Atesorar recuerdos de aquellas épocas vividas con tanto gusto, es comparar con ilusión lo que disfrutamos en la época de la niñez, la nuestra, y lo que vive la niñez y la juventud de ahora. Quimeras. Nací en el barrio 12 de octubre, en la casa de mi tía Rosa, para entonces Valledupar era un […]
Atesorar recuerdos de aquellas épocas vividas con tanto gusto, es comparar con ilusión lo que disfrutamos en la época de la niñez, la nuestra, y lo que vive la niñez y la juventud de ahora. Quimeras.
Nací en el barrio 12 de octubre, en la casa de mi tía Rosa, para entonces Valledupar era un villorrio que pertenecía al departamento del Magdalena; según la Ley 25, de diciembre 21 de 1967, se creó el departamento del Cesar y a Valledupar se designó como su capital.
Era nuestro terruño, un pueblo de calles planas, algunos sectores llenos de piedras inmensas, que marcaron la posibilidad de hacer de ellas escenarios para jugar.
Crecimos con ciertas limitaciones que no eran entendidas como tal, nuestro sueño era levantarnos y jugar, arreglarnos e irnos para el colegio; patear una bola de trapo en las calles polvorientas, horas de horas le dedicábamos a jugar y ponernos zungos del sol y la tierra.
Buscar la leche temprano, ese era un ‘mandao’ diario pues la leche del desayuno la vendían en expendios donde nos tocaba hacer cola y las ollas marcaban el puesto.
Mientras venía el carro con la leche nosotros aprovechábamos para echar una ‘patiaita’ pues siempre había alguien que llevaba un balón.
Marcaron esas épocas del colegio del kínder, primaria y bachillerato, amigos y profesores a los que nunca olvidamos; hacer remembranzas de nombres es volver a vivir esas bellas épocas.
Mis primeros reglazos donde Simona Fonseca, luego en el Gimnasio del Cesar, del profesor Mario Cotes; el colegio Simón Bolívar de la seño Sofí Mendoza y del profesor Pájaro.
Luego el salto a las grandes ligas, al colegio que llevamos en el corazón y del cual hace 40 años soy egresado: el Instituto Técnico Industrial Pedro Castro Monsalvo. El Instpecam, de Guido, de Saballeth, Acosta Dita, Víctor Meza, Franklin Osias, Caballero, Almarales, Pertuz de Oro y tantos otros de tan gratos recuerdos.
Eran otras épocas, no había Google, ni Wiki nada, las tareas las hacíamos con libros de toda una vida, periódicos, revistas viejas y una que otra enciclopedia que a cuotas mensuales compraban algunos padres, en editoriales de la época o en el famoso ‘Círculo de Lectores’.
Una enciclopedia servía para el encuentro en la sala de la casa donde hubiese esta importante herramienta académica; los mapas los calcábamos, el papel cebolla o de calcar, facilitaba la tarea.
El celular era algo inimaginable, pero había los teléfonos de vasos desechables conectados por un hilo de coser.
Los dictados eran fijos, revisar cuadernos y los márgenes con lápiz rojo. Las planas para mejorar la letra y aprender ortografía.
Las tablas de multiplicar salteadas y el reglazo en las piernas cuando no sabías.
Llegar de clases, almorzar y de una pa’ la calle a jugar boliche, trompo o a la lleva.
El televisor, uno en una cuadra, veíamos los picapiedra, bonanza, el zorro y tarzán.
Hoy los pelaos no salen de los cuartos, los celulares los alejó del amigo de la cuadra, del barrio, del colegio, más unidos por la tecnología, pero distantes de todos.
Antes para salir a jugar: las tareas y tenías que ayudar en los oficios de la casa; hoy… Dios lo libre que un muchacho lave un plato o barra y arregle su propio cuarto. Quimeras de mi juventud. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara
Atesorar recuerdos de aquellas épocas vividas con tanto gusto, es comparar con ilusión lo que disfrutamos en la época de la niñez, la nuestra, y lo que vive la niñez y la juventud de ahora. Quimeras.
Nací en el barrio 12 de octubre, en la casa de mi tía Rosa, para entonces Valledupar era un villorrio que pertenecía al departamento del Magdalena; según la Ley 25, de diciembre 21 de 1967, se creó el departamento del Cesar y a Valledupar se designó como su capital.
Era nuestro terruño, un pueblo de calles planas, algunos sectores llenos de piedras inmensas, que marcaron la posibilidad de hacer de ellas escenarios para jugar.
Crecimos con ciertas limitaciones que no eran entendidas como tal, nuestro sueño era levantarnos y jugar, arreglarnos e irnos para el colegio; patear una bola de trapo en las calles polvorientas, horas de horas le dedicábamos a jugar y ponernos zungos del sol y la tierra.
Buscar la leche temprano, ese era un ‘mandao’ diario pues la leche del desayuno la vendían en expendios donde nos tocaba hacer cola y las ollas marcaban el puesto.
