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Farándula - 11 abril, 2010

La última obra de Fernando Vallejo: más de lo mismo.

Por Luis Fernando Afanador Fernando Vallejo  ‘El don de la vida’ Fernando Vallejo siempre escribe el mismo libro. Una perorata en primera persona sobre sus odios, sus amores y sus recuerdos. En ese orden de importancia, porque es más lo que odia y menos lo que celebra y recuerda. Aunque él dice que no se […]

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Por Luis Fernando Afanador

Fernando Vallejo  ‘El don de la vida’

Fernando Vallejo siempre escribe el mismo libro. Una perorata en primera persona sobre sus odios, sus amores y sus recuerdos. En ese orden de importancia, porque es más lo que odia y menos lo que celebra y recuerda. Aunque él dice que no se repite –“El que se repite es el hombre” –, y en todo caso estamos advertidos: “Compadre, el que va a mi casa come de lo que hay; si no le gusta, afuera hay restaurantes de sobra para escoger”.

Escribir sobre lo mismo pero dicho de otra manera, esa es su gran aspiración: la novedad de la forma. Vallejo, en el fondo, quisiera ser un estilista del español en su vertiente antioqueña: el idioma de su infancia y su juventud. Qué cómodo se siente insultando y diciendo groserías a lo paisa. “¡Ah, con esa alcahuetería de los derechos humanos! Déjenme que suba y van a ver, les monto un paredón de fumigamiento de dos kilómetros y fumigo hasta misiá hijueputa”.

Los insultos a Dios, Cristo, el papa Juan Pablo II, Álvaro Uribe Vélez, Íngrid Betancourt, García Márquez, Borges, Octavio Paz y demás personajes, son conocidos de autos. Igual que otros, más genéricos: a los que comen carne, a los que se reproducen y a los pobres: “¿Por qué será, compadre, que detesto tanto a los pobres? ¿Por paridores?”. Sus lealtades en este libro tampoco sorprenden: a los efebos, a sus perras, a su abuela, a su hermano Aníbal –protector de animales– y al paisaje patrio, que lo embarga de lirismo cursi: “Yo soy los ríos de Colombia”.

La noticia de El don de la vida es que Vallejo tuvo un desliz heterosexual: “Una veracruzana de veinticinco años, morena y de tetas grandes, se había convertido en el norte de todos mis anhelos”. La gran ‘novedad de la forma’ es un largo diálogo con el diablo, al cual se le ve el disfraz y el pretexto retórico desde el comienzo: ¡Es el mismo Fernando Vallejo escondido! Y la justificación, también resulta fallida: para decir que no somos más que unos cuantos recuerdos que se lleva la muerte no es necesario escribir un libro de 162 páginas. Con un poema hubiera bastado. Eso lo sabe cualquiera, hasta “el güevón de Borges”.

Tomado de La Revista Semana.

Farándula
11 abril, 2010

La última obra de Fernando Vallejo: más de lo mismo.

Por Luis Fernando Afanador Fernando Vallejo  ‘El don de la vida’ Fernando Vallejo siempre escribe el mismo libro. Una perorata en primera persona sobre sus odios, sus amores y sus recuerdos. En ese orden de importancia, porque es más lo que odia y menos lo que celebra y recuerda. Aunque él dice que no se […]


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Por Luis Fernando Afanador

Fernando Vallejo  ‘El don de la vida’

Fernando Vallejo siempre escribe el mismo libro. Una perorata en primera persona sobre sus odios, sus amores y sus recuerdos. En ese orden de importancia, porque es más lo que odia y menos lo que celebra y recuerda. Aunque él dice que no se repite –“El que se repite es el hombre” –, y en todo caso estamos advertidos: “Compadre, el que va a mi casa come de lo que hay; si no le gusta, afuera hay restaurantes de sobra para escoger”.

Escribir sobre lo mismo pero dicho de otra manera, esa es su gran aspiración: la novedad de la forma. Vallejo, en el fondo, quisiera ser un estilista del español en su vertiente antioqueña: el idioma de su infancia y su juventud. Qué cómodo se siente insultando y diciendo groserías a lo paisa. “¡Ah, con esa alcahuetería de los derechos humanos! Déjenme que suba y van a ver, les monto un paredón de fumigamiento de dos kilómetros y fumigo hasta misiá hijueputa”.

Los insultos a Dios, Cristo, el papa Juan Pablo II, Álvaro Uribe Vélez, Íngrid Betancourt, García Márquez, Borges, Octavio Paz y demás personajes, son conocidos de autos. Igual que otros, más genéricos: a los que comen carne, a los que se reproducen y a los pobres: “¿Por qué será, compadre, que detesto tanto a los pobres? ¿Por paridores?”. Sus lealtades en este libro tampoco sorprenden: a los efebos, a sus perras, a su abuela, a su hermano Aníbal –protector de animales– y al paisaje patrio, que lo embarga de lirismo cursi: “Yo soy los ríos de Colombia”.

La noticia de El don de la vida es que Vallejo tuvo un desliz heterosexual: “Una veracruzana de veinticinco años, morena y de tetas grandes, se había convertido en el norte de todos mis anhelos”. La gran ‘novedad de la forma’ es un largo diálogo con el diablo, al cual se le ve el disfraz y el pretexto retórico desde el comienzo: ¡Es el mismo Fernando Vallejo escondido! Y la justificación, también resulta fallida: para decir que no somos más que unos cuantos recuerdos que se lleva la muerte no es necesario escribir un libro de 162 páginas. Con un poema hubiera bastado. Eso lo sabe cualquiera, hasta “el güevón de Borges”.

Tomado de La Revista Semana.