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Columnista - 20 septiembre, 2021

La profesora Sara Inés Atuesta Mindiola

La música del río viajaba en las alas del viento hasta la ventana de su alcoba para adornar sus sueños. Los tambores de la aurora levantaban las cortinas de la noche y en los espejos del sol despertaban los colores del jardín. Los pájaros regresaban con su canto a los labios de las rosas y, […]

La música del río viajaba en las alas del viento hasta la ventana de su alcoba para adornar sus sueños. Los tambores de la aurora levantaban las cortinas de la noche y en los espejos del sol despertaban los colores del jardín. Los pájaros regresaban con su canto a los labios de las rosas y, en el patio, la sinfonía de las aves hogareñas. 

Ella, siempre en las mañanas, repetía la corta distancia de la casa al río, para renovar la frescura de su cuerpo con la ninfa del agua. En la orilla del río, su mirada se detenía en las acrobacias de los monos en la monumental altura de los caracolíes, en los nidos colgantes de oropéndolas, en la policromía del plumaje de las guacamayas, en el barítono romance que entrecruzaba los troncos del higuito y la palma de corúa y en las ramas de los guamos que por el peso de sus frutos chapoteaban en la corriente. Así era Mariangola en la infancia de nuestra adorable Sara Inés y sus hermanos.  

Ella era la hija mayor de Juana Mindiola Corzo y Eleuterio Atuesta Acuña. De su madre hereda su vocación por la docencia. En Valledupar, en el Colegio La Sagrada Familia inicia sus estudios, y en Mariangola empieza a ejercer la docencia en 1967; en 1975 se va para Bogotá a estudiar licenciatura en Ciencias Sociales y trabaja en el Colegio de la Contraloría de la República, en ese momento era contralor Aníbal Martínez Zuleta. Ahí termina su ciclo laboral al cumplir la edad de retiro forzoso y empieza a disfrutar su pensión; pero su vitalidad y sus deseos de servir no le permiten quedarse en el reposo físico, ingresa al voluntariado de Damas Grises de la Cruz Roja, en Bogotá.  

Se destacó por su responsabilidad y por su espíritu altruista. La eficacia y el optimismo fueron una constante en su vida laboral y social.  Dos palabras fungían de mantra sagrado siempre que se le preguntaba por su salud: «Divina mente». Nunca fue pregonera de lamentaciones.  Como creyente en Dios, su palabra fue radiante en esperanza y en la búsqueda de soluciones. 

Tuvo dos hijos, Juan José, abogado y aficionado en el arte del canto vallenato, vive en Barranquilla. Juan Guillermo es un artista del pentagrama romántico universal; cantante de formación académica, vive en Nueva York.  Aparece en la red como Juahn Cabrera. 

Sara Inés no conocía el cansancio, sus noches eran cortas y largas las jornadas de labores diarias. Es cierto que la belleza física se marchita con el tiempo, pero la belleza espiritual siempre crece y florece, porque en la mecedora candorosa de los años aumenta la ternura, la prudencia y la sabiduría para amar a Dios, para comprender mejor la vida y enfrentar con optimismo las dificultades.  

El pasado 6 de septiembre su respiración se detuvo, después de una lucha tenaz de varios meses contra una letal enfermedad. La muerte siempre enluta el corazón de una familia, pero el poder de la oración y la solidaridad de familiares y amistades dan fortaleza espiritual para amainar el pesado dolor de la despedida terrenal de un ser querido. A todos los que enviaron sus mensajes de condolencia, gracias, infinitas gracias. Dios les bendiga. 

Por: José Atuesta Mindiola

Columnista
20 septiembre, 2021

La profesora Sara Inés Atuesta Mindiola

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

La música del río viajaba en las alas del viento hasta la ventana de su alcoba para adornar sus sueños. Los tambores de la aurora levantaban las cortinas de la noche y en los espejos del sol despertaban los colores del jardín. Los pájaros regresaban con su canto a los labios de las rosas y, […]


La música del río viajaba en las alas del viento hasta la ventana de su alcoba para adornar sus sueños. Los tambores de la aurora levantaban las cortinas de la noche y en los espejos del sol despertaban los colores del jardín. Los pájaros regresaban con su canto a los labios de las rosas y, en el patio, la sinfonía de las aves hogareñas. 

Ella, siempre en las mañanas, repetía la corta distancia de la casa al río, para renovar la frescura de su cuerpo con la ninfa del agua. En la orilla del río, su mirada se detenía en las acrobacias de los monos en la monumental altura de los caracolíes, en los nidos colgantes de oropéndolas, en la policromía del plumaje de las guacamayas, en el barítono romance que entrecruzaba los troncos del higuito y la palma de corúa y en las ramas de los guamos que por el peso de sus frutos chapoteaban en la corriente. Así era Mariangola en la infancia de nuestra adorable Sara Inés y sus hermanos.  

Ella era la hija mayor de Juana Mindiola Corzo y Eleuterio Atuesta Acuña. De su madre hereda su vocación por la docencia. En Valledupar, en el Colegio La Sagrada Familia inicia sus estudios, y en Mariangola empieza a ejercer la docencia en 1967; en 1975 se va para Bogotá a estudiar licenciatura en Ciencias Sociales y trabaja en el Colegio de la Contraloría de la República, en ese momento era contralor Aníbal Martínez Zuleta. Ahí termina su ciclo laboral al cumplir la edad de retiro forzoso y empieza a disfrutar su pensión; pero su vitalidad y sus deseos de servir no le permiten quedarse en el reposo físico, ingresa al voluntariado de Damas Grises de la Cruz Roja, en Bogotá.  

Se destacó por su responsabilidad y por su espíritu altruista. La eficacia y el optimismo fueron una constante en su vida laboral y social.  Dos palabras fungían de mantra sagrado siempre que se le preguntaba por su salud: «Divina mente». Nunca fue pregonera de lamentaciones.  Como creyente en Dios, su palabra fue radiante en esperanza y en la búsqueda de soluciones. 

Tuvo dos hijos, Juan José, abogado y aficionado en el arte del canto vallenato, vive en Barranquilla. Juan Guillermo es un artista del pentagrama romántico universal; cantante de formación académica, vive en Nueva York.  Aparece en la red como Juahn Cabrera. 

Sara Inés no conocía el cansancio, sus noches eran cortas y largas las jornadas de labores diarias. Es cierto que la belleza física se marchita con el tiempo, pero la belleza espiritual siempre crece y florece, porque en la mecedora candorosa de los años aumenta la ternura, la prudencia y la sabiduría para amar a Dios, para comprender mejor la vida y enfrentar con optimismo las dificultades.  

El pasado 6 de septiembre su respiración se detuvo, después de una lucha tenaz de varios meses contra una letal enfermedad. La muerte siempre enluta el corazón de una familia, pero el poder de la oración y la solidaridad de familiares y amistades dan fortaleza espiritual para amainar el pesado dolor de la despedida terrenal de un ser querido. A todos los que enviaron sus mensajes de condolencia, gracias, infinitas gracias. Dios les bendiga. 

Por: José Atuesta Mindiola