Por: Jose Gregorio Guerrero De un tiempo para acá he visto pasar innumerables fines de semanas, y muchos de ellos llenos de dolor para familias coterráneas (es mucha el agua que ha pasado bajo el puente de París) pues algún miembro de su familia ha marchado con escasa edad, con toda una vida rendida a […]
Por: Jose Gregorio Guerrero
De un tiempo para acá he visto pasar innumerables fines de semanas, y muchos de ellos llenos de dolor para familias coterráneas (es mucha el agua que ha pasado bajo el puente de París) pues algún miembro de su familia ha marchado con escasa edad, con toda una vida rendida a sus pies; unos con unas ganas inmensas de vivir, otros todo lo contrario, con unas ganas impresionante de morir, que es lo que más duele.
Unos, victimas de accidentes, a otros le segaron la vida desamparados bajo la ley del gatillo, y a los que me refiero hoy son a aquellos que decidieron quitarse la vida porque no encontraron otra opción a los problemas.
La tasa de suicidio en el Cesar se ha incrementado exponencialmente. Una ola negra, como de petróleo a caído sobre cientos de cabezas y ha embadurnados de ese liquido espeso y graso a la juventud vallenata, que actúa y toma decisiones a la ligera, queriendo construir imperios de la noche a la mañana y al no lograrlo se llenan de incapacidad y desilusión.
Otros son victimas de los estragos del desamor (sino es para mi no es para nadie) entonces terminan muertos ellos junto a la dama, otros dejan a la dama quieta (entonces son victimas del síndrome de la hamaca) o matan a la dama y se los traga la tierra encerrados en una cárcel, que también es perder la vida lentamente.
Muchos al enterarse que padecen una enfermedad incurable toman también la decisión equivocada; como el paciente de un medico amigo, que después de operarlo de hernia umbilical le dijo: “ahora si Doctor puedo morirme sano”; desde ese momento no recibió más un plato de comida y murió de inanición a los escasos treinta días y se fue embarcado en un bergantín sin velamen rumbo al los mares de la negligencia.
Son de colección los casos y seguimos como si nada, esperando la próxima victima ignorando que la próxima puede ser nuestro (a) compañero (a) de cama o nuestro hijo. El primer peaje para llegar a un fin de semana trágico son los estancos, allí se dotan de lo necesario para sentirse “valiente” y tomar la errada decisión. Muchos padres no dialogan con los hijos, porque lastimosamente hay padres que ese fuero que da la patria potestad los lleva a no reconocer errores ni a pedir perdón, entonces siempre los culpables van a ser los hijos.
También abunda el número de padres que nunca le han dicho al hijo: hijo te amo, y esto va engrosando el caudal problemático del joven que es en esa edad donde necesita una mano en el hombro para sentir apoyo. Es triste el paisaje social del departamento, y pensar que los grandes culpables somos los padres que le entregamos patente de corso a los hijos, acompañado de un libertinaje crudo y desmedido; de tal forma que no valoran la vida ni reconocen sus límites.
Llego entonces al nudo gordiano, a la conclusión dolorosa, todo es producto señores de una falta inmensa de Dios en sus corazones, el género humano debe siempre tener una válvula de escape y necesariamente debe ser un superior a él. Si no inculcamos vida, seguiremos viendo los fines de semana convertidos en pesadillas vallenatas. He dicho.
P.D
No comparto y rechazo la manera como Ape Cuello defendió su posición política frente a una crítica que hizo nuestro columnista Hernán Araujo Ariza. Ape, esa no es la forma de salvaguardar una trayectoria, sé que eres un hombre inteligente y reconocer tus errores en ese momento te hacia grande. Es por eso que no comparto, repito, ese rescoldo de mala leche que dejaste en el ambiente, el señor Araujo como columnista, como persona y como hombre de bien, merece respeto; EL PILON como medio escrito también lo merece, señor Cuello este “pasquín” como usted lo llamó es el único medio escrito, orgullo de nosotros los vallenatos.
