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Columnista - 12 junio, 2010

La revolución de los borregos

Por: Luis Napoleón de Armas P. Los resultados electorales del 30 de mayo pasado son una vergüenza para un país como Colombia que registra pésimos indicadores a nivel mundial, en aspectos socioeconómicos clave. Comencemos diciendo que más de la mitad de los colombianos se marginó de los procesos electorales hace mucho tiempo. Es una amplia […]

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Por: Luis Napoleón de Armas P.

Los resultados electorales del 30 de mayo pasado son una vergüenza para un país como Colombia que registra pésimos indicadores a nivel mundial, en aspectos socioeconómicos clave. Comencemos diciendo que más de la mitad de los colombianos se marginó de los procesos electorales hace mucho tiempo. Es una amplia franja de la población que perdió la fe y por eso se ha refugiado en la guarida de la abstención, una mezcla de cobardía y de miedo; ver que cada día pasan frente a su casa el cadáver de algún díscolo o de algún desempleado que cayó en la redada de los falsos positivos, es para tener mucho miedo. Si no votan, les dicen, perderán la limosna (o la vida). Para ellos, la indiferencia está por encima de la fraternidad. Ellos son los que han permitido que el 20% de la población decida por todos, haciéndoles el juego a sus verdugos. Ellos permiten que esta sea una democracia restringida. Tanta indignidad no debería ser posible, pero la sangre esclava aún circula por las arterias de muchos colombianos que aún reaccionan como omínidos. El voto, aquí, está “sisbenizado” (sic) y secuestrado. Es curioso, como lo publicó el Heraldo, que JMS haya sacado en el Cesar la misma votación que obtuvo Uribe en el 2006. Cada famiaccionista tiene su código de control político; es un voto dado bajo inventario de las Familias en Acción que, según Lucho Garzón, es un partido; es un partido vasallo, añado yo, y se ha constituido en el quinto poder, bien manejado desde una central electrónica llamada Casa de Nariño. Este partido, a quien tratan de demostrarle que vive de la ayuda del presidente, porque reciben un mendrugo de pan, está haciendo la revolución de los borregos, una especie de involución social; es a esto a lo que István Mészáros denomina metabolismo social mediante el cual la sociedad reabsorbe su propia caca. A este partido se le amedrenta, se le monitorea como a los magistrados de la CSJ, y no se le permite votar libremente. ¿No es eso, acaso terrorismo? ¿No es terrorismo atacar las decisiones del poder judicial? ¡Maniqueísmo! Esta estrategia ha dado resultados. Además,  el régimen es experto en cortinas de humo; no contento con el espurio triunfo de mayo, el presidente Uribe arremete de nuevo contra el poder judicial, con epítetos nada decentes, juzgándolos, exponiéndolos a la vindicta de las fuerzas oscuras. El Vice Santos, que habla como niño quejoso, en Barranquilla repitió lo mismo. Este gobierno acostumbrado como está a defender, en los micrófonos, a delincuentes allegados, ahora criminaliza a quienes investigan a sus amigos. Este es un mal principio, pero no todo vale. Desconocer la autonomía de los otros poderes se llama dictadura civil. ¿Qué hacer, entonces? Es poco, pero hagámoslo bien dentro de las limitaciones democráticas con toda la dignidad. Para quienes miramos la forma de hacer la política de una manera diferente y cualificada, el 20 de junio es un reto ético pero bastante complejo; el margen de maniobra es infinitesimal pero sabemos que un partido de fúfbol se define en el último segundo, pese a tener un arbitraje cargado. Hay que hurgar las aguas mansas de la abstención, darle respiración boca a boca,  masajes en el corazón, e inyectarle una dosis de patriotismo gallardo para que temprano salga a votar contra la inequidad, la mentira, el miedo y en pro de una patria con equidad, paz y verde-amarilla. Otra opción es votar en blanco ya que Mockus no quiere ganar, su comportamiento político así lo indica, pero esto no le funciona en Colombia. Si eso no es posible, preparemos una lápida romana que diga, como al César: “Santos, los que van a morir te saludan”.
[email protected]

Columnista
12 junio, 2010

La revolución de los borregos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Por: Luis Napoleón de Armas P. Los resultados electorales del 30 de mayo pasado son una vergüenza para un país como Colombia que registra pésimos indicadores a nivel mundial, en aspectos socioeconómicos clave. Comencemos diciendo que más de la mitad de los colombianos se marginó de los procesos electorales hace mucho tiempo. Es una amplia […]


Por: Luis Napoleón de Armas P.

