Ahora estamos en el libro II, en el que los contertulios continúan hablando acerca del tema de la justicia. Se suman Glaucón y Adimanto, hermanos entre sí.
Ahora estamos en el libro II, en el que los contertulios continúan hablando acerca del tema de la justicia. Se suman Glaucón y Adimanto, hermanos entre sí. El primero le solicita a Sócrates que ofrezca algunos argumentos que demuestren que hay comportamientos que, por sus consecuencias, son considerados justos. ¿O acaso somos justos los hombres porque tememos un castigo o deseamos una recompensa?
Después de diversos pareceres, surge la idea de que, independientemente de esos particulares, se requiere un gestor independiente de la justicia, dándose nacimiento así al Estado. Los amigos hablan entre sí, pero realmente son las ideas, a ratos de Sócrates y otras veces de Platón, las que allí se están exponiendo. Aquí hallamos las primeras manifestaciones de las teorías políticas contractualistas sobre la sociedad y el Estado, que divulgaron muchos siglos después pensadores como los ingleses Hobbes y Locke y el francés Rousseau.
Estas teorías sostienen que se renuncia a hacerse justicia por la propia mano para que sea otro, el Estado, quien la imparta. Exagerando a este respecto, podríamos afirmar que no somos justos por voluntad propia, sino por necesidad. Más adelante, Sócrates o Platón sostendrán que la justicia es una idea pura en sí misma.
Ahora bien, ¿qué suele pasar en la psicología de la persona justa y qué en la de la persona injusta? Sócrates les dice a sus amigos que, más que eso, el tema de la justicia debe abordarse en un contexto más amplio que el individual: a nivel de toda la sociedad. Pues debemos entender que la justicia es un juicio valorativo que, aplicado tanto a particulares como a la sociedad, debe tener la misma estructura lógica. En la comunidad, todos necesitamos de todos y, por tanto, hemos de colaborarnos recíprocamente en las diferentes actividades, lo que da nacimiento a la división del trabajo, de la que mucho más adelante se ocuparán las teorías económicas del capitalismo y del marxismo.
Según Platón, este intercambio da lugar al surgimiento de las clases sociales. La clase de los guardianes, que pone contención a los pleitos económicos entre los productores y enfrenta los conflictos internos y externos de la sociedad. Y la clase de los gobernantes y diplomáticos, quienes deben ocuparse del orden interno y atender las relaciones con los demás pueblos, orientados por la sabiduría.
Es pensamiento de Platón que la clase del pueblo está guiada por los apetitos, los cuales deben ser moderados por la virtud de la templanza. Mientras tanto, la clase de los guardianes, animada por el “timos” (el espíritu), es caracterizada por la fogosidad y la valentía. Sus integrantes han de ser feroces contra los enemigos y suaves con los amigos; sin embargo, deben estar atentos a la virtud de la prudencia.
Luego Platón plantea su teoría educativa.
Comienza diciendo que, hasta los 20 años, los jóvenes han de ser educados en la música y en la gimnasia. En la música no sólo se comprenden los cantos, los ritmos y las melodías, sino también la poesía, los relatos y las fábulas. Sin embargo, encuentra en estas últimas un obstáculo: las mentiras que suelen conllevar, consideradas indeseables por los malos ejemplos que ofrecen las narraciones inmorales. Por eso, propone suprimirlas de la educación, y critica las creaciones épicas de Homero, porque en ellas encontramos conductas equivocadas de los dioses, peleándose y engañándose unos a otros.
De este modo, Platón plantea, por primera vez en la historia del pensamiento filosófico, el concepto de divinidad como una entidad benevolente y jamás malévola. Sostiene que Dios no es un espíritu embustero, sino un ser bienhechor. Así, Platón deja de lado la mitología mentirosa y exalta a la divinidad bondadosa. A partir de entonces, nace el concepto religioso de unicidad buena.
Por: Rodrigo López Barros.