Feliz fin de semana
[email protected]
www.goyoguerrero.com
Por: Jose Gregorio Guerrero De un tiempo para acá he visto pasar innumerables fines de semanas, y muchos de ellos llenos de dolor para familias coterráneas (es mucha el agua que ha pasado bajo el puente de París) pues algún miembro de su familia ha marchado con escasa edad, con toda una vida rendida a […]
Por: Jose Gregorio Guerrero
De un tiempo para acá he visto pasar innumerables fines de semanas, y muchos de ellos llenos de dolor para familias coterráneas (es mucha el agua que ha pasado bajo el puente de París) pues algún miembro de su familia ha marchado con escasa edad, con toda una vida rendida a sus pies; unos con unas ganas inmensas de vivir, otros todo lo contrario, con unas ganas impresionante de morir, que es lo que más duele.
Unos, victimas de accidentes, a otros le segaron la vida desamparados bajo la ley del gatillo, y a los que me refiero hoy son a aquellos que decidieron quitarse la vida porque no encontraron otra opción a los problemas.
La tasa de suicidio en el Cesar se ha incrementado exponencialmente. Una ola negra, como de petróleo a caído sobre cientos de cabezas y ha embadurnados de ese liquido espeso y graso a la juventud vallenata, que actúa y toma decisiones a la ligera, queriendo construir imperios de la noche a la mañana y al no lograrlo se llenan de incapacidad y desilusión.
Otros son victimas de los estragos del desamor (sino es para mi no es para nadie) entonces terminan muertos ellos junto a la dama, otros dejan a la dama quieta (entonces son victimas del síndrome de la hamaca) o matan a la dama y se los traga la tierra encerrados en una cárcel, que también es perder la vida lentamente.
Muchos al enterarse que padecen una enfermedad incurable toman también la decisión equivocada; como el paciente de un medico amigo, que después de operarlo de hernia umbilical le dijo: “ahora si Doctor puedo morirme sano”; desde ese momento no recibió más un plato de comida y murió de inanición a los escasos treinta días y se fue embarcado en un bergantín sin velamen rumbo al los mares de la negligencia.
Son de colección los casos y seguimos como si nada, esperando la próxima victima ignorando que la próxima puede ser nuestro (a) compañero (a) de cama o nuestro hijo. El primer peaje para llegar a un fin de semana trágico son los estancos, allí se dotan de lo necesario para sentirse “valiente” y tomar la errada decisión. Muchos padres no dialogan con los hijos, porque lastimosamente hay padres que ese fuero que da la patria potestad los lleva a no reconocer errores ni a pedir perdón, entonces siempre los culpables van a ser los hijos.
También abunda el número de padres que nunca le han dicho al hijo: hijo te amo, y esto va engrosando el caudal problemático del joven que es en esa edad donde necesita una mano en el hombro para sentir apoyo. Es triste el paisaje social del departamento, y pensar que los grandes culpables somos los padres que le entregamos patente de corso a los hijos, acompañado de un libertinaje crudo y desmedido; de tal forma que no valoran la vida ni reconocen sus límites.
Llego entonces al nudo gordiano, a la conclusión dolorosa, todo es producto señores de una falta inmensa de Dios en sus corazones, el género humano debe siempre tener una válvula de escape y necesariamente debe ser un superior a él. Si no inculcamos vida, seguiremos viendo los fines de semana convertidos en pesadillas vallenatas. He dicho.
P.D
No comparto y rechazo la manera como Ape Cuello defendió su posición política frente a una crítica que hizo nuestro columnista Hernán Araujo Ariza. Ape, esa no es la forma de salvaguardar una trayectoria, sé que eres un hombre inteligente y reconocer tus errores en ese momento te hacia grande. Es por eso que no comparto, repito, ese rescoldo de mala leche que dejaste en el ambiente, el señor Araujo como columnista, como persona y como hombre de bien, merece respeto; EL PILON como medio escrito también lo merece, señor Cuello este “pasquín” como usted lo llamó es el único medio escrito, orgullo de nosotros los vallenatos.
Feliz fin de semana
[email protected]
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