La agitación nacional llegó al clímax del caos y la anarquía. Vivimos un estallido social por las causas de inequidad social que todos conocemos. Aun así, tal situación parece ser infiltradas por fuerzas oscuras que pretenden someter a la nación al mismo proceso de destrucción que acabó a Venezuela. Nadie pone en duda la legitimidad […]
La agitación nacional llegó al clímax del caos y la anarquía. Vivimos un estallido social por las causas de inequidad social que todos conocemos. Aun así, tal situación parece ser infiltradas por fuerzas oscuras que pretenden someter a la nación al mismo proceso de destrucción que acabó a Venezuela. Nadie pone en duda la legitimidad de la protesta. Cuando la protesta es bien orientada y bien intencionada fortalece a la democracia.
La protesta está garantizada en la Constitución Nacional. Sobra decir que nuestra Policía Nacional está constituida para hacer cumplir las Constitución y las leyes. Sin excesos, sin abusos, sin cometer delitos, con el más alto sentido de patria y honradez. Nadie desconoce que desafortunadamente hay policías que transgreden la ley. Nada lo justifica legalmente. Sin embargo, debemos considerar que la defensa propia es una reacción natural del ser humano.
Difícil poner la otra mejilla cuando te golpean. Normalmente se contesta la agresión, consecuente con ello la primera condición para evitar la violencia es que nadie tire la primera piedra. Esta afirmación no pretende justificar ninguna forma de violencia.
Qué interesante sería que nuestras confrontaciones se limitaran a la dialéctica de las ideas, incluso, que usáramos mecanismos como el de la desobediencia civil, el plan tortuga, sin que jamás lleguemos a la barbarie de lesionarnos hasta matarnos. Nuestro retorno a la caverna.
Los colombianos necesitamos un ejercicio de reflexión sincera que nos lleve a identificar las causas profundas de esta crisis de desigualdad y desequilibrio social. Son muchas. Un país cuya juventud percibe el pesimismo que padecen nuestros jóvenes es un país sin futuro. Las causas de tamaña situación confluyen en la más grave de todas: la corrupción sistémica que padece nuestra sociedad. Somos corruptos de una u otra manera. En asuntos elementales y en asuntos serios. En todos los niveles de nuestra estructura social. Si queremos cambiar de verdad debemos iniciar por erradicar de nuestra sociedad toda forma de corrupción.
La corrupción se gesta por nuestra propensión natural a hacer trampa. Sí. Somos tramposos. Disfrutamos, alardeamos, presumimos, de ser tramposos, de creernos más vivos que los demás, de coger atajos no permitidos, de incumplir las normas por el placer de incumplirlas.
Le hacemos trampa a todo. Y la más grande de todas es la trampa a nuestro futuro como sociedad cuando engañamos a la democracia. La engañamos de muchas maneras: cuando negociamos la justicia, cuando compramos los honores, cuando elegimos mal, cuando alteramos resultados, cuando compramos o vendemos votos, cuando defendemos intereses particulares y deleznables, cuando transamos los cargos, cuando el miedo nos intimida para hacernos callar.
En esas pésimas costumbres radica la génesis de nuestros graves problemas. Valledupar y el Cesar están postrados por esas mañas que han atrasado nuestro porvenir. Caímos en nuestra propia trampa. Fuimos víctimas de nosotros mismos. Y la única manera para salir de semejante infierno es dejar de hacernos trampa.
Debemos aprender a caminar erguidos con responsabilidad social, henchidos de dignidad, siendo rigurosamente serios. Mientras no hagamos el esfuerzo de lograr este propósito seguiremos metidos en la ratonera donde se esconden las ratas para planear estrategias de sobrevivencia en medio de las trampas. Los colombianos y los cesarenses no debemos permitir más trampas. Esa es nuestra única posibilidad de construir región y patria que tengan viabilidad y futuro.
La agitación nacional llegó al clímax del caos y la anarquía. Vivimos un estallido social por las causas de inequidad social que todos conocemos. Aun así, tal situación parece ser infiltradas por fuerzas oscuras que pretenden someter a la nación al mismo proceso de destrucción que acabó a Venezuela. Nadie pone en duda la legitimidad […]
La agitación nacional llegó al clímax del caos y la anarquía. Vivimos un estallido social por las causas de inequidad social que todos conocemos. Aun así, tal situación parece ser infiltradas por fuerzas oscuras que pretenden someter a la nación al mismo proceso de destrucción que acabó a Venezuela. Nadie pone en duda la legitimidad de la protesta. Cuando la protesta es bien orientada y bien intencionada fortalece a la democracia.
La protesta está garantizada en la Constitución Nacional. Sobra decir que nuestra Policía Nacional está constituida para hacer cumplir las Constitución y las leyes. Sin excesos, sin abusos, sin cometer delitos, con el más alto sentido de patria y honradez. Nadie desconoce que desafortunadamente hay policías que transgreden la ley. Nada lo justifica legalmente. Sin embargo, debemos considerar que la defensa propia es una reacción natural del ser humano.
Difícil poner la otra mejilla cuando te golpean. Normalmente se contesta la agresión, consecuente con ello la primera condición para evitar la violencia es que nadie tire la primera piedra. Esta afirmación no pretende justificar ninguna forma de violencia.
Qué interesante sería que nuestras confrontaciones se limitaran a la dialéctica de las ideas, incluso, que usáramos mecanismos como el de la desobediencia civil, el plan tortuga, sin que jamás lleguemos a la barbarie de lesionarnos hasta matarnos. Nuestro retorno a la caverna.
Los colombianos necesitamos un ejercicio de reflexión sincera que nos lleve a identificar las causas profundas de esta crisis de desigualdad y desequilibrio social. Son muchas. Un país cuya juventud percibe el pesimismo que padecen nuestros jóvenes es un país sin futuro. Las causas de tamaña situación confluyen en la más grave de todas: la corrupción sistémica que padece nuestra sociedad. Somos corruptos de una u otra manera. En asuntos elementales y en asuntos serios. En todos los niveles de nuestra estructura social. Si queremos cambiar de verdad debemos iniciar por erradicar de nuestra sociedad toda forma de corrupción.
La corrupción se gesta por nuestra propensión natural a hacer trampa. Sí. Somos tramposos. Disfrutamos, alardeamos, presumimos, de ser tramposos, de creernos más vivos que los demás, de coger atajos no permitidos, de incumplir las normas por el placer de incumplirlas.
Le hacemos trampa a todo. Y la más grande de todas es la trampa a nuestro futuro como sociedad cuando engañamos a la democracia. La engañamos de muchas maneras: cuando negociamos la justicia, cuando compramos los honores, cuando elegimos mal, cuando alteramos resultados, cuando compramos o vendemos votos, cuando defendemos intereses particulares y deleznables, cuando transamos los cargos, cuando el miedo nos intimida para hacernos callar.
En esas pésimas costumbres radica la génesis de nuestros graves problemas. Valledupar y el Cesar están postrados por esas mañas que han atrasado nuestro porvenir. Caímos en nuestra propia trampa. Fuimos víctimas de nosotros mismos. Y la única manera para salir de semejante infierno es dejar de hacernos trampa.
Debemos aprender a caminar erguidos con responsabilidad social, henchidos de dignidad, siendo rigurosamente serios. Mientras no hagamos el esfuerzo de lograr este propósito seguiremos metidos en la ratonera donde se esconden las ratas para planear estrategias de sobrevivencia en medio de las trampas. Los colombianos y los cesarenses no debemos permitir más trampas. Esa es nuestra única posibilidad de construir región y patria que tengan viabilidad y futuro.