El domingo 30 de enero el columnista de la Revista Semana, Daniel Coronell, publicó una excelente reflexión sobre el deber ser el periodista. Por considerar que esta es una apropiada y justa reflexión sobre el ejercicio periodístico y porque se parece a lo que pregona nuestra Política Editorial, con el propósito de hacer un periodismo […]
El domingo 30 de enero el columnista de la Revista Semana, Daniel Coronell, publicó una excelente reflexión sobre el deber ser el periodista. Por considerar que esta es una apropiada y justa reflexión sobre el ejercicio periodístico y porque se parece a lo que pregona nuestra Política Editorial, con el propósito de hacer un periodismo serio y responsable, publicamos su contenido en nuestro espacio editorial.
“La meta del periodismo no es tumbar funcionarios. Cuando el resultado de una investigación periodística es el retiro de alguien de un cargo público, ese hecho no debe considerarse como un éxito del reportero sino más bien como una prueba –por lo demás inusual– de cierta efectividad del control social.
De la misma manera cuando el funcionario se queda en el puesto a pesar de los hechos expuestos por el periodismo –que es lo que sucede la mayoría de las veces- tampoco se puede considerar un fracaso de quien informa.
La labor del reportero consiste en entregar información a los ciudadanos para que sepan lo que está pasando y así puedan tomar mejores decisiones.
Nuestro trabajo tampoco es impartir justicia. Llevar a los culpables a la cárcel o sacar de ella a los inocentes. Esas nobles misiones están confiadas a otras instancias de la sociedad. La tarea de los periodistas es más modesta –aunque esencial para la democracia- y consiste en que la gente conozca lo que está pasando. Si de ese conocimiento se deriva una acción de la justicia está muy bien, pero esa no es la meta solamente un efecto colateral -y poco frecuente- del trabajo informativo.
Por la misma razón, los periodistas no tenemos como función la de denunciar irregularidades ante la justicia o los organismos de control. Si esas instituciones se interesan y toman acciones a partir de una publicación, bienvenidas. Sin embargo, si no lo hacen el trabajo periodístico no se puede frustrar.
El periodista debe defender el derecho de los ciudadanos a saber lo que está pasando, cómo se toman las decisiones que los afectan y cómo se gasta el dinero público. El periodismo, cuando es genuino, debe ser un contrapoder. El periodista está para averiguar lo que no le conviene al poderoso y publicarlo. Para difundir lo que le conviene están las oficinas de prensa que son centros de propaganda y no de periodismo.
Un jefe de prensa no es un periodista. Cuando mucho puede ser que haya sido periodista antes y ahora esté en receso. Defender la versión de un funcionario, de una entidad pública, o de una empresa privada no es hacer periodismo sino relaciones públicas. Las relaciones públicas no solamente son distintas al periodismo sino que son contrarias.
No quiero decir con esto que la comunicación institucional, empresarial o las relaciones públicas sean actividades ilegítimas. Desde luego que son legítimas, pero no son periodismo.
Por eso, es importante que el periodista desconfíe de las versiones oficiales y jamás las asuma como ciertas. Reproducir comunicados acríticamente acaba con el derecho de los ciudadanos a conocer lo que sucede y –de paso- con la inteligencia del periodista.
Es necesario agotar diligentemente la búsqueda de los puntos de vista posibles sobre un hecho. Cuando un implicado declina la posibilidad de expresar su versión se debe advertir al lector que fue buscado y no quiso hablar. Su negativa no puede impedir la publicación de los hechos, de lo contrario le bastaría al interesado con no hablar para evitar la difusión de su falta.
Estamos obligados a verificar rigurosamente y a rectificar cuando nos equivocamos, sin tratar de disimular la equivocación y presentándola con tanta difusión como la publicación original. Nuestro compromiso es la responsabilidad, no la infalibilidad. Todos podemos equivocarnos. Debemos tratar de evitar los errores, pero si los cometemos debemos reconocerlos públicamente.
La relación entre el periodista y la fuente de información debe regirse por la independencia. Si existe una relación diferente a la de periodista-fuente, el reportero debe evitar cubrir eventos relacionados con esa persona y si resulta inevitable, advertirlo de manera clara a los televidentes, oyentes o lectores.
También el decoro y la independencia deben marcar el lenguaje público y privado en la relación con una fuente de información. Los reporteros no estamos para felicitar funcionarios, ni para disculparnos con ellos por lo que les pasa como consecuencia de sus acciones, ni para justificarlos, o desestimar las denuncias en su contra. Nuestra labor es preguntar lo que la gente necesita saber.
Un apunte final. El periodista no debe buscar el cariño o la aprobación de las fuentes, ni de los ciudadanos. Estamos para buscar verdades aunque a veces resulten desagradables y casi siempre inconvenientes”.
