han de solucionarse sin avivar el odio. La trampa del terror todo lo destruye, nada construye, es un hecho criminal deplorable, que bloquea cualquier plática entre las naciones.
[email protected]
Por Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
El mundo vive injertado en el lenguaje de la hipocresía. Una buena parte de los moradores del planeta no aman la verdad, no viven en la verdad, apenas se aman a sí mismos, y lo único que les mueve, es el engaño. Hay una persuasión diabólica a confundirlo todo, a simular la verdad. Tal es […]
El mundo vive injertado en el lenguaje de la hipocresía. Una buena parte de los moradores del planeta no aman la verdad, no viven en la verdad, apenas se aman a sí mismos, y lo único que les mueve, es el engaño. Hay una persuasión diabólica a confundirlo todo, a simular la verdad. Tal es precisamente el discurso de tantos políticos, de tantos aduladores salvavidas, que con palabras bellas reinventan paraísos que distan mucho de la realidad. Lo cierto es que son diversas las trampas del mundo que soportan los mismos de siempre, la mansedumbre ciudadana, los excluidos del sistema. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la propia vida, o no acierta a convivir con los suyos, o sea con los de su misma especie, acaba por no hallar la motivación y la energía suficiente para esforzarse en el servicio del verdadero bien colectivo, que no es otro que la ayuda mutua.
Por desgracia, a mi manera de ver el modelo europeo, que pudiera haber sido un referente para todo el planeta porque se basa en valores, lleva consigo la trampa de ser distante, todo ello activado con una política comunitaria de diversas velocidades y con objetivos distintos. Sin duda, la pobreza y el subdesarrollo son nuestros mayores disidentes que, a su vez, generan un clima de terror, de nacionalismos absurdos, de desastres y mezquindades, que realmente impiden la integración regional, el diálogo cultural y la verdadera asociación colectiva.
Lo mismo sucede con el sufrimiento de tantos ciudadanos del mundo, cuya vida apenas vale nada. Si realmente tuviésemos el compromiso de cooperar unos con otros, de respaldar procesos de transición democrática para que el resultado sea una nación fuerte con sólidas instituciones que respeten los derechos humanos, todo sería diferente. Para empezar, tenemos que expulsar los ídolos de la mundanidad, que continuamente nos tienden trampas por doquier camino. Luego, después, debemos trabajar de manera conjunta, y con la mesura precisa, en la solución de las diferencias mediante medios pacíficos. La violencia hay que pararla cueste lo que cueste, y dar la bienvenida a cualquier medida concreta para la implementación inmediata de los acuerdos de paz. Nada entorpece más en cualquier avance que los deseos egoístas entre los propios ciudadanos. Resulta obvio, los fanatismos suelen causar dolor, devastación y muerte. Por tanto, se han de valorar cuidadosamente los hechos actuales con amplitud de miras para corregir disfunciones y desviaciones.
Indudablemente, todos los países del mundo han de adoptar una postura responsable en consonancia con los convenios e instrumentos internacionales y los principios humanitarios, mediante acciones concertadas, para salir de este clima de inseguridades que nos asaltan en cualquier esquina del orbe. ¿Qué confianza puede tenerse ni qué protección encontrarse en leyes que dan lugar a trampas y enredos interminables? En este sentido, resulta alentador que recientemente cincuenta jefes de Estado y gobierno de cinco continentes, invitados por el presidente de la República francesa, François Hollande, se manifestasen unidos en París para denunciar la barbarie terrorista islámica. Naturalmente, tenemos que ser tolerantes y respetuosos con las creencias, religiones y tradiciones de los demás, pero las discrepancias si las hubiere, han de solucionarse sin avivar el odio. La trampa del terror todo lo destruye, nada construye, es un hecho criminal deplorable, que bloquea cualquier plática entre las naciones.
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Por Víctor Corcoba Herrero/ Escritor