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Columnista - 21 junio, 2015

La tempestad

Había sido un día largo y extenuante. Una multitud había venido a escuchar al Maestro: muchos estaban deseosos de sus “palabras de vida”, otros venían atraídos por sus milagros, algunos tenían la esperanza de que en algún momento del discurso declarara la guerra a Roma, otros querían espiarle o tenderle trampas para luego acusarle ante […]

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Había sido un día largo y extenuante. Una multitud había venido a escuchar al Maestro: muchos estaban deseosos de sus “palabras de vida”, otros venían atraídos por sus milagros, algunos tenían la esperanza de que en algún momento del discurso declarara la guerra a Roma, otros querían espiarle o tenderle trampas para luego acusarle ante las autoridades. Jesús inspira amores y odios, admiración y repulsión, envidia, celos, simpatía…

El peso del día y el calor de la jornada habían agotado tanto los cuerpos como las mentes de Jesús y sus discípulos, que sólo querían ahora retirarse a descansar. Lejos del bullicio podrían finalmente quitar las sandalias de sus polvorientos pies, comer y beber algo, dialogar un poco y, finalmente, dormir. Las últimas personas ya se retiraban, la tarde caía y los últimos rayos de sol eran testigos de la agonía de aquella jornada. ¡Vamos a la otra orilla del lago! Los discípulos ya estaban acostumbrándose a las ocurrencias de Jesús, pero ésta sí que los tomó por sorpresa. Querían una cama, no el movimiento de las olas. Sin embargo, habían comprendido que la vida no consiste en hacer siempre lo que uno quiere sino en hacer la voluntad de Dios.

La barca se alejó de tierra y el sol ya no alumbró más. Las tinieblas lo cubrieron todo y Jesús, vencido por el cansancio, se quedó dormido. Se levantó una tempestad y las olas, empujadas por el viento, amenazaban con hacer naufragar la nave. Los discípulos, curtidos pescadores, hacían mil maniobras para mantener a salvo la embarcación, pero Jesús parecía no enterarse de lo que estaba ocurriendo: seguía dormido. “¡Maestro! ¿Acaso no te importa que perezcamos?” Él se despertó y dijo al viento y al mar: “¡Calla, enmudece!” De inmediato sobrevino una gran bonanza y también el reproche de Jesús: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”

Quienes creen en Dios muchas veces en su vida han de vivir la misma experiencia de los discípulos, y se preguntarán: ¿Dónde está Dios? ¿Acaso no le importa lo que me ocurre? ¿Por qué me ha abandonado? ¿Realmente le interesa lo que me pasa? En muchas ocasiones Dios guarda silencio, no porque necesite probar nuestra fe (eso desdiría de su omnisciencia), sino porque somos nosotros quienes necesitamos comprobar qué tan grande es nuestra confianza en Él. ¡Y vaya que esos momentos nos hacen ver cuán pobres somos! Desesperados pensamos que ha llegado el final, que no hay solución y que nos encontramos ante un callejón sin salida. Entonces nuestra desesperación nos obliga a pedir auxilio y nuestras miradas agonizantes se dirigen al cielo. La tempestad se calma y somos una y otra vez testigos que no somos el juguete de un dios caprichoso, sino los hijos predilectos del Dios eterno. Damos gracias, prometemos y hasta cambiamos ciertas cosas de nuestra vida, hasta que… el tiempo y la rutina nuevamente anquilosen nuestra fe y se haga necesaria una nueva tempestad.

Post Scriptum: El comercio ha celebrado tres fines de semana seguidos el día del padre, las Farc siguen jugando a su antojo con el gobierno y las esperanzas de paz de los colombianos, el abanico político se agita en el Cesar y muchos lobos se visten de ovejas para ganar los votos de un pueblo que no tiene memoria… ¿Será necesaria una tempestad a gran escala? Feliz domingo.

Columnista
21 junio, 2015

La tempestad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Había sido un día largo y extenuante. Una multitud había venido a escuchar al Maestro: muchos estaban deseosos de sus “palabras de vida”, otros venían atraídos por sus milagros, algunos tenían la esperanza de que en algún momento del discurso declarara la guerra a Roma, otros querían espiarle o tenderle trampas para luego acusarle ante […]


Había sido un día largo y extenuante. Una multitud había venido a escuchar al Maestro: muchos estaban deseosos de sus “palabras de vida”, otros venían atraídos por sus milagros, algunos tenían la esperanza de que en algún momento del discurso declarara la guerra a Roma, otros querían espiarle o tenderle trampas para luego acusarle ante las autoridades. Jesús inspira amores y odios, admiración y repulsión, envidia, celos, simpatía…

El peso del día y el calor de la jornada habían agotado tanto los cuerpos como las mentes de Jesús y sus discípulos, que sólo querían ahora retirarse a descansar. Lejos del bullicio podrían finalmente quitar las sandalias de sus polvorientos pies, comer y beber algo, dialogar un poco y, finalmente, dormir. Las últimas personas ya se retiraban, la tarde caía y los últimos rayos de sol eran testigos de la agonía de aquella jornada. ¡Vamos a la otra orilla del lago! Los discípulos ya estaban acostumbrándose a las ocurrencias de Jesús, pero ésta sí que los tomó por sorpresa. Querían una cama, no el movimiento de las olas. Sin embargo, habían comprendido que la vida no consiste en hacer siempre lo que uno quiere sino en hacer la voluntad de Dios.

La barca se alejó de tierra y el sol ya no alumbró más. Las tinieblas lo cubrieron todo y Jesús, vencido por el cansancio, se quedó dormido. Se levantó una tempestad y las olas, empujadas por el viento, amenazaban con hacer naufragar la nave. Los discípulos, curtidos pescadores, hacían mil maniobras para mantener a salvo la embarcación, pero Jesús parecía no enterarse de lo que estaba ocurriendo: seguía dormido. “¡Maestro! ¿Acaso no te importa que perezcamos?” Él se despertó y dijo al viento y al mar: “¡Calla, enmudece!” De inmediato sobrevino una gran bonanza y también el reproche de Jesús: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”

Quienes creen en Dios muchas veces en su vida han de vivir la misma experiencia de los discípulos, y se preguntarán: ¿Dónde está Dios? ¿Acaso no le importa lo que me ocurre? ¿Por qué me ha abandonado? ¿Realmente le interesa lo que me pasa? En muchas ocasiones Dios guarda silencio, no porque necesite probar nuestra fe (eso desdiría de su omnisciencia), sino porque somos nosotros quienes necesitamos comprobar qué tan grande es nuestra confianza en Él. ¡Y vaya que esos momentos nos hacen ver cuán pobres somos! Desesperados pensamos que ha llegado el final, que no hay solución y que nos encontramos ante un callejón sin salida. Entonces nuestra desesperación nos obliga a pedir auxilio y nuestras miradas agonizantes se dirigen al cielo. La tempestad se calma y somos una y otra vez testigos que no somos el juguete de un dios caprichoso, sino los hijos predilectos del Dios eterno. Damos gracias, prometemos y hasta cambiamos ciertas cosas de nuestra vida, hasta que… el tiempo y la rutina nuevamente anquilosen nuestra fe y se haga necesaria una nueva tempestad.

Post Scriptum: El comercio ha celebrado tres fines de semana seguidos el día del padre, las Farc siguen jugando a su antojo con el gobierno y las esperanzas de paz de los colombianos, el abanico político se agita en el Cesar y muchos lobos se visten de ovejas para ganar los votos de un pueblo que no tiene memoria… ¿Será necesaria una tempestad a gran escala? Feliz domingo.