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Columnista - 6 septiembre, 2023

La tragedia que se evitó

Ayer martes llegué a mi residencia al mediodía y siempre a esa hora hay congestión vehicular porque salen de clases niños y jóvenes (de ambos sexos) quienes estudian en un colegio privado frente a mi casa. Sus padres y familiares los esperan afuera. 

Ayer martes llegué a mi residencia al mediodía y siempre a esa hora hay congestión vehicular porque salen de clases niños y jóvenes (de ambos sexos) quienes estudian en un colegio privado frente a mi casa. Sus padres y familiares los esperan afuera. 

Les cuento que ya estoy “casi” acostumbrado, después de 11 años, al trancón diario, pero es asunto de 3 o 4 minutos. A veces encuentro bloqueado hasta mi garaje, con motos y carros por todas partes. Uno de mis hijos también tiene su carro y llega del trabajo a la misma hora y sufre del mismo problema repentino, que sabemos soportar.  

 Eso sí, nunca había tenido ningún inconveniente de cruces de palabras ni ofensas con nadie. Para pelear se necesitan dos o más. Pero ayer “casi” pasa un altercado que hoy estaríamos lamentando. 

Llegué, repito, a mi casa a parquear y encontré un Mazda 2 del cual voy a obviar la identificación de su placa. Seguramente esperaba a un estudiante familiar. Le dije al conductor que moviera su carro para poder ingresar el mío a mi parqueadero, pero hizo caso omiso. Le reiteré la petición y hasta alzando un poco la voz le manifesté que estaba mal parqueado.

El chofer, del Mazda salió un poco furioso de su carro alegando sus derechos y señalando que ya había corrido un poco su carro, que la carretera era libre para todos. 

Le hice caer en la cuenta que estaba obstruyendo el paso para mi garaje, pero se hizo el desentendido. Uno de mis hijos salió a mover su carro, pensando que tenía obstruida la vía, pero se encontró con el impase del Mazda.

Hubo roces de palabras entre ambos y yo decidí acabar la leve discusión, corriendo mi carro a otro lugar. Segundos después el chofer del Mazda también se fue. El problema se había solucionado sin más altercado y es aquí en donde me nació escribir esta columna literaria. 

Imaginemos que yo llego en mi carro a mí casa, procedente de mi trabajo como docente de la Universidad Popular del Cesar y me encuentro que no hay acceso al garaje, porque un Mazda obstruye el paso y el chofer impávido está adentro del carro chateando con su celular. Le pido que corra un poco el vehículo y dice que no va a mover el carro.

Entonces sale uno de mis hijos y un vecino reclamando. Tanto el chofer como mi hijo y yo nos trenzamos en una discusión “estúpida” y de allí se suscita una agresión física porque nosotros nos ofendemos y el chofer también se ofende. 

Yo no sé quién es el chofer del Mazda, primera vez que lo veo, de pronto tiene un arma de fuego. Él tampoco sabe quién soy yo, tampoco sabe que yo uso un arma de fuego.  

Nos centramos en una de esas discusiones que ninguno y todos tenemos la razón.  Los ánimos se van calentando y de pronto todo se convierte en una tragedia.  

Llegan familiares del chofer del Mazda, gritando y empechando, amenazando que “ustedes no saben quiénes somos nosotros” y también llegan mis familiares diciendo que “ellos tampoco saben quiénes somos nosotros”.

Sin embargo, yo y mi hijo tomamos la mejor decisión y el chofer del Mazda también hizo lo mismo, la discusión acabó. Es decir, pasó lo que debe pasar en una sociedad civilizada, razonar no para crear espacios que puedan generar conflictos trágicos entre personas, es concebir espacios de convivencias. “La mejor pelea es la que no se hace, no la que se gana”. Hasta la próxima semana.

Por Aquilino Cotes Zuleta.

Columnista
6 septiembre, 2023

La tragedia que se evitó

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Aquilino Cotes Zuleta

Ayer martes llegué a mi residencia al mediodía y siempre a esa hora hay congestión vehicular porque salen de clases niños y jóvenes (de ambos sexos) quienes estudian en un colegio privado frente a mi casa. Sus padres y familiares los esperan afuera. 


Ayer martes llegué a mi residencia al mediodía y siempre a esa hora hay congestión vehicular porque salen de clases niños y jóvenes (de ambos sexos) quienes estudian en un colegio privado frente a mi casa. Sus padres y familiares los esperan afuera. 

Les cuento que ya estoy “casi” acostumbrado, después de 11 años, al trancón diario, pero es asunto de 3 o 4 minutos. A veces encuentro bloqueado hasta mi garaje, con motos y carros por todas partes. Uno de mis hijos también tiene su carro y llega del trabajo a la misma hora y sufre del mismo problema repentino, que sabemos soportar.  

 Eso sí, nunca había tenido ningún inconveniente de cruces de palabras ni ofensas con nadie. Para pelear se necesitan dos o más. Pero ayer “casi” pasa un altercado que hoy estaríamos lamentando. 

Llegué, repito, a mi casa a parquear y encontré un Mazda 2 del cual voy a obviar la identificación de su placa. Seguramente esperaba a un estudiante familiar. Le dije al conductor que moviera su carro para poder ingresar el mío a mi parqueadero, pero hizo caso omiso. Le reiteré la petición y hasta alzando un poco la voz le manifesté que estaba mal parqueado.

El chofer, del Mazda salió un poco furioso de su carro alegando sus derechos y señalando que ya había corrido un poco su carro, que la carretera era libre para todos. 

Le hice caer en la cuenta que estaba obstruyendo el paso para mi garaje, pero se hizo el desentendido. Uno de mis hijos salió a mover su carro, pensando que tenía obstruida la vía, pero se encontró con el impase del Mazda.

Hubo roces de palabras entre ambos y yo decidí acabar la leve discusión, corriendo mi carro a otro lugar. Segundos después el chofer del Mazda también se fue. El problema se había solucionado sin más altercado y es aquí en donde me nació escribir esta columna literaria. 

Imaginemos que yo llego en mi carro a mí casa, procedente de mi trabajo como docente de la Universidad Popular del Cesar y me encuentro que no hay acceso al garaje, porque un Mazda obstruye el paso y el chofer impávido está adentro del carro chateando con su celular. Le pido que corra un poco el vehículo y dice que no va a mover el carro.

Entonces sale uno de mis hijos y un vecino reclamando. Tanto el chofer como mi hijo y yo nos trenzamos en una discusión “estúpida” y de allí se suscita una agresión física porque nosotros nos ofendemos y el chofer también se ofende. 

Yo no sé quién es el chofer del Mazda, primera vez que lo veo, de pronto tiene un arma de fuego. Él tampoco sabe quién soy yo, tampoco sabe que yo uso un arma de fuego.  

Nos centramos en una de esas discusiones que ninguno y todos tenemos la razón.  Los ánimos se van calentando y de pronto todo se convierte en una tragedia.  

Llegan familiares del chofer del Mazda, gritando y empechando, amenazando que “ustedes no saben quiénes somos nosotros” y también llegan mis familiares diciendo que “ellos tampoco saben quiénes somos nosotros”.

Sin embargo, yo y mi hijo tomamos la mejor decisión y el chofer del Mazda también hizo lo mismo, la discusión acabó. Es decir, pasó lo que debe pasar en una sociedad civilizada, razonar no para crear espacios que puedan generar conflictos trágicos entre personas, es concebir espacios de convivencias. “La mejor pelea es la que no se hace, no la que se gana”. Hasta la próxima semana.

Por Aquilino Cotes Zuleta.