El domingo 30 de enero el columnista de la Revista Semana, Daniel Coronell, publicó una excelente reflexión sobre el deber ser el periodista. Por considerar que esta es una apropiada y justa reflexión sobre el ejercicio periodístico y porque se parece a lo que pregona nuestra Política Editorial, con el propósito de hacer un periodismo […]
El domingo 30 de enero el columnista de la Revista Semana, Daniel Coronell, publicó una excelente reflexión sobre el deber ser el periodista. Por considerar que esta es una apropiada y justa reflexión sobre el ejercicio periodístico y porque se parece a lo que pregona nuestra Política Editorial, con el propósito de hacer un periodismo serio y responsable, publicamos su contenido en nuestro espacio editorial.
“La meta del periodismo no es tumbar funcionarios. Cuando el resultado de una investigación periodística es el retiro de alguien de un cargo público, ese hecho no debe considerarse como un éxito del reportero sino más bien como una prueba –por lo demás inusual– de cierta efectividad del control social.
De la misma manera cuando el funcionario se queda en el puesto a pesar de los hechos expuestos por el periodismo –que es lo que sucede la mayoría de las veces- tampoco se puede considerar un fracaso de quien informa.
La labor del reportero consiste en entregar información a los ciudadanos para que sepan lo que está pasando y así puedan tomar mejores decisiones.
Nuestro trabajo tampoco es impartir justicia. Llevar a los culpables a la cárcel o sacar de ella a los inocentes. Esas nobles misiones están confiadas a otras instancias de la sociedad. La tarea de los periodistas es más modesta –aunque esencial para la democracia- y consiste en que la gente conozca lo que está pasando. Si de ese conocimiento se deriva una acción de la justicia está muy bien, pero esa no es la meta solamente un efecto colateral -y poco frecuente- del trabajo informativo.
Por la misma razón, los periodistas no tenemos como función la de denunciar irregularidades ante la justicia o los organismos de control. Si esas instituciones se interesan y toman acciones a partir de una publicación, bienvenidas. Sin embargo, si no lo hacen el trabajo periodístico no se puede frustrar.
El periodista debe defender el derecho de los ciudadanos a saber lo que está pasando, cómo se toman las decisiones que los afectan y cómo se gasta el dinero público. El periodismo, cuando es genuino, debe ser un contrapoder. El periodista está para averiguar lo que no le conviene al poderoso y publicarlo. Para difundir lo que le conviene están las oficinas de prensa que son centros de propaganda y no de periodismo.
Un jefe de prensa no es un periodista. Cuando mucho puede ser que haya sido periodista antes y ahora esté en receso. Defender la versión de un funcionario, de una entidad pública, o de una empresa privada no es hacer periodismo sino relaciones públicas. Las relaciones públicas no solamente son distintas al periodismo sino que son contrarias.
No quiero decir con esto que la comunicación institucional, empresarial o las relaciones públicas sean actividades ilegítimas. Desde luego que son legítimas, pero no son periodismo.
Por eso, es importante que el periodista desconfíe de las versiones oficiales y jamás las asuma como ciertas. Reproducir comunicados acríticamente acaba con el derecho de los ciudadanos a conocer lo que sucede y –de paso- con la inteligencia del periodista.
Es necesario agotar diligentemente la búsqueda de los puntos de vista posibles sobre un hecho. Cuando un implicado declina la posibilidad de expresar su versión se debe advertir al lector que fue buscado y no quiso hablar. Su negativa no puede impedir la publicación de los hechos, de lo contrario le bastaría al interesado con no hablar para evitar la difusión de su falta.
Estamos obligados a verificar rigurosamente y a rectificar cuando nos equivocamos, sin tratar de disimular la equivocación y presentándola con tanta difusión como la publicación original. Nuestro compromiso es la responsabilidad, no la infalibilidad. Todos podemos equivocarnos. Debemos tratar de evitar los errores, pero si los cometemos debemos reconocerlos públicamente.
La relación entre el periodista y la fuente de información debe regirse por la independencia. Si existe una relación diferente a la de periodista-fuente, el reportero debe evitar cubrir eventos relacionados con esa persona y si resulta inevitable, advertirlo de manera clara a los televidentes, oyentes o lectores.
También el decoro y la independencia deben marcar el lenguaje público y privado en la relación con una fuente de información. Los reporteros no estamos para felicitar funcionarios, ni para disculparnos con ellos por lo que les pasa como consecuencia de sus acciones, ni para justificarlos, o desestimar las denuncias en su contra. Nuestra labor es preguntar lo que la gente necesita saber.
Un apunte final. El periodista no debe buscar el cariño o la aprobación de las fuentes, ni de los ciudadanos. Estamos para buscar verdades aunque a veces resulten desagradables y casi siempre inconvenientes”.