BITÁCORA Por: Oscar Ariza Las futuras generaciones de Colombia merecen nacer en un ambiente de paz en el que puedan desarrollarse plena e integralmente, sin amenazas ni estigmatizaciones. Quienes hemos nacido durante estos 50 años de barbarie, sabemos lo necesario que es un acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc, como una nueva […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Las futuras generaciones de Colombia merecen nacer en un ambiente de paz en el que puedan desarrollarse plena e integralmente, sin amenazas ni estigmatizaciones. Quienes hemos nacido durante estos 50 años de barbarie, sabemos lo necesario que es un acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc, como una nueva posibilidad de acabar la guerra, más allá del pesimismo radical que padecen muchos frente a una nueva conciencia de época vehiculada por la ausencia del conflicto.
Muchos de los contradictores de este gobierno aspiran a que el país no supere la época de la barbarie en la que el único lenguaje permitido seguiría siendo el de las balas, porque los violentos no tienen un discurso racional, pues aborrecen el consenso y el diálogo, al no estar preparados para el amor y respeto por el otro, como elemento constructor de civilidad.
Frente al proceso de diálogo con la Farc, son más los enemigos que los amigos de este tipo de conversaciones, como si estuviésemos condenados a vivir en guerra sin nuevas oportunidades para las futuras generaciones. Quienes no quieren la paz de este país, jamás entenderán los esfuerzos de un presidente, ni de los distintos sectores de la sociedad para alcanzarla, como el mejor legado para el país.
El despertar de una nueva sensibilidad en Colombia debe constituirse en un recurso fundamental para exigirle a los violentos que cesen su oscuro propósito de sembrar el miedo en aquellos que por vía de la razón y el diálogo quieren un cambio, porque la estrategia de las armas y la barbarie ha fracasado. Es ahí donde el Estado debe consolidar su accionar legítimo a través de un gobierno claro, pero con autoridad para dialogar sin concesiones desequilibrantes, libre de temores, en donde que cada parte del conflicto defienda su propuesta sin fundamentalismos.
Desafortunadamente, siguen vivos los temores de procesos de paz anteriores, en los que muchos factores mimetizados en una preocupación por el desarrollo del país se resisten al cambio como una manera de proteger un sistema que les ha favorecido durante años. Esto hace que se generen posturas fundamentalistas que utilizan la difamación, la criticonería, la estigmatización y con ella, la persecución, para imponerse sobre aquellos que representan un esfuerzo por construir una sociedad moderna, en la medida en que el consenso y el respeto por los valores humanos primen sobre cualquier interés particular.
El Gobierno Nacional debe brindar confianza de que no se volverán a vivir las épocas en que los procesos de paz se tomaron como pretexto para que las Farc se fortalecieran militarmente. Por eso, es preciso que se llame la atención de los organismos internacionales para que realicen veedurías al proceso de paz.
Se debe crear un frente de vigilancia ciudadana que, en alianza con los organismos de control del Estado y la comunidad internacional, aseguren un proceso de diálogo honesto, de lo contrario, Colombia seguirá vulnerado por el rugir de las armas que pretenden desestabilizar la democracia.
No podemos seguir permitiendo que a medida que evolucionamos en lo instrumental, involucionemos en lo humano. El país requiere con urgencia una política de paz precisa y contundente. Esto pone de relieve la necesidad de fomentar una pedagogía de la vida en la que la palabra sea el arma más poderosa, para salir a las calles, a los medios escritos, radiales y al oído de los demás a exigir y fomentar la paz, para que se sepa que los bárbaros no deben tener cabida en las expresiones de una sociedad civilizada que a pesar de estar convencida de que el terror es un elemento que nos mantiene atados a un pasado perverso, no se atreve a gritarlo más allá de sus dormitorios o en sus carros con los vidrios arriba, tal vez como un a forma cómoda de seguir viviendo en una estructura que amenaza a todos con ser las próximas víctimas sin que a nadie le importe realmente.
