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Columnista - 23 noviembre, 2020

Las campanas

Sigo fortaleciendo el sentimiento alrededor de la grandeza de lo intrascendente. Siempre es, que al final van a pesar más las amistades de la infancia que aquellas que por de las circunstancias llegan. Esas relaciones tienen la fuerza de lo cómplice.                                  Al expresar lo anterior lo que busco es resaltar cómo esos sentires  que escarban […]

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Sigo fortaleciendo el sentimiento alrededor de la grandeza de lo intrascendente. Siempre es, que al final van a pesar más las amistades de la infancia que aquellas que por de las circunstancias llegan. Esas relaciones tienen la fuerza de lo cómplice.                                  Al expresar lo anterior lo que busco es resaltar cómo esos sentires  que escarban lo pretérito dejan huella indeleble y es por eso que hoy evoco algunas resonancias, sonoridades que se funden con el propio ser y son de diferente especie y origen como por ejemplo la del canto del gallo que anuncia el amanecer o el gorjeo de los pajarillos, el croar de las ranas, o algunos otros como el de un lejano motor, o el del reloj familiar dando la hora.

Pero hay uno de esos sonidos que marca como pocos: el de las campanas y no importa que sea el de la Iglesia del Sagrado Corazón en Colonia (Alemania) o la de Montmartre (Francia) de 27 y 18 toneladas respectivamente o aquella famélica, humilde y destemplada de cualquiera de nuestros templos poblanos. Ese tañido cotidiano impresiona  el alma y se lleva a cuestas durante toda la vida.

¿Quién de entre nosotros no ha sentido la añoranza por la resonancia de las campanas de la iglesia de su localidad, de su barrio?  Son las doce… Que es el segundo para la misa… o por quién doblan las campanas… eligieron Papa… o llegó el obispo. Las campanas son una especie de altavoz que interpreta el ánimo colectivo.

Y son tan importantes cuando suenan como cuando no lo hacen, porque si no algo grave está ocurriendo y en ese sentido puede decirse que se parecen a los latidos de un corazón pues esos toques significan vida y hablan mucho de la idiosincrasia y calidades de un pueblo. Un conglomerado sin campanas es como de segunda categoría, una iglesia sin ellas lo es también sin dolientes o muy pobre. La categoría de los municipios no debiera evaluarse por el monto de su presupuesto o su número de habitantes sino por la cantidad y calidad de sus campanas. Por algo será que la más grande del mundo pesa 180 toneladas y está en Moscú y una en Kyoto (Japón) pesa 75 toneladas. ¿cuánto pesan las nuestras?

¿Pero a que viene todo esto?, ¿por qué este cuento de las campanas? Sencillo. Revisando algunas añejas publicaciones  encontré un bello poema del sincelejano Pompeyo Molina Urzola que talvez había leído en alguna ocasión hace ya años sin que me produjera nada especial, pero los almanaques y la distancia atropellan y ahora lejos -en la distancia y el tiempo- una vez culminada su lectura quedé atrapado por  esas estrofas  que expresan:

Dile a las campanas de aquella iglesita vetusta y lejana que ya no contemplo/que al rayar el día escucho las campanas de setenta templos /cantando aleluya /pero que ninguna grita de alegría/como aquellos bronces de la tierra tuya como las campanas de la tierra mía.

Pompeyo de seguro escuchaba las de la imponente Catedral bogotana penetrando el gélido amanecer santafereño, más grandes y sonoras que la del humilde, en sus tiempos, templo del Santo de Asís de su cálida sabana, pero definitivamente “ninguna grita de alegría como aquellos bronces de la tierra tuya, como las campanas de la tierra mía”.

Columnista
23 noviembre, 2020

Las campanas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jaime García Chadid.

Sigo fortaleciendo el sentimiento alrededor de la grandeza de lo intrascendente. Siempre es, que al final van a pesar más las amistades de la infancia que aquellas que por de las circunstancias llegan. Esas relaciones tienen la fuerza de lo cómplice.                                  Al expresar lo anterior lo que busco es resaltar cómo esos sentires  que escarban […]


Sigo fortaleciendo el sentimiento alrededor de la grandeza de lo intrascendente. Siempre es, que al final van a pesar más las amistades de la infancia que aquellas que por de las circunstancias llegan. Esas relaciones tienen la fuerza de lo cómplice.                                  Al expresar lo anterior lo que busco es resaltar cómo esos sentires  que escarban lo pretérito dejan huella indeleble y es por eso que hoy evoco algunas resonancias, sonoridades que se funden con el propio ser y son de diferente especie y origen como por ejemplo la del canto del gallo que anuncia el amanecer o el gorjeo de los pajarillos, el croar de las ranas, o algunos otros como el de un lejano motor, o el del reloj familiar dando la hora.

Pero hay uno de esos sonidos que marca como pocos: el de las campanas y no importa que sea el de la Iglesia del Sagrado Corazón en Colonia (Alemania) o la de Montmartre (Francia) de 27 y 18 toneladas respectivamente o aquella famélica, humilde y destemplada de cualquiera de nuestros templos poblanos. Ese tañido cotidiano impresiona  el alma y se lleva a cuestas durante toda la vida.

¿Quién de entre nosotros no ha sentido la añoranza por la resonancia de las campanas de la iglesia de su localidad, de su barrio?  Son las doce… Que es el segundo para la misa… o por quién doblan las campanas… eligieron Papa… o llegó el obispo. Las campanas son una especie de altavoz que interpreta el ánimo colectivo.

Y son tan importantes cuando suenan como cuando no lo hacen, porque si no algo grave está ocurriendo y en ese sentido puede decirse que se parecen a los latidos de un corazón pues esos toques significan vida y hablan mucho de la idiosincrasia y calidades de un pueblo. Un conglomerado sin campanas es como de segunda categoría, una iglesia sin ellas lo es también sin dolientes o muy pobre. La categoría de los municipios no debiera evaluarse por el monto de su presupuesto o su número de habitantes sino por la cantidad y calidad de sus campanas. Por algo será que la más grande del mundo pesa 180 toneladas y está en Moscú y una en Kyoto (Japón) pesa 75 toneladas. ¿cuánto pesan las nuestras?

¿Pero a que viene todo esto?, ¿por qué este cuento de las campanas? Sencillo. Revisando algunas añejas publicaciones  encontré un bello poema del sincelejano Pompeyo Molina Urzola que talvez había leído en alguna ocasión hace ya años sin que me produjera nada especial, pero los almanaques y la distancia atropellan y ahora lejos -en la distancia y el tiempo- una vez culminada su lectura quedé atrapado por  esas estrofas  que expresan:

Dile a las campanas de aquella iglesita vetusta y lejana que ya no contemplo/que al rayar el día escucho las campanas de setenta templos /cantando aleluya /pero que ninguna grita de alegría/como aquellos bronces de la tierra tuya como las campanas de la tierra mía.

Pompeyo de seguro escuchaba las de la imponente Catedral bogotana penetrando el gélido amanecer santafereño, más grandes y sonoras que la del humilde, en sus tiempos, templo del Santo de Asís de su cálida sabana, pero definitivamente “ninguna grita de alegría como aquellos bronces de la tierra tuya, como las campanas de la tierra mía”.