El texto del epígrafe hace referencia a la derrota que sufrió el pueblo de Israel al pretender tomar una pequeña ciudad llamada Hai.
“Dios respondió a Josué: ¡Levántate! ¿Por qué te postras así sobre tu rostro?” (Josué 7,10)
En ocasión de la Copa América de futbol, la consigna de un grande y exitoso director técnico de la selección, Francisco Maturana, decía: “Perder es ganar un poco”. Sin embargo, a nadie le gusta perder. Sospecho que nuestras derrotas son mucho más serias para nosotros que para el Señor; en el sentido que, nos afectan más a nosotros, puesto que nunca hemos sido preparados para vivir con el fracaso. Nuestra idiosincrasia demanda que avancemos siempre de victoria en victoria y cuando, ocasionalmente, experimentamos derrotas en proyectos o situaciones, nuestra autoestima se ve afectada y fácilmente nos envuelve una nube de desánimo y pesimismo.
El texto del epígrafe hace referencia a la derrota que sufrió el pueblo de Israel al pretender tomar una pequeña ciudad llamada Hai. El corazón del pueblo desfalleció y se volvió como agua, reclamando: ¿por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en manos de los amorreos y que nos destruyan? Los israelitas, eufóricos por el triunfo que había tenido sobre la indestructible fortaleza de Jericó, se había lanzado confiadamente a conquistar el pequeño pueblito, pero se llevaron una gran decepción.
Cuán rápidos somos para adueñarnos de las victorias que Dios nos permite alcanzar. Pero, cuán lentos somos para asimilar la intención de Dios con las derrotas cotidianas. En este caso, intoxicados por la victoria de Jericó, vieron como presa fácil el próximo objetivo: la conquista de Hai. ¡Bien conocemos la humillante derrota que sufrieron en ese lugar! Y la derrota nunca es tan amarga y difícil de digerir como cuando estábamos seguros de que todo sería cuestión de trámite.
En tiempos de derrotas, podemos asumir la actitud de lamentarnos y perder mucho tiempo lloriqueando por las decisiones tomadas. Ciertamente que, debemos aprender de los errores del pasado; por eso, “perder es ganar un poco”. Sin embargo, todas las recriminaciones no pueden deshacer lo ocurrido y lo hecho, hecho está. Así que, cuando estamos tumbados y derrotados, debemos ponernos de pie y resolver lo más rápido posible la situación que nos llevó a caer. Dios animó a Josué a levantarse y hacer lo que tenía que hacer para limpiar al pueblo de su falta, causa de su derrota.
Cuando estamos en derrota, el enemigo quiere que nos mantengamos allí, sintiendo lástima por nosotros mismos y renegando por la situación que se vive. Pero, el corolario de hoy es que, nuestro Padre celestial nos quiere ver otra vez de pie. Si hay cosas que arreglar, arréglelas. Si hay cosas que confesar, confiéselas. Si hay personas que enfrentar, enfréntelas. Si hay situaciones que corregir, corríjalas. Pero, no perdamos tiempo lamentándonos por lo que pudo haber sido y no fue.
Todos cometemos errores y sufrimos derrotas, pecamos, nos caemos y comenzamos de nuevo… Y una vez más nuestra insolencia con Dios nos derrota nuevamente. No importa, comenzamos de nuevo… y de nuevo… y una y otra vez. El secreto del triunfo, está en comenzar siempre de nuevo. No permitamos que las situaciones difíciles condicionen el avance hacia los propósitos de Dios en nuestras vidas.
¡Adelante! Levántate, toma la mano del Maestro… Fuerte abrazo y que ganemos el domingo.
POR: VALERIO MEJÍA.
El texto del epígrafe hace referencia a la derrota que sufrió el pueblo de Israel al pretender tomar una pequeña ciudad llamada Hai.
“Dios respondió a Josué: ¡Levántate! ¿Por qué te postras así sobre tu rostro?” (Josué 7,10)
En ocasión de la Copa América de futbol, la consigna de un grande y exitoso director técnico de la selección, Francisco Maturana, decía: “Perder es ganar un poco”. Sin embargo, a nadie le gusta perder. Sospecho que nuestras derrotas son mucho más serias para nosotros que para el Señor; en el sentido que, nos afectan más a nosotros, puesto que nunca hemos sido preparados para vivir con el fracaso. Nuestra idiosincrasia demanda que avancemos siempre de victoria en victoria y cuando, ocasionalmente, experimentamos derrotas en proyectos o situaciones, nuestra autoestima se ve afectada y fácilmente nos envuelve una nube de desánimo y pesimismo.
El texto del epígrafe hace referencia a la derrota que sufrió el pueblo de Israel al pretender tomar una pequeña ciudad llamada Hai. El corazón del pueblo desfalleció y se volvió como agua, reclamando: ¿por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en manos de los amorreos y que nos destruyan? Los israelitas, eufóricos por el triunfo que había tenido sobre la indestructible fortaleza de Jericó, se había lanzado confiadamente a conquistar el pequeño pueblito, pero se llevaron una gran decepción.
Cuán rápidos somos para adueñarnos de las victorias que Dios nos permite alcanzar. Pero, cuán lentos somos para asimilar la intención de Dios con las derrotas cotidianas. En este caso, intoxicados por la victoria de Jericó, vieron como presa fácil el próximo objetivo: la conquista de Hai. ¡Bien conocemos la humillante derrota que sufrieron en ese lugar! Y la derrota nunca es tan amarga y difícil de digerir como cuando estábamos seguros de que todo sería cuestión de trámite.
En tiempos de derrotas, podemos asumir la actitud de lamentarnos y perder mucho tiempo lloriqueando por las decisiones tomadas. Ciertamente que, debemos aprender de los errores del pasado; por eso, “perder es ganar un poco”. Sin embargo, todas las recriminaciones no pueden deshacer lo ocurrido y lo hecho, hecho está. Así que, cuando estamos tumbados y derrotados, debemos ponernos de pie y resolver lo más rápido posible la situación que nos llevó a caer. Dios animó a Josué a levantarse y hacer lo que tenía que hacer para limpiar al pueblo de su falta, causa de su derrota.
Cuando estamos en derrota, el enemigo quiere que nos mantengamos allí, sintiendo lástima por nosotros mismos y renegando por la situación que se vive. Pero, el corolario de hoy es que, nuestro Padre celestial nos quiere ver otra vez de pie. Si hay cosas que arreglar, arréglelas. Si hay cosas que confesar, confiéselas. Si hay personas que enfrentar, enfréntelas. Si hay situaciones que corregir, corríjalas. Pero, no perdamos tiempo lamentándonos por lo que pudo haber sido y no fue.
Todos cometemos errores y sufrimos derrotas, pecamos, nos caemos y comenzamos de nuevo… Y una vez más nuestra insolencia con Dios nos derrota nuevamente. No importa, comenzamos de nuevo… y de nuevo… y una y otra vez. El secreto del triunfo, está en comenzar siempre de nuevo. No permitamos que las situaciones difíciles condicionen el avance hacia los propósitos de Dios en nuestras vidas.
¡Adelante! Levántate, toma la mano del Maestro… Fuerte abrazo y que ganemos el domingo.
POR: VALERIO MEJÍA.