Mientras venía el carro con la leche nosotros aprovechábamos para echar una ‘patiaita’ pues siempre había alguien que llevaba un balón.
Marcaron esas épocas del colegio del kínder, primaria y bachillerato, amigos y profesores a los que nunca olvidamos; hacer remembranzas de nombres es volver a vivir esas bellas épocas.
Mis primeros reglazos donde Simona Fonseca, luego en el Gimnasio del Cesar, del profesor Mario Cotes; el colegio Simón Bolívar de la seño Sofí Mendoza y del profesor Pájaro.
Luego el salto a las grandes ligas, al colegio que llevamos en el corazón y del cual hace 40 años soy egresado: el Instituto Técnico Industrial Pedro Castro Monsalvo. El Instpecam, de Guido, de Saballeth, Acosta Dita, Víctor Meza, Franklin Osias, Caballero, Almarales, Pertuz de Oro y tantos otros de tan gratos recuerdos.
Eran otras épocas, no había Google, ni Wiki nada, las tareas las hacíamos con libros de toda una vida, periódicos, revistas viejas y una que otra enciclopedia que a cuotas mensuales compraban algunos padres, en editoriales de la época o en el famoso ‘Círculo de Lectores’.
Una enciclopedia servía para el encuentro en la sala de la casa donde hubiese esta importante herramienta académica; los mapas los calcábamos, el papel cebolla o de calcar, facilitaba la tarea.
El celular era algo inimaginable, pero había los teléfonos de vasos desechables conectados por un hilo de coser.
Los dictados eran fijos, revisar cuadernos y los márgenes con lápiz rojo. Las planas para mejorar la letra y aprender ortografía.
Las tablas de multiplicar salteadas y el reglazo en las piernas cuando no sabías.
Llegar de clases, almorzar y de una pa’ la calle a jugar boliche, trompo o a la lleva.
El televisor, uno en una cuadra, veíamos los picapiedra, bonanza, el zorro y tarzán.
Hoy los pelaos no salen de los cuartos, los celulares los alejó del amigo de la cuadra, del barrio, del colegio, más unidos por la tecnología, pero distantes de todos.
Antes para salir a jugar: las tareas y tenías que ayudar en los oficios de la casa; hoy… Dios lo libre que un muchacho lave un plato o barra y arregle su propio cuarto. Quimeras de mi juventud. Sólo Eso.
Atesorar recuerdos de aquellas épocas vividas con tanto gusto, es comparar con ilusión lo que disfrutamos en la época de la niñez, la nuestra, y lo que vive la niñez y la juventud de ahora. Quimeras. Nací en el barrio 12 de octubre, en la casa de mi tía Rosa, para entonces Valledupar era un […]
Atesorar recuerdos de aquellas épocas vividas con tanto gusto, es comparar con ilusión lo que disfrutamos en la época de la niñez, la nuestra, y lo que vive la niñez y la juventud de ahora. Quimeras.
Nací en el barrio 12 de octubre, en la casa de mi tía Rosa, para entonces Valledupar era un villorrio que pertenecía al departamento del Magdalena; según la Ley 25, de diciembre 21 de 1967, se creó el departamento del Cesar y a Valledupar se designó como su capital.
Era nuestro terruño, un pueblo de calles planas, algunos sectores llenos de piedras inmensas, que marcaron la posibilidad de hacer de ellas escenarios para jugar.
Crecimos con ciertas limitaciones que no eran entendidas como tal, nuestro sueño era levantarnos y jugar, arreglarnos e irnos para el colegio; patear una bola de trapo en las calles polvorientas, horas de horas le dedicábamos a jugar y ponernos zungos del sol y la tierra.
Buscar la leche temprano, ese era un ‘mandao’ diario pues la leche del desayuno la vendían en expendios donde nos tocaba hacer cola y las ollas marcaban el puesto.
Mientras venía el carro con la leche nosotros aprovechábamos para echar una ‘patiaita’ pues siempre había alguien que llevaba un balón.
Marcaron esas épocas del colegio del kínder, primaria y bachillerato, amigos y profesores a los que nunca olvidamos; hacer remembranzas de nombres es volver a vivir esas bellas épocas.
Mis primeros reglazos donde Simona Fonseca, luego en el Gimnasio del Cesar, del profesor Mario Cotes; el colegio Simón Bolívar de la seño Sofí Mendoza y del profesor Pájaro.
Luego el salto a las grandes ligas, al colegio que llevamos en el corazón y del cual hace 40 años soy egresado: el Instituto Técnico Industrial Pedro Castro Monsalvo. El Instpecam, de Guido, de Saballeth, Acosta Dita, Víctor Meza, Franklin Osias, Caballero, Almarales, Pertuz de Oro y tantos otros de tan gratos recuerdos.
