Por: Gustavo Cotes Medina La necesidad sentida e inaplazable de transformar el campo colombiano es una prioridad y una ilusión para llegar a pensar en darle un revolcón a un sector donde existe un atraso enorme y donde habita alrededor de una cuarta parte de la población colombiana, lo cual nos recuerda en forma permanente […]
Por: Gustavo Cotes Medina
La necesidad sentida e inaplazable de transformar el campo colombiano es una prioridad y una ilusión para llegar a pensar en darle un revolcón a un sector donde existe un atraso enorme y donde habita alrededor de una cuarta parte de la población colombiana, lo cual nos recuerda en forma permanente nuestra descendencia campesina.
Los indicadores de calidad de vida, violencia, servicios públicos y distribución de la propiedad son desalentadores y nos ubican en una región con una pobreza rural de las más altas de América Latina, donde la indigencia, el analfabetismo y la desnutrición nos hacen sonrojar y obligan a los jóvenes a emigrar, especialmente a las ciudades capitales, en busca de trabajo y otras oportunidades.
Colombia es un país muy rico en recursos hídricos donde la gran mayoría de sus tierras está dedicada a la ganadería y solo una quinta parte son utilizadas para la agricultura. Esta tendencia inequitativa, muy cercana a lo absurdo, no ha sido cambiada en el tiempo, a pesar de los esfuerzos adelantados por varios gobiernos con distintas filosofías.
Agarrados de la mano con la situación anterior, está la presencia de los diferentes grupos armados que son responsables de un vergonzante despojo de tierras que ha causado varios millones de campesinos desplazados. Es innegable que se necesitan acciones coordinadas y coherentes que permitan darle un vuelco a la situación del campo. Agente natural de estos cambios es la correcta y oportuna aplicación de la ley de víctimas y tierras porque con ellas se hace justicia y se les devuelve a sus verdaderos dueños lo que les pertenece.
En el planeta tierra donde la población alcanzó los 7.000 millones de habitantes y en veinte años estará en 9.000 millones, es una verdad que la demanda de los alimentos crecerá en un 50% y las naciones que tengan una gran vocación agrícola cuentan con una oportunidad única porque los precios de los alimentos están alcanzando máximos históricos. Argentina y Brasil así lo están demostrando. ¡El futuro es el campo. La agricultura es un camino!
La ley de desarrollo rural que se presentará en el Congreso colombiano persigue mejorar la calidad de vida en las zonas rurales, busca más salud, mejor educación, infraestructura, vivienda, vías, riego y asistencia técnica; además de sanear y poner un orden en los derechos de la propiedad y el uso de la tierra, protegiendo las reservas ambientales y recuperando los terrenos baldíos de la Nación.
Está claro que las metas y ambiciones de esta ley son de difícil alcance y aplicación, pero también es una verdad inmensa que en Colombia no se puede conseguir la paz sin desarrollar sus zonas rurales. Esperamos que más temprano que tarde nuestro país encuentre rutas seguras y pueda avanzar en la dirección correcta.
Los hijos de nuestros hijos merecen vivir en un mejor país, pero tenemos que entregarles una Nación en paz, con grandes proyectos agroindustriales y corrigiendo las inequidades existentes. ¡Para los nietos la tierra debe significar vida, pero sin llamas y con agua!
Por: Gustavo Cotes Medina La necesidad sentida e inaplazable de transformar el campo colombiano es una prioridad y una ilusión para llegar a pensar en darle un revolcón a un sector donde existe un atraso enorme y donde habita alrededor de una cuarta parte de la población colombiana, lo cual nos recuerda en forma permanente […]
Por: Gustavo Cotes Medina
La necesidad sentida e inaplazable de transformar el campo colombiano es una prioridad y una ilusión para llegar a pensar en darle un revolcón a un sector donde existe un atraso enorme y donde habita alrededor de una cuarta parte de la población colombiana, lo cual nos recuerda en forma permanente nuestra descendencia campesina.
Los indicadores de calidad de vida, violencia, servicios públicos y distribución de la propiedad son desalentadores y nos ubican en una región con una pobreza rural de las más altas de América Latina, donde la indigencia, el analfabetismo y la desnutrición nos hacen sonrojar y obligan a los jóvenes a emigrar, especialmente a las ciudades capitales, en busca de trabajo y otras oportunidades.
Colombia es un país muy rico en recursos hídricos donde la gran mayoría de sus tierras está dedicada a la ganadería y solo una quinta parte son utilizadas para la agricultura. Esta tendencia inequitativa, muy cercana a lo absurdo, no ha sido cambiada en el tiempo, a pesar de los esfuerzos adelantados por varios gobiernos con distintas filosofías.
Agarrados de la mano con la situación anterior, está la presencia de los diferentes grupos armados que son responsables de un vergonzante despojo de tierras que ha causado varios millones de campesinos desplazados. Es innegable que se necesitan acciones coordinadas y coherentes que permitan darle un vuelco a la situación del campo. Agente natural de estos cambios es la correcta y oportuna aplicación de la ley de víctimas y tierras porque con ellas se hace justicia y se les devuelve a sus verdaderos dueños lo que les pertenece.
En el planeta tierra donde la población alcanzó los 7.000 millones de habitantes y en veinte años estará en 9.000 millones, es una verdad que la demanda de los alimentos crecerá en un 50% y las naciones que tengan una gran vocación agrícola cuentan con una oportunidad única porque los precios de los alimentos están alcanzando máximos históricos. Argentina y Brasil así lo están demostrando. ¡El futuro es el campo. La agricultura es un camino!
La ley de desarrollo rural que se presentará en el Congreso colombiano persigue mejorar la calidad de vida en las zonas rurales, busca más salud, mejor educación, infraestructura, vivienda, vías, riego y asistencia técnica; además de sanear y poner un orden en los derechos de la propiedad y el uso de la tierra, protegiendo las reservas ambientales y recuperando los terrenos baldíos de la Nación.
Está claro que las metas y ambiciones de esta ley son de difícil alcance y aplicación, pero también es una verdad inmensa que en Colombia no se puede conseguir la paz sin desarrollar sus zonas rurales. Esperamos que más temprano que tarde nuestro país encuentre rutas seguras y pueda avanzar en la dirección correcta.
Los hijos de nuestros hijos merecen vivir en un mejor país, pero tenemos que entregarles una Nación en paz, con grandes proyectos agroindustriales y corrigiendo las inequidades existentes. ¡Para los nietos la tierra debe significar vida, pero sin llamas y con agua!