[email protected] Twitter: @Oscararizadaza
BITÁCORA Por: Oscar Ariza Las futuras generaciones de Colombia merecen nacer en un ambiente de paz en el que puedan desarrollarse plena e integralmente, sin amenazas ni estigmatizaciones. Quienes hemos nacido durante estos 50 años de barbarie, sabemos lo necesario que es un acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc, como una nueva […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Las futuras generaciones de Colombia merecen nacer en un ambiente de paz en el que puedan desarrollarse plena e integralmente, sin amenazas ni estigmatizaciones. Quienes hemos nacido durante estos 50 años de barbarie, sabemos lo necesario que es un acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc, como una nueva posibilidad de acabar la guerra, más allá del pesimismo radical que padecen muchos frente a una nueva conciencia de época vehiculada por la ausencia del conflicto.
Muchos de los contradictores de este gobierno aspiran a que el país no supere la época de la barbarie en la que el único lenguaje permitido seguiría siendo el de las balas, porque los violentos no tienen un discurso racional, pues aborrecen el consenso y el diálogo, al no estar preparados para el amor y respeto por el otro, como elemento constructor de civilidad.
Frente al proceso de diálogo con la Farc, son más los enemigos que los amigos de este tipo de conversaciones, como si estuviésemos condenados a vivir en guerra sin nuevas oportunidades para las futuras generaciones. Quienes no quieren la paz de este país, jamás entenderán los esfuerzos de un presidente, ni de los distintos sectores de la sociedad para alcanzarla, como el mejor legado para el país.
El despertar de una nueva sensibilidad en Colombia debe constituirse en un recurso fundamental para exigirle a los violentos que cesen su oscuro propósito de sembrar el miedo en aquellos que por vía de la razón y el diálogo quieren un cambio, porque la estrategia de las armas y la barbarie ha fracasado. Es ahí donde el Estado debe consolidar su accionar legítimo a través de un gobierno claro, pero con autoridad para dialogar sin concesiones desequilibrantes, libre de temores, en donde que cada parte del conflicto defienda su propuesta sin fundamentalismos.
Desafortunadamente, siguen vivos los temores de procesos de paz anteriores, en los que muchos factores mimetizados en una preocupación por el desarrollo del país se resisten al cambio como una manera de proteger un sistema que les ha favorecido durante años. Esto hace que se generen posturas fundamentalistas que utilizan la difamación, la criticonería, la estigmatización y con ella, la persecución, para imponerse sobre aquellos que representan un esfuerzo por construir una sociedad moderna, en la medida en que el consenso y el respeto por los valores humanos primen sobre cualquier interés particular.
El Gobierno Nacional debe brindar confianza de que no se volverán a vivir las épocas en que los procesos de paz se tomaron como pretexto para que las Farc se fortalecieran militarmente. Por eso, es preciso que se llame la atención de los organismos internacionales para que realicen veedurías al proceso de paz.
Se debe crear un frente de vigilancia ciudadana que, en alianza con los organismos de control del Estado y la comunidad internacional, aseguren un proceso de diálogo honesto, de lo contrario, Colombia seguirá vulnerado por el rugir de las armas que pretenden desestabilizar la democracia.
No podemos seguir permitiendo que a medida que evolucionamos en lo instrumental, involucionemos en lo humano. El país requiere con urgencia una política de paz precisa y contundente. Esto pone de relieve la necesidad de fomentar una pedagogía de la vida en la que la palabra sea el arma más poderosa, para salir a las calles, a los medios escritos, radiales y al oído de los demás a exigir y fomentar la paz, para que se sepa que los bárbaros no deben tener cabida en las expresiones de una sociedad civilizada que a pesar de estar convencida de que el terror es un elemento que nos mantiene atados a un pasado perverso, no se atreve a gritarlo más allá de sus dormitorios o en sus carros con los vidrios arriba, tal vez como un a forma cómoda de seguir viviendo en una estructura que amenaza a todos con ser las próximas víctimas sin que a nadie le importe realmente.
[email protected] Twitter: @Oscararizadaza