“¿Alguna vez han visto El Correcaminos?” preguntó el profesor Gordon, mientras tras los desgastados cristales de aumento su cándida mirada nos escrutaba a todos queriendo tantear su propia vejez. “¿Se acuerdan cómo el Coyote lo perseguía aun cuando se le acababa el suelo del risco y solo hasta cuando miraba hacia abajo se caía?”, siguió, […]
“¿Alguna vez han visto El Correcaminos?” preguntó el profesor Gordon, mientras tras los desgastados cristales de aumento su cándida mirada nos escrutaba a todos queriendo tantear su propia vejez. “¿Se acuerdan cómo el Coyote lo perseguía aun cuando se le acababa el suelo del risco y solo hasta cuando miraba hacia abajo se caía?”, siguió, tras lo cual un murmullo generalizado de afirmación se extendió por el salón, como una ola de conocimiento repentino que nos golpeaba por sorpresa. “Bueno, así también funcionan las burbujas. Nosotros seguimos despertando de la pesadilla de 2008”.
Y entonces entornó los ojos hacia el infinito con una mezcla grisácea de arrepentimiento y frustración, el mismo gesto que habría de ver en los rostros de los brokers impresos en la portada del Wall Street Journal que esta semana tomé prestado del tapete de la vecina que no ha vuelto de sus vacaciones. La sombra sigue ahí, posada como una nube de tormenta latente, como el mal recuerdo del diluvio que nos cogió sin sombrilla ni arca. Cada número rojo con el que cierra el Dow Jones es una brasa ardiente que reaviva los temores ocultos de los norteamericanos. El profesor Gordon calla, observa su celular y tras unos segundos suspira con alivio contagioso, “Sorry, just checking the market” se disculpa con una sonrisa cansina.
“Alberto, ¿cómo es posible que se quiebre un banco de Estados Unidos?” exclamó Julito mientras me afeitaba torpemente el mentón esa mañana en la que Lehman Brothers declaraba su bancarrota y a miles de kilómetros de mi baño en Bogotá sus empleados salían a las adoquinadas calles del downtown con sus pertenencias en cajas húmedas en lágrimas. Un día que aunque no lo sabíamos en ese momento, habría de cambiar para siempre la historia de la banca mundial y acabaría de un tajo con varios modelos de negocios estructurados sobre castillos de naipes que habrían de colapsar estrepitosamente aquel septiembre negro.
Porque el mercado es así, una diva que no se corrige lenta e imperceptiblemente dando espacio de maniobra para una potencial respuesta, sino que te castiga con abruptas descolgadas de millones de dólares que para cuando se reflejan en tu pantalla ya es demasiado tarde. Hoy, diez años después, la caída más dramática de la bolsa desde 2011 vuelve a encender las alarmas y a preocupar a los inversionistas ¿Qué será esta vez lo que haga “pop”? ¿El inestable Bitcoin? ¿Tal vez una pirámide sin identificar? Los demonios con el poder de desestabilizar el mercado están agazapados en cada tilín tilín de la campana que marca el inicio de la jornada.
El profesor Gordon sale del trance en que se ha sumido, sacude su cabeza para alejar los malos augurios de aquel pasado remoto y termina su clase explicando cómo a pesar de las enseñanzas recogidas entre los escombros de ese año la inminencia del desastre continuará estando allí. Toma su teléfono de nuevo, esboza una amplia sonrisa y celebra “¡Cerramos al alza! ¡El Coyote encontró la forma de trepar el risco un día más!”.
[email protected]
@FuadChacon
“¿Alguna vez han visto El Correcaminos?” preguntó el profesor Gordon, mientras tras los desgastados cristales de aumento su cándida mirada nos escrutaba a todos queriendo tantear su propia vejez. “¿Se acuerdan cómo el Coyote lo perseguía aun cuando se le acababa el suelo del risco y solo hasta cuando miraba hacia abajo se caía?”, siguió, […]
“¿Alguna vez han visto El Correcaminos?” preguntó el profesor Gordon, mientras tras los desgastados cristales de aumento su cándida mirada nos escrutaba a todos queriendo tantear su propia vejez. “¿Se acuerdan cómo el Coyote lo perseguía aun cuando se le acababa el suelo del risco y solo hasta cuando miraba hacia abajo se caía?”, siguió, tras lo cual un murmullo generalizado de afirmación se extendió por el salón, como una ola de conocimiento repentino que nos golpeaba por sorpresa. “Bueno, así también funcionan las burbujas. Nosotros seguimos despertando de la pesadilla de 2008”.
Y entonces entornó los ojos hacia el infinito con una mezcla grisácea de arrepentimiento y frustración, el mismo gesto que habría de ver en los rostros de los brokers impresos en la portada del Wall Street Journal que esta semana tomé prestado del tapete de la vecina que no ha vuelto de sus vacaciones. La sombra sigue ahí, posada como una nube de tormenta latente, como el mal recuerdo del diluvio que nos cogió sin sombrilla ni arca. Cada número rojo con el que cierra el Dow Jones es una brasa ardiente que reaviva los temores ocultos de los norteamericanos. El profesor Gordon calla, observa su celular y tras unos segundos suspira con alivio contagioso, “Sorry, just checking the market” se disculpa con una sonrisa cansina.
“Alberto, ¿cómo es posible que se quiebre un banco de Estados Unidos?” exclamó Julito mientras me afeitaba torpemente el mentón esa mañana en la que Lehman Brothers declaraba su bancarrota y a miles de kilómetros de mi baño en Bogotá sus empleados salían a las adoquinadas calles del downtown con sus pertenencias en cajas húmedas en lágrimas. Un día que aunque no lo sabíamos en ese momento, habría de cambiar para siempre la historia de la banca mundial y acabaría de un tajo con varios modelos de negocios estructurados sobre castillos de naipes que habrían de colapsar estrepitosamente aquel septiembre negro.
Porque el mercado es así, una diva que no se corrige lenta e imperceptiblemente dando espacio de maniobra para una potencial respuesta, sino que te castiga con abruptas descolgadas de millones de dólares que para cuando se reflejan en tu pantalla ya es demasiado tarde. Hoy, diez años después, la caída más dramática de la bolsa desde 2011 vuelve a encender las alarmas y a preocupar a los inversionistas ¿Qué será esta vez lo que haga “pop”? ¿El inestable Bitcoin? ¿Tal vez una pirámide sin identificar? Los demonios con el poder de desestabilizar el mercado están agazapados en cada tilín tilín de la campana que marca el inicio de la jornada.
El profesor Gordon sale del trance en que se ha sumido, sacude su cabeza para alejar los malos augurios de aquel pasado remoto y termina su clase explicando cómo a pesar de las enseñanzas recogidas entre los escombros de ese año la inminencia del desastre continuará estando allí. Toma su teléfono de nuevo, esboza una amplia sonrisa y celebra “¡Cerramos al alza! ¡El Coyote encontró la forma de trepar el risco un día más!”.
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@FuadChacon