“Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos…” Salmos 84, 10. En poco tiempo abordaremos en firme las campañas políticas. Este será un tiempo de muchas distracciones porque emocionalmente nos involucramos, percibimos oportunidades de realización de sueños con alguna determinada posición ideológica o simplemente decidimos apoyar a alguien en quien confiamos. […]
“Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos…” Salmos 84, 10. En poco tiempo abordaremos en firme las campañas políticas. Este será un tiempo de muchas distracciones porque emocionalmente nos involucramos, percibimos oportunidades de realización de sueños con alguna determinada posición ideológica o simplemente decidimos apoyar a alguien en quien confiamos.
Considero pertinente advertir sobre las distracciones que nos pueden engañar, desviar o distraer de los propósitos divinos para con nosotros y con nuestra región. Como en un semáforo, estas son señales de aviso: Cuando nuestras vidas son planas y transcurren sin una sensación fresca del Espíritu Santo. Cuando no nos duele el mal ajeno y no nos importa la conversión de otros. Cuando nos enredamos en discusiones fútiles en vez de invertir mejor el tiempo. Cuando dejamos de crecer en el estudio de su Palabra y nuestra oración se vuelve lenta y rutinaria. Cuando los programas y los conciertos son más atrayentes que la búsqueda y el tiempo a solas con Dios. Cuando poco a poco el activismo va reemplazando a las disciplinas espirituales. Entonces, cuando vemos estas señales, ciertamente estamos distraídos.
Cuidémonos de las distracciones emocionales. Estas son cosas que nos alteran y apasionan, pero nada tienen que ver con lo eterno. Los conflictos, las injusticias sociales, la batalla contra la libertad de género y su larga lista de consecuencias nos pueden distraer de nuestra real misión. Debemos mantenernos firmes en cuanto a lo que la Escritura dice, pero negarnos a entrar en esas grandes batallas que nos debilitan y desvían del propósito inicial de predicar, enseñar y sanar. Nuestra real misión no es convertirnos en fuerza política, ni estrujar para que la gente haga cosas buenas, sino la de predicar a Cristo y a este crucificado. ¡Zapatero a tus zapatos!
Otra distracción que nos afecta tiene que ver con las oportunidades. Pensamos que debemos agarrar todo lo pase delante de nosotros, sin importar lo que nos acerca o aleja de las metas y propósitos de Dios. Un engaño común es cuando consideramos que el único factor que debe mover nuestras decisiones es el dinero. Debo decir, que no todas las oportunidades son beneficiosas y que como cantaba el gran filósofo vallenato, Diomedes Díaz, ¡En la vida, hay cosas que son más importantes que el dinero!
Todos necesitamos ingresos económicos, así que no estoy diciendo que no nos deba importar explorar nuevas oportunidades de empleo o de negocio; lo que digo es que no debemos poner nuestra confianza y corazón en esas cosas, porque donde esté nuestro tesoro allí también estará nuestro corazón. ¡De nada vale tener dinero con un alma vacía!
Y una tercera área de distracción es la gente misma. Funciona a través de la complacencia y la confianza en las personas, especialmente en la gente equivocada. En lugar de pedir sabiduría al Señor, y discernir las amistades, confiamos en gente que nos manifiesta su lealtad y dice que están con nosotros. Nos adulan y ensalzan, pero ante el más mínimo inconveniente, nos traicionan y nos dejan. Incluso, la gente correcta que nos demanda permanente atención y cuidado puede convertirse en una distracción.
Amados amigos, más allá de todas estas distracciones, Dios está buscando corazones que se quebranten ante Él y hagan votos de compromiso para no distraerse por la eternidad. ¿Será que podemos esforzarnos para lograrlo? La hora viene, y ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren.
Concentrémonos en buscarle sin distracciones y disfrutemos de su amistad sin límites. Dios bendiga tu vida y tus cosas. ¡Un abrazo!!
