Pasando a la poesía de mis compositores favoritos, estas breves descripciones: Tobías Pumarejo, aclama la mirada de una mujer, para morir bajo sus ojos. Rafael Escalona, en el bosque de su alma escucha la voz de su amada. Leandro Díaz, en la sinfonía del río ve la mujer que alimenta sus sueños. Calixto Ochoa, en la pastoral del paisaje, la soledad mancha de lágrimas el lirio rojo de su corazón.
En el arte lo que perdura es la calidad. Las buenas canciones siempre permanecen en los sentimientos y en la memoria colectiva, como ‘La casa en el aire’ que un poeta con alma de arquitecto le construye a su hija, o la mujer que al caminar hace reír las sabanas, o aquel sombrero que se mece en las ramas esperando el regreso de un viajero o ‘La gota fría’ que se solaza en los espejos celestes de los acordeones.
Pasando a la poesía de mis compositores favoritos, estas breves descripciones: Tobías Pumarejo, aclama la mirada de una mujer, para morir bajo sus ojos. Rafael Escalona, en el bosque de su alma escucha la voz de su amada. Leandro Díaz, en la sinfonía del río ve la mujer que alimenta sus sueños. Calixto Ochoa, en la pastoral del paisaje, la soledad mancha de lágrimas el lirio rojo de su corazón.
Abel Antonio Villa, en su retorno espera el final de las noches de velorio. Adriano Salas, con el silencio de sus ojos contempla el cerro verde de la ciudad amurallada. ‘Juancho’ Polo, con el llanto en las manos toca la elegía a su adorada, y se eleva buscando el lucero espiritual. Gustavo Gutiérrez, las calles vallenatas florecen en sus canciones y despliega el camino largo de luna y arrebol. Rita Fernández, su voz en la distancia frente al sol que muere con la tarde. Adolfo Pacheco, meciéndose en su hamaca ve el mochuelo pintar la nostalgia de su padre. Fredy Molina, en las brisas de La Malena la estampa de su cometa. ‘Beto’ Murgas, desde el museo de acordeón los acordes de ‘La negra’. Juvenal Daza, la aurora de su cantar es jardín en el Loperena
Carlos Huertas, viaja por el río con rumor de fiesta en tierra de cantores. Isaac Carrillo, una cañaguatera le tiñe de música el corazón. Emiro Zuleta, con la caligrafía de la conquista pide que la noche se repita. Dagoberto López, con apego a la tradición añora ver a sus nietos jugando en un aguacero. Náfer Durán, con su tono triste confiesa su delirio de amor. ‘Emilianito’ Zuleta, con el aroma de la lluvia corteja a la mujer en la antesala del romance. Octavio Daza, dibuja el arrullo de mariposas y los besos de su novia. Sergio Moya, el contrabandista de amores.
Rosendo Romero, pinta de primavera los espejos del verano y en el nido de una mirla esconde un gajo de luceros. Roberto Calderón, con la sonrisa de la luna hace eterno el canto para la vida. Santander Durán, en la ausencia matinal poetiza el rocío en los labios de la rosa. Diomedes Díaz, en una hebra de cabello ve el inicio de su vejez. Rafael Manjarrez, nunca ha visto en verano la vela en el Marquesote, pero ve La Guajira majestuosa meterse en el mar. Hernando Marín, con la musa creciente invita a su pueblo a cantar por la paz. Julio Oñate, en su profecía llama las barreras de los bosques, para que frenen el trote del desierto. De esa estirpe de historias, cultura y poesía se ha tejido el canto vallenato que perdura y sigue, cual el ave sonora, en el tiempo.
Por José Atuesta Mindiola
Pasando a la poesía de mis compositores favoritos, estas breves descripciones: Tobías Pumarejo, aclama la mirada de una mujer, para morir bajo sus ojos. Rafael Escalona, en el bosque de su alma escucha la voz de su amada. Leandro Díaz, en la sinfonía del río ve la mujer que alimenta sus sueños. Calixto Ochoa, en la pastoral del paisaje, la soledad mancha de lágrimas el lirio rojo de su corazón.
En el arte lo que perdura es la calidad. Las buenas canciones siempre permanecen en los sentimientos y en la memoria colectiva, como ‘La casa en el aire’ que un poeta con alma de arquitecto le construye a su hija, o la mujer que al caminar hace reír las sabanas, o aquel sombrero que se mece en las ramas esperando el regreso de un viajero o ‘La gota fría’ que se solaza en los espejos celestes de los acordeones.
Pasando a la poesía de mis compositores favoritos, estas breves descripciones: Tobías Pumarejo, aclama la mirada de una mujer, para morir bajo sus ojos. Rafael Escalona, en el bosque de su alma escucha la voz de su amada. Leandro Díaz, en la sinfonía del río ve la mujer que alimenta sus sueños. Calixto Ochoa, en la pastoral del paisaje, la soledad mancha de lágrimas el lirio rojo de su corazón.
Abel Antonio Villa, en su retorno espera el final de las noches de velorio. Adriano Salas, con el silencio de sus ojos contempla el cerro verde de la ciudad amurallada. ‘Juancho’ Polo, con el llanto en las manos toca la elegía a su adorada, y se eleva buscando el lucero espiritual. Gustavo Gutiérrez, las calles vallenatas florecen en sus canciones y despliega el camino largo de luna y arrebol. Rita Fernández, su voz en la distancia frente al sol que muere con la tarde. Adolfo Pacheco, meciéndose en su hamaca ve el mochuelo pintar la nostalgia de su padre. Fredy Molina, en las brisas de La Malena la estampa de su cometa. ‘Beto’ Murgas, desde el museo de acordeón los acordes de ‘La negra’. Juvenal Daza, la aurora de su cantar es jardín en el Loperena
Carlos Huertas, viaja por el río con rumor de fiesta en tierra de cantores. Isaac Carrillo, una cañaguatera le tiñe de música el corazón. Emiro Zuleta, con la caligrafía de la conquista pide que la noche se repita. Dagoberto López, con apego a la tradición añora ver a sus nietos jugando en un aguacero. Náfer Durán, con su tono triste confiesa su delirio de amor. ‘Emilianito’ Zuleta, con el aroma de la lluvia corteja a la mujer en la antesala del romance. Octavio Daza, dibuja el arrullo de mariposas y los besos de su novia. Sergio Moya, el contrabandista de amores.
Rosendo Romero, pinta de primavera los espejos del verano y en el nido de una mirla esconde un gajo de luceros. Roberto Calderón, con la sonrisa de la luna hace eterno el canto para la vida. Santander Durán, en la ausencia matinal poetiza el rocío en los labios de la rosa. Diomedes Díaz, en una hebra de cabello ve el inicio de su vejez. Rafael Manjarrez, nunca ha visto en verano la vela en el Marquesote, pero ve La Guajira majestuosa meterse en el mar. Hernando Marín, con la musa creciente invita a su pueblo a cantar por la paz. Julio Oñate, en su profecía llama las barreras de los bosques, para que frenen el trote del desierto. De esa estirpe de historias, cultura y poesía se ha tejido el canto vallenato que perdura y sigue, cual el ave sonora, en el tiempo.
Por José Atuesta Mindiola