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Columnista - 11 agosto, 2016

La sociedad de la que somos ciudadanos

Cuando la actitud, el comportamiento y la elección del individuo con respecto al hogar, la ciudad y la región se convierten cada vez más en el centro de atención, no es para esperar que las acciones individuales lo resuelvan todo, si no para oponerse a la opinión generalizada de que un solo individuo no puede […]

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Cuando la actitud, el comportamiento y la elección del individuo con respecto al hogar, la ciudad y la región se convierten cada vez más en el centro de atención, no es para esperar que las acciones individuales lo resuelvan todo, si no para oponerse a la opinión generalizada de que un solo individuo no puede hacer “nada en absoluto”.

En primer lugar, el nivel del proyecto de vida individual tiene que ver más bien con la cuestión de una trasformación ecológica, desarrollando especialmente muchas maniobras triviales y estrategias aplicadas a más largo plazo por medio de las cuales se puede proyectar la vida cotidiana de forma ecológica. Más allá de esto, en el nivel de las reglamentaciones generales, se trata sin embargo de formas y normas para toda la sociedad, que por su parte, además, no se llevan a cabo directa o indirectamente sin la elección de los individuos y los mecanismos de la propia legislación social.

Las formas de vida gestionadas por convenciones sociales solo cobran naturaleza cuando son aceptadas y aplicadas por los individuos; de igual modo, la normas y reglamentaciones sociales que deben ser vinculantes para toda la sociedad dependen de la legitimación a través del proceso democrático de su puesto en práctica y de la aceptación de los individuos.

El concepto central de las formas y normas sociales podía ser de una sociedad social y ecológica, como la que se formuló por primera vez en 1994 en los Países Bajos (“unos Países Bajos sostenibles”) y se puso en marcha en 1996 en Suecia (“Una economía acorde con el Medio Ambiente”). Sin embargo, en otros países el camino es más arduo, a pesar de que no faltan ideas. La base de una imagen social de sí misma así redefinida podría ser una ciudadanía que entiende de ecología y que se distingue por un sentimiento ciudadano ampliado en el espacio y el tiempo.
La conciencia del ciudadano ecológico no se detiene en las fronteras espaciales de la propia sociedad, ya que las interrelaciones ecológicas llegan mucho más allá y a fin de cuenta, la solución de problemas ecológicos solamente puede tener lugar fuera de esas fronteras.

Por lo demás, la sociedad ecológica le reconoce derecho no solo a aquellos que actualmente son sus ciudadanos, sino también a las generaciones futuras que están por nacer, igual que por otro lado forman parte de ellas las generaciones pasadas, cuya labor tiene que agradecer la sociedad actual en todos los aspectos.

Sin duda, las cuestiones de poder, más que las cuestiones objetivas, desempeñan un papel central en la realización de un concepto de este tipo; aquellos que nos preocupamos por una sociedad ecológica representamos sólo un grupo de interés entre tantos otros, aun cuando pueden rebatir la discusión con el argumento de que un comportamiento ecológicamente inteligente trae consigo una utilidad general que preserva las bases vitales de todos, mientras que las ventajas a corto plazo de un comportamiento ecológicamente ignorante tendremos que pagarlas todos a lo largo de nuestra existencia.

NOTA: Señor alcalde Tuto Uhia, aplique medidas drásticas que busquen educar y sancionar ejemplarmente a los conductores que dejen mal parqueados sus vehículos en zonas prohibidas. Si no, busque un tangue de guerra blindado y se lo pasa por encima a vehículos mal estacionado tal como lo hizo el día 3 de agosto de 2011, el alcalde de Vilna, capital de Lituania.

Columnista
11 agosto, 2016

La sociedad de la que somos ciudadanos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

Cuando la actitud, el comportamiento y la elección del individuo con respecto al hogar, la ciudad y la región se convierten cada vez más en el centro de atención, no es para esperar que las acciones individuales lo resuelvan todo, si no para oponerse a la opinión generalizada de que un solo individuo no puede […]


Cuando la actitud, el comportamiento y la elección del individuo con respecto al hogar, la ciudad y la región se convierten cada vez más en el centro de atención, no es para esperar que las acciones individuales lo resuelvan todo, si no para oponerse a la opinión generalizada de que un solo individuo no puede hacer “nada en absoluto”.

En primer lugar, el nivel del proyecto de vida individual tiene que ver más bien con la cuestión de una trasformación ecológica, desarrollando especialmente muchas maniobras triviales y estrategias aplicadas a más largo plazo por medio de las cuales se puede proyectar la vida cotidiana de forma ecológica. Más allá de esto, en el nivel de las reglamentaciones generales, se trata sin embargo de formas y normas para toda la sociedad, que por su parte, además, no se llevan a cabo directa o indirectamente sin la elección de los individuos y los mecanismos de la propia legislación social.

Las formas de vida gestionadas por convenciones sociales solo cobran naturaleza cuando son aceptadas y aplicadas por los individuos; de igual modo, la normas y reglamentaciones sociales que deben ser vinculantes para toda la sociedad dependen de la legitimación a través del proceso democrático de su puesto en práctica y de la aceptación de los individuos.

El concepto central de las formas y normas sociales podía ser de una sociedad social y ecológica, como la que se formuló por primera vez en 1994 en los Países Bajos (“unos Países Bajos sostenibles”) y se puso en marcha en 1996 en Suecia (“Una economía acorde con el Medio Ambiente”). Sin embargo, en otros países el camino es más arduo, a pesar de que no faltan ideas. La base de una imagen social de sí misma así redefinida podría ser una ciudadanía que entiende de ecología y que se distingue por un sentimiento ciudadano ampliado en el espacio y el tiempo.
La conciencia del ciudadano ecológico no se detiene en las fronteras espaciales de la propia sociedad, ya que las interrelaciones ecológicas llegan mucho más allá y a fin de cuenta, la solución de problemas ecológicos solamente puede tener lugar fuera de esas fronteras.

Por lo demás, la sociedad ecológica le reconoce derecho no solo a aquellos que actualmente son sus ciudadanos, sino también a las generaciones futuras que están por nacer, igual que por otro lado forman parte de ellas las generaciones pasadas, cuya labor tiene que agradecer la sociedad actual en todos los aspectos.

Sin duda, las cuestiones de poder, más que las cuestiones objetivas, desempeñan un papel central en la realización de un concepto de este tipo; aquellos que nos preocupamos por una sociedad ecológica representamos sólo un grupo de interés entre tantos otros, aun cuando pueden rebatir la discusión con el argumento de que un comportamiento ecológicamente inteligente trae consigo una utilidad general que preserva las bases vitales de todos, mientras que las ventajas a corto plazo de un comportamiento ecológicamente ignorante tendremos que pagarlas todos a lo largo de nuestra existencia.

NOTA: Señor alcalde Tuto Uhia, aplique medidas drásticas que busquen educar y sancionar ejemplarmente a los conductores que dejen mal parqueados sus vehículos en zonas prohibidas. Si no, busque un tangue de guerra blindado y se lo pasa por encima a vehículos mal estacionado tal como lo hizo el día 3 de agosto de 2011, el alcalde de Vilna, capital de Lituania.