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Columnista - 14 julio, 2015

La vida del artista

El público siempre ha tenido la creencia que los músicos tienen una vida placentera, divertida, sin compromiso, llena de boato y alegría. Es la visión que tenemos, debido a que esa es la parte que más transciende a la opinión o la que ellos les interesa dejar conocer; dan la impresión que vivieran en un […]

El público siempre ha tenido la creencia que los músicos tienen una vida placentera, divertida, sin compromiso, llena de boato y alegría.
Es la visión que tenemos, debido a que esa es la parte que más transciende a la opinión o la que ellos les interesa dejar conocer; dan la impresión que vivieran en un mundo galáctico, felices, con todas sus necesidades resueltas, pero por el contrario otros piensan que es un mundo superficial, plástico, vacuo, irresponsable, una actividad falaz en la que hay muchos antifaces, donde se pregonan principios éticos y morales en los que van en completa contravía.

Lo dijo el compositor Máximo Móvil en su canción que titula este artículo, la cual grabó primero Oñate y después Diomedes, con el cual ‘El Cacique’ se despidió de este mundo con este nombre, al titular genéricamente su último álbum: “una noche yo pensaba en la vida del artista/ que muchos la creen bonita y es lo suficiente amarga”. Pero desde que Máximo hizo esta reflexión, hecha canto, se han suscitado muchos cambios que han permeado el pensamiento de los artistas del mundo.

Los músicos se han involucrado en actividades filantrópicas; además de alegrar con sus canciones, son solidarios, han dejado de ser narcisista, ególatras, se han bajado de su pedestal de ídolos para ser lo que siempre han sido, humanos, personas de carne y huesos que provienen de niveles de pobreza muy extremas, que hicieron parte de esa franja de personas que claman por ayuda, y la mayoría de los artistas han salido a clamar por ellos, o han asumido este papel.

Algunos se han convertido en el canal para receptar dineros de multimillonarios que no quieren figurar, pero quieren ayudar a los más angustiados del planeta; otros músicos acuden a campañas, eventos, se convierten en Ong o voceros para recaudar fondos, y ayudar a sus congéneres caídos en desgracia y que les han dado la fama; artistas más aterrizados son contradictores de gobiernos nefastos que lesionan a sus connacionales con sus políticas mezquinas.

Otros rechazan contratos millonarios y protestan por anuncios xenófobos en contra de la población latina, provenientes de un loco personaje millonario que anuncia sus aspiraciones a ser Presidente de USA. A más de hacer lo que más les gusta, ahora hay un elemento adicional: “hacer el bien y no mirar a quien”.
Reiteramos, pueda ser que los músicos del folclor vallenato despierten de ese letargo parroquial, de ron, parranda y mujer en el que están sumidos, y despierten pronto a la realidad social de su pueblo, y se pongan a tono con el resto de sus colegas en el mundo, quienes están luchando por un mejor bienestar de la población más vulnerable y le aporten con su clamor a hacerles más llevadera su situación calamitosa.

No pueden creerse merecedores de todo los honores, no siempre puede ser haciendas llenas de animales y cultivos, carros de alta gama y cuentas bancarias rebosantes; hay que ser buena gente, desprendidos y humanitarios.

Columnista
14 julio, 2015

La vida del artista

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Celso Guerra Gutiérrez

El público siempre ha tenido la creencia que los músicos tienen una vida placentera, divertida, sin compromiso, llena de boato y alegría. Es la visión que tenemos, debido a que esa es la parte que más transciende a la opinión o la que ellos les interesa dejar conocer; dan la impresión que vivieran en un […]


El público siempre ha tenido la creencia que los músicos tienen una vida placentera, divertida, sin compromiso, llena de boato y alegría.
Es la visión que tenemos, debido a que esa es la parte que más transciende a la opinión o la que ellos les interesa dejar conocer; dan la impresión que vivieran en un mundo galáctico, felices, con todas sus necesidades resueltas, pero por el contrario otros piensan que es un mundo superficial, plástico, vacuo, irresponsable, una actividad falaz en la que hay muchos antifaces, donde se pregonan principios éticos y morales en los que van en completa contravía.

Lo dijo el compositor Máximo Móvil en su canción que titula este artículo, la cual grabó primero Oñate y después Diomedes, con el cual ‘El Cacique’ se despidió de este mundo con este nombre, al titular genéricamente su último álbum: “una noche yo pensaba en la vida del artista/ que muchos la creen bonita y es lo suficiente amarga”. Pero desde que Máximo hizo esta reflexión, hecha canto, se han suscitado muchos cambios que han permeado el pensamiento de los artistas del mundo.

Los músicos se han involucrado en actividades filantrópicas; además de alegrar con sus canciones, son solidarios, han dejado de ser narcisista, ególatras, se han bajado de su pedestal de ídolos para ser lo que siempre han sido, humanos, personas de carne y huesos que provienen de niveles de pobreza muy extremas, que hicieron parte de esa franja de personas que claman por ayuda, y la mayoría de los artistas han salido a clamar por ellos, o han asumido este papel.

Algunos se han convertido en el canal para receptar dineros de multimillonarios que no quieren figurar, pero quieren ayudar a los más angustiados del planeta; otros músicos acuden a campañas, eventos, se convierten en Ong o voceros para recaudar fondos, y ayudar a sus congéneres caídos en desgracia y que les han dado la fama; artistas más aterrizados son contradictores de gobiernos nefastos que lesionan a sus connacionales con sus políticas mezquinas.

Otros rechazan contratos millonarios y protestan por anuncios xenófobos en contra de la población latina, provenientes de un loco personaje millonario que anuncia sus aspiraciones a ser Presidente de USA. A más de hacer lo que más les gusta, ahora hay un elemento adicional: “hacer el bien y no mirar a quien”.
Reiteramos, pueda ser que los músicos del folclor vallenato despierten de ese letargo parroquial, de ron, parranda y mujer en el que están sumidos, y despierten pronto a la realidad social de su pueblo, y se pongan a tono con el resto de sus colegas en el mundo, quienes están luchando por un mejor bienestar de la población más vulnerable y le aporten con su clamor a hacerles más llevadera su situación calamitosa.

No pueden creerse merecedores de todo los honores, no siempre puede ser haciendas llenas de animales y cultivos, carros de alta gama y cuentas bancarias rebosantes; hay que ser buena gente, desprendidos y humanitarios.