Por Valerio Mejía Araujo
“Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos…” Salmos 84, 10. En poco tiempo abordaremos en firme las campañas políticas. Este será un tiempo de muchas distracciones porque emocionalmente nos involucramos, percibimos oportunidades de realización de sueños con alguna determinada posición ideológica o simplemente decidimos apoyar a alguien en quien confiamos. […]
“Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos…” Salmos 84, 10. En poco tiempo abordaremos en firme las campañas políticas. Este será un tiempo de muchas distracciones porque emocionalmente nos involucramos, percibimos oportunidades de realización de sueños con alguna determinada posición ideológica o simplemente decidimos apoyar a alguien en quien confiamos.
Considero pertinente advertir sobre las distracciones que nos pueden engañar, desviar o distraer de los propósitos divinos para con nosotros y con nuestra región. Como en un semáforo, estas son señales de aviso: Cuando nuestras vidas son planas y transcurren sin una sensación fresca del Espíritu Santo. Cuando no nos duele el mal ajeno y no nos importa la conversión de otros. Cuando nos enredamos en discusiones fútiles en vez de invertir mejor el tiempo. Cuando dejamos de crecer en el estudio de su Palabra y nuestra oración se vuelve lenta y rutinaria. Cuando los programas y los conciertos son más atrayentes que la búsqueda y el tiempo a solas con Dios. Cuando poco a poco el activismo va reemplazando a las disciplinas espirituales. Entonces, cuando vemos estas señales, ciertamente estamos distraídos.
Cuidémonos de las distracciones emocionales. Estas son cosas que nos alteran y apasionan, pero nada tienen que ver con lo eterno. Los conflictos, las injusticias sociales, la batalla contra la libertad de género y su larga lista de consecuencias nos pueden distraer de nuestra real misión. Debemos mantenernos firmes en cuanto a lo que la Escritura dice, pero negarnos a entrar en esas grandes batallas que nos debilitan y desvían del propósito inicial de predicar, enseñar y sanar. Nuestra real misión no es convertirnos en fuerza política, ni estrujar para que la gente haga cosas buenas, sino la de predicar a Cristo y a este crucificado. ¡Zapatero a tus zapatos!
Otra distracción que nos afecta tiene que ver con las oportunidades. Pensamos que debemos agarrar todo lo pase delante de nosotros, sin importar lo que nos acerca o aleja de las metas y propósitos de Dios. Un engaño común es cuando consideramos que el único factor que debe mover nuestras decisiones es el dinero. Debo decir, que no todas las oportunidades son beneficiosas y que como cantaba el gran filósofo vallenato, Diomedes Díaz, ¡En la vida, hay cosas que son más importantes que el dinero!
Todos necesitamos ingresos económicos, así que no estoy diciendo que no nos deba importar explorar nuevas oportunidades de empleo o de negocio; lo que digo es que no debemos poner nuestra confianza y corazón en esas cosas, porque donde esté nuestro tesoro allí también estará nuestro corazón. ¡De nada vale tener dinero con un alma vacía!
Y una tercera área de distracción es la gente misma. Funciona a través de la complacencia y la confianza en las personas, especialmente en la gente equivocada. En lugar de pedir sabiduría al Señor, y discernir las amistades, confiamos en gente que nos manifiesta su lealtad y dice que están con nosotros. Nos adulan y ensalzan, pero ante el más mínimo inconveniente, nos traicionan y nos dejan. Incluso, la gente correcta que nos demanda permanente atención y cuidado puede convertirse en una distracción.
Amados amigos, más allá de todas estas distracciones, Dios está buscando corazones que se quebranten ante Él y hagan votos de compromiso para no distraerse por la eternidad. ¿Será que podemos esforzarnos para lograrlo? La hora viene, y ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren.
Concentrémonos en buscarle sin distracciones y disfrutemos de su amistad sin límites. Dios bendiga tu vida y tus cosas. ¡Un abrazo!!
Por Valerio Mejía Araujo