La ruralidad no está en la conversación urbana como tampoco en la agenda política, ni pública ni gubernamental de las grandes ciudades. Tampoco conversa con lo urbano. Y ello invisibiliza la ruralidad y la vuelve marginal.
La ruralidad no está en la conversación urbana como tampoco en la agenda política, ni pública ni gubernamental de las grandes ciudades. Tampoco conversa con lo urbano. Y ello invisibiliza la ruralidad y la vuelve marginal.
La gente citadina no tiene idea, o solo una idea vaga, de la alta interdependencia de la urbe con lo rural y viceversa. No es consciente que de la ruralidad pende, entre otras cosas, el suministro de energía hidráulica, agua potable, alimentos, bienes y servicios ambientales, turísticos y paisajísticos que le proporciona a la urbe; o que en la ruralidad se cocina la violencia. Tampoco sabe cómo se producen los alimentos, el pan o el queso, por ejemplo.
La idea que tiene el ciudadano urbano es que lo urbano es una cosa y lo rural otra o que por un lado va lo urbano (por donde va él) y por el otro lo rural (ajeno a él) cuando hoy día eso no es así pero, la gente urbana, desconectada de lo rural, cree que es así; y por lo mismo, la ruralidad no tiene marco conversacional y no aparece en la agenda pública.
Las palabras ruralidad y agro no aparecen en el vocabulario de los candidatos a las alcaldías de las grandes ciudades, como tampoco en el del ciudadano urbano ni en el de los funcionarios de gobierno y ello perpetúa el estado de cosas, mantiene la brecha urbano rural y recrea mundos separados -campo y ciudad- cuando no lo son.
No todo ocurre en la ciudad como tampoco, no todo sucede en la ruralidad sino que entre los dos debe haber una relación simbiótica. Además, la ruralidad dejó de ser hace mucho tiempo solo agro aunque muchas políticas públicas no lo vean así. Y he ahí el meollo.
El enfoque y la literatura de ahora señalan que entre urbe y ruralidad existe un espacio continuo, interconectado y recíproco en muchos frentes y que además, las ciudades influyen, son influidas y son interdependientes en un continuo interconectado con lo rural a través de unos flujos recíprocos de bienes, servicios, mercado, personas, información, finanzas, relaciones sociales que crean vínculos. Lo rural no es solo agro sino que son vínculos. He ahí el enfoque.
Pero la ruralidad tiene, desde lo público, 3 “maldiciones”: i) la diseñan desde lo sectorial y no desde los vínculos urbanos-rurales y así la aíslan del resto; ii) la circunscriben a lo agrario; y iii) la desconectan de lo urbano como si fueran dos mundos apartes.
Ojalá que para estas elecciones y para los nuevos planes territoriales de desarrollo, las ciudades, los candidatos y las autoridades comprendan que el enfoque de los vínculos es la nueva forma de intervenir y relacionar, a través de la política pública, la ciudad con el campo; y que las ciudades sostenibles son las que fortalecen dichos vínculos porque no todo, como mucha gente cree, sucede en las ciudades.
La ruralidad no está en la conversación urbana como tampoco en la agenda política, ni pública ni gubernamental de las grandes ciudades. Tampoco conversa con lo urbano. Y ello invisibiliza la ruralidad y la vuelve marginal.
La ruralidad no está en la conversación urbana como tampoco en la agenda política, ni pública ni gubernamental de las grandes ciudades. Tampoco conversa con lo urbano. Y ello invisibiliza la ruralidad y la vuelve marginal.
La gente citadina no tiene idea, o solo una idea vaga, de la alta interdependencia de la urbe con lo rural y viceversa. No es consciente que de la ruralidad pende, entre otras cosas, el suministro de energía hidráulica, agua potable, alimentos, bienes y servicios ambientales, turísticos y paisajísticos que le proporciona a la urbe; o que en la ruralidad se cocina la violencia. Tampoco sabe cómo se producen los alimentos, el pan o el queso, por ejemplo.
La idea que tiene el ciudadano urbano es que lo urbano es una cosa y lo rural otra o que por un lado va lo urbano (por donde va él) y por el otro lo rural (ajeno a él) cuando hoy día eso no es así pero, la gente urbana, desconectada de lo rural, cree que es así; y por lo mismo, la ruralidad no tiene marco conversacional y no aparece en la agenda pública.
Las palabras ruralidad y agro no aparecen en el vocabulario de los candidatos a las alcaldías de las grandes ciudades, como tampoco en el del ciudadano urbano ni en el de los funcionarios de gobierno y ello perpetúa el estado de cosas, mantiene la brecha urbano rural y recrea mundos separados -campo y ciudad- cuando no lo son.
No todo ocurre en la ciudad como tampoco, no todo sucede en la ruralidad sino que entre los dos debe haber una relación simbiótica. Además, la ruralidad dejó de ser hace mucho tiempo solo agro aunque muchas políticas públicas no lo vean así. Y he ahí el meollo.
El enfoque y la literatura de ahora señalan que entre urbe y ruralidad existe un espacio continuo, interconectado y recíproco en muchos frentes y que además, las ciudades influyen, son influidas y son interdependientes en un continuo interconectado con lo rural a través de unos flujos recíprocos de bienes, servicios, mercado, personas, información, finanzas, relaciones sociales que crean vínculos. Lo rural no es solo agro sino que son vínculos. He ahí el enfoque.
Pero la ruralidad tiene, desde lo público, 3 “maldiciones”: i) la diseñan desde lo sectorial y no desde los vínculos urbanos-rurales y así la aíslan del resto; ii) la circunscriben a lo agrario; y iii) la desconectan de lo urbano como si fueran dos mundos apartes.
Ojalá que para estas elecciones y para los nuevos planes territoriales de desarrollo, las ciudades, los candidatos y las autoridades comprendan que el enfoque de los vínculos es la nueva forma de intervenir y relacionar, a través de la política pública, la ciudad con el campo; y que las ciudades sostenibles son las que fortalecen dichos vínculos porque no todo, como mucha gente cree, sucede en las ciudades.