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Columnista - 11 marzo, 2019

La vida entre los pueblos

Fue el despertar y a la vez un sueño. Despertar porque fue en abril, cuando los azahares soltaban su perfume embriagante, y los jardines reverberaban en los colores de sus flores, cuando nací. Mis padres tenían una casita que parecía de cuento de hadas, rodeada de rosas, con un patio grande lleno de árboles frutales. […]

Fue el despertar y a la vez un sueño. Despertar porque fue en abril, cuando los azahares soltaban su perfume embriagante, y los jardines reverberaban en los colores de sus flores, cuando nací. Mis padres tenían una casita que parecía de cuento de hadas, rodeada de rosas, con un patio grande lleno de árboles frutales. Allí fue el lugar escogido para que yo naciera. ¿Quién escoge el lugar para que uno nazca? Todo está en el orden de Dios. Mi religión católica no acepta la predestinación. Yo creo en el destino.

El destino, la ruta trazada desde antes de nacer, la que se tiene que recorrer, la que nunca hubiéramos querido transitar; nos hubiera gustado diseñar nuestro propio destino, aunque se repita una y otra vez: “Eres el arquitecto de tu propio destino”, no lo creo, como arquitecto uno lo hubiera diseñado más amable, más fácil de recorrer.

El destino, el fátum de los romanos, el karma del hinduismo, la condena en la literatura de la que no se escapa, solo basta leer las tragedias griegas en la que el héroe no puede escapar de lo revelado por el oráculo, me impresionó mucho el destino insoslayable de Edipo.

Me alejé del tema. En Manaure comencé a transitar mi destino. Fue un sueño, dije, sí, porque en la niñez no se hace otra cosa distinta a descubrir y a soñar. Allí soñé con lo inverosímil y con lo verosímil, no recuerdo si algo se cumplió.

La niñez en Manaure, seis años de edad, la conté en Beliza, tu pelo tiene…Sin embargo, hubo sucesos que marcaron mi camino; dolorosos por cierto: el final de la violencia política, cuando muchas veces amanecíamos en casa de alguna familia liberal, porque la mía era conservadora y los reductos radicales del liberalismo atacaban a los contrarios. Hechos que no registra la historia como el incendio de tres viviendas, con sus habitantes adentro sin posibilidad de salvarse porque les amarraron por fuera las puertas. Los conservadores también hacían lo suyo, como la tarde en que mi hermano, de cuatro años, y yo nos preparábamos para ir a pasear con nuestra madre, nos tenía agarrados de sus manos, cuando sentimos disparos, mi madre de inmediato nos encerró, prendió una vela a la Virgen María y nos metió debajo de la cama. Fueron minutos de angustia, se nos llenó la casa de vecinos liberales que buscaban refugio en mi casa goda, como decían a los conservadores, se tiraron sobre el suelo, mujeres, hombres, niños. Los tiros seguían, alguien aseguró que eran de fusil Máuser, me imagino que sería el arma potente en esa época. Fueron hombres vestidos de azul, que dispararon a las casas de los liberales. Hubo dos muertos, muchos heridos y hasta a los perritos de los casas enemigas los mataron.

En Villanueva, muy niña, encontré mis raíces, vi la realidad, amé, lloré, estudié, comencé a vivir y en Valledupar, el trabajo, realizaciones, luchas y logros. La vida y sus avatares.

Columnista
11 marzo, 2019

La vida entre los pueblos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Fue el despertar y a la vez un sueño. Despertar porque fue en abril, cuando los azahares soltaban su perfume embriagante, y los jardines reverberaban en los colores de sus flores, cuando nací. Mis padres tenían una casita que parecía de cuento de hadas, rodeada de rosas, con un patio grande lleno de árboles frutales. […]


Fue el despertar y a la vez un sueño. Despertar porque fue en abril, cuando los azahares soltaban su perfume embriagante, y los jardines reverberaban en los colores de sus flores, cuando nací. Mis padres tenían una casita que parecía de cuento de hadas, rodeada de rosas, con un patio grande lleno de árboles frutales. Allí fue el lugar escogido para que yo naciera. ¿Quién escoge el lugar para que uno nazca? Todo está en el orden de Dios. Mi religión católica no acepta la predestinación. Yo creo en el destino.

El destino, la ruta trazada desde antes de nacer, la que se tiene que recorrer, la que nunca hubiéramos querido transitar; nos hubiera gustado diseñar nuestro propio destino, aunque se repita una y otra vez: “Eres el arquitecto de tu propio destino”, no lo creo, como arquitecto uno lo hubiera diseñado más amable, más fácil de recorrer.

El destino, el fátum de los romanos, el karma del hinduismo, la condena en la literatura de la que no se escapa, solo basta leer las tragedias griegas en la que el héroe no puede escapar de lo revelado por el oráculo, me impresionó mucho el destino insoslayable de Edipo.

Me alejé del tema. En Manaure comencé a transitar mi destino. Fue un sueño, dije, sí, porque en la niñez no se hace otra cosa distinta a descubrir y a soñar. Allí soñé con lo inverosímil y con lo verosímil, no recuerdo si algo se cumplió.

La niñez en Manaure, seis años de edad, la conté en Beliza, tu pelo tiene…Sin embargo, hubo sucesos que marcaron mi camino; dolorosos por cierto: el final de la violencia política, cuando muchas veces amanecíamos en casa de alguna familia liberal, porque la mía era conservadora y los reductos radicales del liberalismo atacaban a los contrarios. Hechos que no registra la historia como el incendio de tres viviendas, con sus habitantes adentro sin posibilidad de salvarse porque les amarraron por fuera las puertas. Los conservadores también hacían lo suyo, como la tarde en que mi hermano, de cuatro años, y yo nos preparábamos para ir a pasear con nuestra madre, nos tenía agarrados de sus manos, cuando sentimos disparos, mi madre de inmediato nos encerró, prendió una vela a la Virgen María y nos metió debajo de la cama. Fueron minutos de angustia, se nos llenó la casa de vecinos liberales que buscaban refugio en mi casa goda, como decían a los conservadores, se tiraron sobre el suelo, mujeres, hombres, niños. Los tiros seguían, alguien aseguró que eran de fusil Máuser, me imagino que sería el arma potente en esa época. Fueron hombres vestidos de azul, que dispararon a las casas de los liberales. Hubo dos muertos, muchos heridos y hasta a los perritos de los casas enemigas los mataron.

En Villanueva, muy niña, encontré mis raíces, vi la realidad, amé, lloré, estudié, comencé a vivir y en Valledupar, el trabajo, realizaciones, luchas y logros. La vida y sus avatares.