Ahora estamos en el libro II, en el que los contertulios continúan hablando acerca del tema de la justicia. Se suman Glaucón y Adimanto, hermanos entre sí.
Ahora estamos en el libro II, en el que los contertulios continúan hablando acerca del tema de la justicia. Se suman Glaucón y Adimanto, hermanos entre sí. El primero le solicita a Sócrates que ofrezca algunos argumentos que demuestren que hay comportamientos que, por sus consecuencias, son considerados justos. ¿O acaso somos justos los hombres porque tememos un castigo o deseamos una recompensa?
Después de diversos pareceres, surge la idea de que, independientemente de esos particulares, se requiere un gestor independiente de la justicia, dándose nacimiento así al Estado. Los amigos hablan entre sí, pero realmente son las ideas, a ratos de Sócrates y otras veces de Platón, las que allí se están exponiendo. Aquí hallamos las primeras manifestaciones de las teorías políticas contractualistas sobre la sociedad y el Estado, que divulgaron muchos siglos después pensadores como los ingleses Hobbes y Locke y el francés Rousseau.
Estas teorías sostienen que se renuncia a hacerse justicia por la propia mano para que sea otro, el Estado, quien la imparta. Exagerando a este respecto, podríamos afirmar que no somos justos por voluntad propia, sino por necesidad. Más adelante, Sócrates o Platón sostendrán que la justicia es una idea pura en sí misma.
Ahora bien, ¿qué suele pasar en la psicología de la persona justa y qué en la de la persona injusta? Sócrates les dice a sus amigos que, más que eso, el tema de la justicia debe abordarse en un contexto más amplio que el individual: a nivel de toda la sociedad. Pues debemos entender que la justicia es un juicio valorativo que, aplicado tanto a particulares como a la sociedad, debe tener la misma estructura lógica. En la comunidad, todos necesitamos de todos y, por tanto, hemos de colaborarnos recíprocamente en las diferentes actividades, lo que da nacimiento a la división del trabajo, de la que mucho más adelante se ocuparán las teorías económicas del capitalismo y del marxismo.
Según Platón, este intercambio da lugar al surgimiento de las clases sociales. La clase de los guardianes, que pone contención a los pleitos económicos entre los productores y enfrenta los conflictos internos y externos de la sociedad. Y la clase de los gobernantes y diplomáticos, quienes deben ocuparse del orden interno y atender las relaciones con los demás pueblos, orientados por la sabiduría.
Es pensamiento de Platón que la clase del pueblo está guiada por los apetitos, los cuales deben ser moderados por la virtud de la templanza. Mientras tanto, la clase de los guardianes, animada por el “timos” (el espíritu), es caracterizada por la fogosidad y la valentía. Sus integrantes han de ser feroces contra los enemigos y suaves con los amigos; sin embargo, deben estar atentos a la virtud de la prudencia.
Luego Platón plantea su teoría educativa.
Comienza diciendo que, hasta los 20 años, los jóvenes han de ser educados en la música y en la gimnasia. En la música no sólo se comprenden los cantos, los ritmos y las melodías, sino también la poesía, los relatos y las fábulas. Sin embargo, encuentra en estas últimas un obstáculo: las mentiras que suelen conllevar, consideradas indeseables por los malos ejemplos que ofrecen las narraciones inmorales. Por eso, propone suprimirlas de la educación, y critica las creaciones épicas de Homero, porque en ellas encontramos conductas equivocadas de los dioses, peleándose y engañándose unos a otros.
De este modo, Platón plantea, por primera vez en la historia del pensamiento filosófico, el concepto de divinidad como una entidad benevolente y jamás malévola. Sostiene que Dios no es un espíritu embustero, sino un ser bienhechor. Así, Platón deja de lado la mitología mentirosa y exalta a la divinidad bondadosa. A partir de entonces, nace el concepto religioso de unicidad buena.
Por: Rodrigo López Barros.