Los resultados electorales del 30 de mayo pasado son una vergüenza para un país como Colombia que registra pésimos indicadores a nivel mundial, en aspectos socioeconómicos clave. Comencemos diciendo que más de la mitad de los colombianos se marginó de los procesos electorales hace mucho tiempo. Es una amplia franja de la población que perdió la fe y por eso se ha refugiado en la guarida de la abstención, una mezcla de cobardía y de miedo; ver que cada día pasan frente a su casa el cadáver de algún díscolo o de algún desempleado que cayó en la redada de los falsos positivos, es para tener mucho miedo. Si no votan, les dicen, perderán la limosna (o la vida). Para ellos, la indiferencia está por encima de la fraternidad. Ellos son los que han permitido que el 20% de la población decida por todos, haciéndoles el juego a sus verdugos. Ellos permiten que esta sea una democracia restringida. Tanta indignidad no debería ser posible, pero la sangre esclava aún circula por las arterias de muchos colombianos que aún reaccionan como omínidos. El voto, aquí, está “sisbenizado” (sic) y secuestrado. Es curioso, como lo publicó el Heraldo, que JMS haya sacado en el Cesar la misma votación que obtuvo Uribe en el 2006. Cada famiaccionista tiene su código de control político; es un voto dado bajo inventario de las Familias en Acción que, según Lucho Garzón, es un partido; es un partido vasallo, añado yo, y se ha constituido en el quinto poder, bien manejado desde una central electrónica llamada Casa de Nariño. Este partido, a quien tratan de demostrarle que vive de la ayuda del presidente, porque reciben un mendrugo de pan, está haciendo la revolución de los borregos, una especie de involución social; es a esto a lo que István Mészáros denomina metabolismo social mediante el cual la sociedad reabsorbe su propia caca. A este partido se le amedrenta, se le monitorea como a los magistrados de la CSJ, y no se le permite votar libremente. ¿No es eso, acaso terrorismo? ¿No es terrorismo atacar las decisiones del poder judicial? ¡Maniqueísmo! Esta estrategia ha dado resultados. Además,  el régimen es experto en cortinas de humo; no contento con el espurio triunfo de mayo, el presidente Uribe arremete de nuevo contra el poder judicial, con epítetos nada decentes, juzgándolos, exponiéndolos a la vindicta de las fuerzas oscuras. El Vice Santos, que habla como niño quejoso, en Barranquilla repitió lo mismo. Este gobierno acostumbrado como está a defender, en los micrófonos, a delincuentes allegados, ahora criminaliza a quienes investigan a sus amigos. Este es un mal principio, pero no todo vale. Desconocer la autonomía de los otros poderes se llama dictadura civil. ¿Qué hacer, entonces? Es poco, pero hagámoslo bien dentro de las limitaciones democráticas con toda la dignidad. Para quienes miramos la forma de hacer la política de una manera diferente y cualificada, el 20 de junio es un reto ético pero bastante complejo; el margen de maniobra es infinitesimal pero sabemos que un partido de fúfbol se define en el último segundo, pese a tener un arbitraje cargado. Hay que hurgar las aguas mansas de la abstención, darle respiración boca a boca,  masajes en el corazón, e inyectarle una dosis de patriotismo gallardo para que temprano salga a votar contra la inequidad, la mentira, el miedo y en pro de una patria con equidad, paz y verde-amarilla. Otra opción es votar en blanco ya que Mockus no quiere ganar, su comportamiento político así lo indica, pero esto no le funciona en Colombia. Si eso no es posible, preparemos una lápida romana que diga, como al César: “Santos, los que van a morir te saludan”.
[email protected]