Un estudio de Science demostró que la polarización en EE. UU. es estable y persistente; no disminuye después de los comicios, sino que se mantiene en altos niveles
Con la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones de 2024, el panorama político de Estados Unidos ha confirmado la tendencia hacia una polarización cada vez más marcada. Lejos de ser solo un enfrentamiento de ideas, la política en EE. UU. se ha convertido en un terreno donde la cohesión social se disuelve en antagonismos extremos.
La contienda entre Trump y Kamala Harris no solo fue una competencia electoral; representó la culminación de un proceso en el que los votantes deben escoger entre opciones que reflejan los extremos de un espectro dividido.
Este escenario no es fortuito. Josep M. Colomer, politólogo y profesor de la Universidad de Georgetown, sostiene que el sistema institucional de Estados Unidos, con su rígida separación de poderes y un sistema bipartidista dominante, fomenta rivalidades feroces y territoriales que solo se han contenido en momentos de amenaza externa, como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Según Colomer, la estructura de poder estadounidense, diseñada en un contexto de malentendidos históricos y modelos políticos obsoletos, no permite gestionar la polarización interna de manera efectiva.
Los datos recientes subrayan esta situación. Un estudio de Science demostró que la polarización en EE. UU. es estable y persistente; no disminuye después de los comicios, sino que se mantiene en altos niveles de animadversión entre los partidos. Esta estabilidad sugiere que la hostilidad política ya no es un fenómeno fluctuante, sino un estado permanente que refuerza la desconfianza y limita la capacidad de los ciudadanos para reconciliarse tras la jornada electoral.
La encuesta de Statista Consumer Insights refuerza esta percepción: la proporción de estadounidenses situados en los extremos del espectro político es alarmantemente alta, con un 11% en la extrema izquierda y un 19% en la extrema derecha. Además, la identificación con los partidos tradicionales ha disminuido, lo cual evidencia una crisis de confianza en las instituciones democráticas y, como apunta Colomer, una inclinación hacia un liderazgo presidencial más fuerte y centralizado, que se ha exacerbado durante los conflictos internos.
Frente a este panorama, es urgente considerar reformas que fomenten un consenso más amplio y reduzcan la polarización. Colomer sugiere cambios en el sistema de elecciones primarias y en las reglas de votación, con modelos como el voto preferencial, que podrían moderar los discursos y atraer propuestas más inclusivas. Sin embargo, la aplicación de estas reformas depende de la voluntad política para reestablecer el diálogo democrático y evitar que la política siga siendo una competencia destructiva entre extremos.
La trampa de la polarización es que impide la aparición de liderazgos renovadores y capaces de integrar distintas perspectivas. En lugar de esto, los votantes se ven arrastrados a elegir entre candidatos que, más que generar confianza, provocan escepticismo o incluso risa. La democracia, en su esencia, debería ofrecer opciones genuinas que enriquezcan el debate y fortalezcan al país. Sin embargo, la polarización tan cerrada y rígida nos pasa factura: la incompetencia intelectual de los candidatos, muchas veces más caricaturas que estadistas, nos deja con la amarga tarea de escoger al “menos peor”.
Por Tatiana Barros
Un estudio de Science demostró que la polarización en EE. UU. es estable y persistente; no disminuye después de los comicios, sino que se mantiene en altos niveles
Con la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones de 2024, el panorama político de Estados Unidos ha confirmado la tendencia hacia una polarización cada vez más marcada. Lejos de ser solo un enfrentamiento de ideas, la política en EE. UU. se ha convertido en un terreno donde la cohesión social se disuelve en antagonismos extremos.
La contienda entre Trump y Kamala Harris no solo fue una competencia electoral; representó la culminación de un proceso en el que los votantes deben escoger entre opciones que reflejan los extremos de un espectro dividido.
Este escenario no es fortuito. Josep M. Colomer, politólogo y profesor de la Universidad de Georgetown, sostiene que el sistema institucional de Estados Unidos, con su rígida separación de poderes y un sistema bipartidista dominante, fomenta rivalidades feroces y territoriales que solo se han contenido en momentos de amenaza externa, como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Según Colomer, la estructura de poder estadounidense, diseñada en un contexto de malentendidos históricos y modelos políticos obsoletos, no permite gestionar la polarización interna de manera efectiva.
Los datos recientes subrayan esta situación. Un estudio de Science demostró que la polarización en EE. UU. es estable y persistente; no disminuye después de los comicios, sino que se mantiene en altos niveles de animadversión entre los partidos. Esta estabilidad sugiere que la hostilidad política ya no es un fenómeno fluctuante, sino un estado permanente que refuerza la desconfianza y limita la capacidad de los ciudadanos para reconciliarse tras la jornada electoral.
La encuesta de Statista Consumer Insights refuerza esta percepción: la proporción de estadounidenses situados en los extremos del espectro político es alarmantemente alta, con un 11% en la extrema izquierda y un 19% en la extrema derecha. Además, la identificación con los partidos tradicionales ha disminuido, lo cual evidencia una crisis de confianza en las instituciones democráticas y, como apunta Colomer, una inclinación hacia un liderazgo presidencial más fuerte y centralizado, que se ha exacerbado durante los conflictos internos.
Frente a este panorama, es urgente considerar reformas que fomenten un consenso más amplio y reduzcan la polarización. Colomer sugiere cambios en el sistema de elecciones primarias y en las reglas de votación, con modelos como el voto preferencial, que podrían moderar los discursos y atraer propuestas más inclusivas. Sin embargo, la aplicación de estas reformas depende de la voluntad política para reestablecer el diálogo democrático y evitar que la política siga siendo una competencia destructiva entre extremos.
La trampa de la polarización es que impide la aparición de liderazgos renovadores y capaces de integrar distintas perspectivas. En lugar de esto, los votantes se ven arrastrados a elegir entre candidatos que, más que generar confianza, provocan escepticismo o incluso risa. La democracia, en su esencia, debería ofrecer opciones genuinas que enriquezcan el debate y fortalezcan al país. Sin embargo, la polarización tan cerrada y rígida nos pasa factura: la incompetencia intelectual de los candidatos, muchas veces más caricaturas que estadistas, nos deja con la amarga tarea de escoger al “menos peor”.
Por Tatiana Barros