PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez El Dios en quien creemos dista mucho de ser un “tirano omnipotente” que pretende obligarnos a toda costa a hacer lo que su soberana voluntad dicta y que se enfada, se decepciona o indigna en caso de que no queramos; el Dios en quien hemos puesto nuestra […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez
El Dios en quien creemos dista mucho de ser un “tirano omnipotente” que pretende obligarnos a toda costa a hacer lo que su soberana voluntad dicta y que se enfada, se decepciona o indigna en caso de que no queramos; el Dios en quien hemos puesto nuestra fe no es una especie de “dictador insensible” que descarga sus iras o cierne su olvido sobre los súbditos que no cumplen sus designios. Dios es, ante todo, el Padre bueno que, respetando de nosotros el uso de la libertad que nos otorgó, acepta nuestras decisiones y se vale de ellas para conducir la nave de la historia humana – aún a través de un enardecido mar – hasta el puerto deseado de la felicidad.
Dios nos ha dado la capacidad de elegir y sería contrario a su perfección ejercer presión sobre nosotros; si nos llama a un estado de vida o misión determinada, por ejemplo, tal vocación no se presenta nunca como una orden, sino como una posibilidad al lado de otras y es preciso descubrirlo así, sabiendo que nuestra capacidad de elección no se limita a dos únicas alternativas (el bien y el mal). Dios nos ha hecho libres y respeta y conserva nuestra libertad hasta el final de nuestros días, aún después de haber tomado decisiones trascendentales para nosotros e incluso para el mundo entero.
El único ser capaz de no cambiar sus decisiones es Dios, su perfección le conduce a ello; el hombre, por su parte, dice y se arrepiente, analiza nuevas circunstancias y revalora sus decisiones, examina nuevas posibilidades y decide en consecuencia ¡y Dios no se va a enfadar por ello! Lo único realmente necesario es que aquello que decida esté rectamente motivado, que su conciencia esté plenamente abierta – y sin ningún recoveco oscuro – delante de su creador y juez. La conciencia, en efecto, “es el santuario en el que el hombre tiene, A SOLAS, sus citas con Dios”, por tanto, los prejuicios sociales, la opinión pública, el bienestar o estabilidad de una determinada institución no pueden ser las exclusivas motivaciones de nuestros actos. Si falta una intención recta todo lo demás es vano.
Por estos días el mundo se encuentra conmocionado por la decisión del Papa Benedicto XVI de renunciar al Ministerio Petrino. Las reacciones van desde la indignación hasta la admiración, desde la comprensión hasta la total indiferencia. Algunos lo consideran sensato y catalogan como ejemplar el hecho de no apegarse al poder, profundamente consciente de que no puede ejercerlo como debería; Otros consideran que su renuncia significa una especie de “traición” a Dios que lo eligió. Yo, por mi parte, no me canso de admirar su valentía y humildad, y de meditar una y otra vez sus sabias palabras: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el Ministerio Petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando”.
¿Las motivaciones que le llevaron a tal decisión? El Papa aduce su avanzada edad. Yo, en vez de devanarme los sesos pensando si detrás de ello se encontrarán más cosas como fricciones entre personas, divisiones entre grupos o las filtraciones de información confidencial, más bien oro por la Iglesia que amo, que es templo del Espíritu Santo y por el Papa a quien tanto admiro y de cuyos escritos y palabras tanto me he nutrido.
Twitter: @majadoa
PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez El Dios en quien creemos dista mucho de ser un “tirano omnipotente” que pretende obligarnos a toda costa a hacer lo que su soberana voluntad dicta y que se enfada, se decepciona o indigna en caso de que no queramos; el Dios en quien hemos puesto nuestra […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez
El Dios en quien creemos dista mucho de ser un “tirano omnipotente” que pretende obligarnos a toda costa a hacer lo que su soberana voluntad dicta y que se enfada, se decepciona o indigna en caso de que no queramos; el Dios en quien hemos puesto nuestra fe no es una especie de “dictador insensible” que descarga sus iras o cierne su olvido sobre los súbditos que no cumplen sus designios. Dios es, ante todo, el Padre bueno que, respetando de nosotros el uso de la libertad que nos otorgó, acepta nuestras decisiones y se vale de ellas para conducir la nave de la historia humana – aún a través de un enardecido mar – hasta el puerto deseado de la felicidad.
Dios nos ha dado la capacidad de elegir y sería contrario a su perfección ejercer presión sobre nosotros; si nos llama a un estado de vida o misión determinada, por ejemplo, tal vocación no se presenta nunca como una orden, sino como una posibilidad al lado de otras y es preciso descubrirlo así, sabiendo que nuestra capacidad de elección no se limita a dos únicas alternativas (el bien y el mal). Dios nos ha hecho libres y respeta y conserva nuestra libertad hasta el final de nuestros días, aún después de haber tomado decisiones trascendentales para nosotros e incluso para el mundo entero.
El único ser capaz de no cambiar sus decisiones es Dios, su perfección le conduce a ello; el hombre, por su parte, dice y se arrepiente, analiza nuevas circunstancias y revalora sus decisiones, examina nuevas posibilidades y decide en consecuencia ¡y Dios no se va a enfadar por ello! Lo único realmente necesario es que aquello que decida esté rectamente motivado, que su conciencia esté plenamente abierta – y sin ningún recoveco oscuro – delante de su creador y juez. La conciencia, en efecto, “es el santuario en el que el hombre tiene, A SOLAS, sus citas con Dios”, por tanto, los prejuicios sociales, la opinión pública, el bienestar o estabilidad de una determinada institución no pueden ser las exclusivas motivaciones de nuestros actos. Si falta una intención recta todo lo demás es vano.
Por estos días el mundo se encuentra conmocionado por la decisión del Papa Benedicto XVI de renunciar al Ministerio Petrino. Las reacciones van desde la indignación hasta la admiración, desde la comprensión hasta la total indiferencia. Algunos lo consideran sensato y catalogan como ejemplar el hecho de no apegarse al poder, profundamente consciente de que no puede ejercerlo como debería; Otros consideran que su renuncia significa una especie de “traición” a Dios que lo eligió. Yo, por mi parte, no me canso de admirar su valentía y humildad, y de meditar una y otra vez sus sabias palabras: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el Ministerio Petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando”.
¿Las motivaciones que le llevaron a tal decisión? El Papa aduce su avanzada edad. Yo, en vez de devanarme los sesos pensando si detrás de ello se encontrarán más cosas como fricciones entre personas, divisiones entre grupos o las filtraciones de información confidencial, más bien oro por la Iglesia que amo, que es templo del Espíritu Santo y por el Papa a quien tanto admiro y de cuyos escritos y palabras tanto me he nutrido.
Twitter: @majadoa