Eran otras épocas, no había Google, ni Wiki nada, las tareas las hacíamos con libros de toda una vida, periódicos, revistas viejas y una que otra enciclopedia que a cuotas mensuales compraban algunos padres, en editoriales de la época o en el famoso ‘Círculo de Lectores’.
Una enciclopedia servía para el encuentro en la sala de la casa donde hubiese esta importante herramienta académica; los mapas los calcábamos, el papel cebolla o de calcar, facilitaba la tarea.
El celular era algo inimaginable, pero había los teléfonos de vasos desechables conectados por un hilo de coser.
Los dictados eran fijos, revisar cuadernos y los márgenes con lápiz rojo. Las planas para mejorar la letra y aprender ortografía.
Las tablas de multiplicar salteadas y el reglazo en las piernas cuando no sabías.
Llegar de clases, almorzar y de una pa’ la calle a jugar boliche, trompo o a la lleva.
El televisor, uno en una cuadra, veíamos los picapiedra, bonanza, el zorro y tarzán.
Hoy los pelaos no salen de los cuartos, los celulares los alejó del amigo de la cuadra, del barrio, del colegio, más unidos por la tecnología, pero distantes de todos.
Antes para salir a jugar: las tareas y tenías que ayudar en los oficios de la casa; hoy… Dios lo libre que un muchacho lave un plato o barra y arregle su propio cuarto. Quimeras de mi juventud. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara
Atesorar recuerdos de aquellas épocas vividas con tanto gusto, es comparar con ilusión lo que disfrutamos en la época de la niñez, la nuestra, y lo que vive la niñez y la juventud de ahora. Quimeras.
Nací en el barrio 12 de octubre, en la casa de mi tía Rosa, para entonces Valledupar era un villorrio que pertenecía al departamento del Magdalena; según la Ley 25, de diciembre 21 de 1967, se creó el departamento del Cesar y a Valledupar se designó como su capital.
Era nuestro terruño, un pueblo de calles planas, algunos sectores llenos de piedras inmensas, que marcaron la posibilidad de hacer de ellas escenarios para jugar.
Crecimos con ciertas limitaciones que no eran entendidas como tal, nuestro sueño era levantarnos y jugar, arreglarnos e irnos para el colegio; patear una bola de trapo en las calles polvorientas, horas de horas le dedicábamos a jugar y ponernos zungos del sol y la tierra.
Buscar la leche temprano, ese era un ‘mandao’ diario pues la leche del desayuno la vendían en expendios donde nos tocaba hacer cola y las ollas marcaban el puesto.
Mientras venía el carro con la leche nosotros aprovechábamos para echar una ‘patiaita’ pues siempre había alguien que llevaba un balón.
Marcaron esas épocas del colegio del kínder, primaria y bachillerato, amigos y profesores a los que nunca olvidamos; hacer remembranzas de nombres es volver a vivir esas bellas épocas.
Mis primeros reglazos donde Simona Fonseca, luego en el Gimnasio del Cesar, del profesor Mario Cotes; el colegio Simón Bolívar de la seño Sofí Mendoza y del profesor Pájaro.
Luego el salto a las grandes ligas, al colegio que llevamos en el corazón y del cual hace 40 años soy egresado: el Instituto Técnico Industrial Pedro Castro Monsalvo. El Instpecam, de Guido, de Saballeth, Acosta Dita, Víctor Meza, Franklin Osias, Caballero, Almarales, Pertuz de Oro y tantos otros de tan gratos recuerdos.
Eran otras épocas, no había Google, ni Wiki nada, las tareas las hacíamos con libros de toda una vida, periódicos, revistas viejas y una que otra enciclopedia que a cuotas mensuales compraban algunos padres, en editoriales de la época o en el famoso ‘Círculo de Lectores’.
Una enciclopedia servía para el encuentro en la sala de la casa donde hubiese esta importante herramienta académica; los mapas los calcábamos, el papel cebolla o de calcar, facilitaba la tarea.
El celular era algo inimaginable, pero había los teléfonos de vasos desechables conectados por un hilo de coser.
Los dictados eran fijos, revisar cuadernos y los márgenes con lápiz rojo. Las planas para mejorar la letra y aprender ortografía.
Las tablas de multiplicar salteadas y el reglazo en las piernas cuando no sabías.
Llegar de clases, almorzar y de una pa’ la calle a jugar boliche, trompo o a la lleva.
El televisor, uno en una cuadra, veíamos los picapiedra, bonanza, el zorro y tarzán.
Hoy los pelaos no salen de los cuartos, los celulares los alejó del amigo de la cuadra, del barrio, del colegio, más unidos por la tecnología, pero distantes de todos.
Antes para salir a jugar: las tareas y tenías que ayudar en los oficios de la casa; hoy… Dios lo libre que un muchacho lave un plato o barra y arregle su propio cuarto. Quimeras de mi juventud. Sólo Eso.