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Columnista - 5 septiembre, 2011

Las consecuencias de perder el norte

MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Mi admiración por su verbo contundente era inmensa. A mi padre le escuché expresar, cuando lo escuchaba, que parecía un botafuego. En mi historia no he conocido un orador que lo iguale: escucharlo era un deleite, palabra tras palabra, precisas, sonoras, sin un sesgo gramatical, llegué a pensar, y […]

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MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco

Mi admiración por su verbo contundente era inmensa. A mi padre le escuché expresar, cuando lo escuchaba, que parecía un botafuego. En mi historia no he conocido un orador que lo iguale: escucharlo era un deleite, palabra tras palabra, precisas, sonoras, sin un sesgo gramatical, llegué a pensar, y todavía lo creo, que ha sido el orador más completo entre los políticos colombianos, aunque los mayores, mis abuelos, mencionaran nombres como los de Londoño y Londoño, Alzate Avendaño, Laureano Gómez, Alfonso López, en fin, los de la época de las frades grandilocuentes y los giros que maravillaban.
Alberto Santofimio Botero nació con ese don: orador impecable. Las palabras no se atropellaban en su garganta, eran bien articuladas, pronunciadas, lanzadas a los escuchas con la exactitud requerida, siempre claro y con una armonía envidiable.
Hoy está acusado, condenado, y para siempre señalado por la historia como coautor de la muerte del inolvidable Luís Carlos Galán.
Parece imposible, uno cree que una persona tan inteligente está alejada de crímenes y de trapisondas. Se le ve como alguien privilegiado, señalado y regalado por Dios con uno de los dones maravillosos: la elocuencia. Y no es así, la ambición y el deseo de poder llevan al ser humano a muchos actos incomprensibles, lo lleva a perder su vida y la brillantez de la misma.
Alberto Santofimio tiene inteligencia intelectual (así se le llama), pero no una inteligencia práctica, puesta con generosidad al servicio de la patria. Cuando empezó a escucharse sobre sus escaramuzas no santas, lo llamaban diablofimio, ya la gente comenzó a verlo como un problema andante y se llegó a la conclusión de que no siempre de la abundancia del corazón habla la boca, él no hablaba de corazón, sólo que trastocó el don con el que nació, lo utilizó para la política, pero no para engrandecerse él espiritualmente y engrandecer a su país.
La historia del mundo está plagada de casos similares, no sólo de oradores insignes que luego resultaban unos verdaderos delincuentes, también de escritores y artistas que utilizaron  sus aptitudes para delinquir, para lograr el poder, para hacerse famosos o tristemente célebres.
Ahora el orador está en la cárcel, lúgubre y horrendo lugar para quien fue moldeador de la palabra fina, ejemplo para muchos que sin tener la extraordinaria capacidad de hablar de manera prístina, se alzan en las plazas públicas y en los locutorios privados a cambiar el mundo, y más tarde los finales de sus historias se deshacen entre rejas.
En el país, en estos momentos, hay cantidades desbordadas de ejemplos así de personas que lo tuvieron todo para ser felices, lo que al fin y al cabo es el objeto de vivir, pero lo tiran por la borda, para, según ellos, detentar un poder inmenso y una fama infinita. Es
Lástima por el talento perdido en Santofinio. Lástima por la vida plena que le arrebataron a Luís Carlos Galán, lástima por el país lleno de dones, de inteligencias célebres, de gentes capaces que pierden el norte, porque según sus afirmaciones: lo único que vale es el dinero y el poder.

Columnista
5 septiembre, 2011

Las consecuencias de perder el norte

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Mi admiración por su verbo contundente era inmensa. A mi padre le escuché expresar, cuando lo escuchaba, que parecía un botafuego. En mi historia no he conocido un orador que lo iguale: escucharlo era un deleite, palabra tras palabra, precisas, sonoras, sin un sesgo gramatical, llegué a pensar, y […]


MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco

Mi admiración por su verbo contundente era inmensa. A mi padre le escuché expresar, cuando lo escuchaba, que parecía un botafuego. En mi historia no he conocido un orador que lo iguale: escucharlo era un deleite, palabra tras palabra, precisas, sonoras, sin un sesgo gramatical, llegué a pensar, y todavía lo creo, que ha sido el orador más completo entre los políticos colombianos, aunque los mayores, mis abuelos, mencionaran nombres como los de Londoño y Londoño, Alzate Avendaño, Laureano Gómez, Alfonso López, en fin, los de la época de las frades grandilocuentes y los giros que maravillaban.
Alberto Santofimio Botero nació con ese don: orador impecable. Las palabras no se atropellaban en su garganta, eran bien articuladas, pronunciadas, lanzadas a los escuchas con la exactitud requerida, siempre claro y con una armonía envidiable.
Hoy está acusado, condenado, y para siempre señalado por la historia como coautor de la muerte del inolvidable Luís Carlos Galán.
Parece imposible, uno cree que una persona tan inteligente está alejada de crímenes y de trapisondas. Se le ve como alguien privilegiado, señalado y regalado por Dios con uno de los dones maravillosos: la elocuencia. Y no es así, la ambición y el deseo de poder llevan al ser humano a muchos actos incomprensibles, lo lleva a perder su vida y la brillantez de la misma.
Alberto Santofimio tiene inteligencia intelectual (así se le llama), pero no una inteligencia práctica, puesta con generosidad al servicio de la patria. Cuando empezó a escucharse sobre sus escaramuzas no santas, lo llamaban diablofimio, ya la gente comenzó a verlo como un problema andante y se llegó a la conclusión de que no siempre de la abundancia del corazón habla la boca, él no hablaba de corazón, sólo que trastocó el don con el que nació, lo utilizó para la política, pero no para engrandecerse él espiritualmente y engrandecer a su país.
La historia del mundo está plagada de casos similares, no sólo de oradores insignes que luego resultaban unos verdaderos delincuentes, también de escritores y artistas que utilizaron  sus aptitudes para delinquir, para lograr el poder, para hacerse famosos o tristemente célebres.
Ahora el orador está en la cárcel, lúgubre y horrendo lugar para quien fue moldeador de la palabra fina, ejemplo para muchos que sin tener la extraordinaria capacidad de hablar de manera prístina, se alzan en las plazas públicas y en los locutorios privados a cambiar el mundo, y más tarde los finales de sus historias se deshacen entre rejas.
En el país, en estos momentos, hay cantidades desbordadas de ejemplos así de personas que lo tuvieron todo para ser felices, lo que al fin y al cabo es el objeto de vivir, pero lo tiran por la borda, para, según ellos, detentar un poder inmenso y una fama infinita. Es
Lástima por el talento perdido en Santofinio. Lástima por la vida plena que le arrebataron a Luís Carlos Galán, lástima por el país lleno de dones, de inteligencias célebres, de gentes capaces que pierden el norte, porque según sus afirmaciones: lo único que vale es el dinero y el poder.