Desde los años tempranos del acordeón en las tierras del cacique Upar, este siempre fue ejecutado por aquellos hombres que fácilmente descifraron sus secretos y con buen oído y temperamento artístico se destacaban en sus correrías y en fiestas pueblerinas, teatros y cantinas en largas y épicas parrandas a veces rematadas con duros enfrentamientos o […]
Desde los años tempranos del acordeón en las tierras del cacique Upar, este siempre fue ejecutado por aquellos hombres que fácilmente descifraron sus secretos y con buen oído y temperamento artístico se destacaban en sus correrías y en fiestas pueblerinas, teatros y cantinas en largas y épicas parrandas a veces rematadas con duros enfrentamientos o piquerías, dándole así un carácter machista y varonil propio del hombre caribe donde las mujeres socialmente no tenían cabida. Solo hasta comienzos de los años sesenta del siglo anterior causaba sensación en Valledupar el acordeón que con gracia y distinción tocaba la inolvidable Cecilia Meza Reales una primorosa joven poseedora de una cálida y hermosa voz que brilló nuestro firmamento musical al integrar el conjunto “Las Universitarias” que con su acordeón piano formó la pianista samaria Rita Fernández. Posteriormente Fabri Meriño El Molino (Guajira) 1971 y Jenny Cabello (Valledupar) 1972 maravillaron con su talento los asistentes al festival vallenato de esos años abriéndole así un importante espacio a la figura femenina en un escenario donde hasta entonces solo los hombres tenían derecho.
Sin embargo siempre existen en nuestra historia ocultos antecedentes al acecho, que en cualquier momento nos ponen de manifiesto el riesgo de pretender decir la última palabra. Revisando mis entrevistas con el maestro Pacho Rada me entere que finalizando la década de los años treinta, en el pueblo de Granada (Magdalena) para la fiesta de la virgen del Carmen se encontraron Pacho Rada y Leonardo Núñez, el famoso “León de Granada” quienes protagonizaban una dura piquería tratando de imponer su jerarquía musical. Era la sensación en el pueblo la presencia de María Quiñones, mujer acordeonera de piel trigueña, mediana estatura, buena figura y ojos risueños que solo tocaba los sones de la época con gracia y picardía. La dama explotaba bien su coquetería y los juglares extendieron su piquería hacia la conquista de la hembra. Ella a manera de Juez en la parranda los hizo ejecutar con el acordeón lo mejor de su repertorio y después cada uno debió demostrar sus habilidades con la caja y la guacharaca y además improvisarle versos a ella. El empate persistió por largas horas y finalmente bailó con ambos, para que fuera el mejor parejo el triunfador de la contienda y su compañero durante la fiesta. Aquí sí, volvió trizas Pacho Rada al “León de Granada” ya que en sus andanzas por Barranquilla y Cartagena, en bares salones de bailes y cabarets aprendió a sacarle el mejor brillo a la hebilla en tanto que el “León” fué muy poco lo que asimiló en su brincoleo por los montes granadinos.
Después del corto romance con Pacho, María regreso por donde llegó y por esos lados no se volvieron a escuchar más las notas de su acordeón
Hoy en día movimientos como la liberación femenina y la igualdad ante el hombre, le han dado a la mujer las mismas posibilidades en el arte musical y que no obstante requerir la ejecución del acordeón un gran esfuerzo físico y mucha destreza para que suene bien, creo que está cerca el día en que alguna sucesora de María Quiñonez sea coronada en un festival como la soberana del acordeón.
Desde los años tempranos del acordeón en las tierras del cacique Upar, este siempre fue ejecutado por aquellos hombres que fácilmente descifraron sus secretos y con buen oído y temperamento artístico se destacaban en sus correrías y en fiestas pueblerinas, teatros y cantinas en largas y épicas parrandas a veces rematadas con duros enfrentamientos o […]
Desde los años tempranos del acordeón en las tierras del cacique Upar, este siempre fue ejecutado por aquellos hombres que fácilmente descifraron sus secretos y con buen oído y temperamento artístico se destacaban en sus correrías y en fiestas pueblerinas, teatros y cantinas en largas y épicas parrandas a veces rematadas con duros enfrentamientos o piquerías, dándole así un carácter machista y varonil propio del hombre caribe donde las mujeres socialmente no tenían cabida. Solo hasta comienzos de los años sesenta del siglo anterior causaba sensación en Valledupar el acordeón que con gracia y distinción tocaba la inolvidable Cecilia Meza Reales una primorosa joven poseedora de una cálida y hermosa voz que brilló nuestro firmamento musical al integrar el conjunto “Las Universitarias” que con su acordeón piano formó la pianista samaria Rita Fernández. Posteriormente Fabri Meriño El Molino (Guajira) 1971 y Jenny Cabello (Valledupar) 1972 maravillaron con su talento los asistentes al festival vallenato de esos años abriéndole así un importante espacio a la figura femenina en un escenario donde hasta entonces solo los hombres tenían derecho.
Sin embargo siempre existen en nuestra historia ocultos antecedentes al acecho, que en cualquier momento nos ponen de manifiesto el riesgo de pretender decir la última palabra. Revisando mis entrevistas con el maestro Pacho Rada me entere que finalizando la década de los años treinta, en el pueblo de Granada (Magdalena) para la fiesta de la virgen del Carmen se encontraron Pacho Rada y Leonardo Núñez, el famoso “León de Granada” quienes protagonizaban una dura piquería tratando de imponer su jerarquía musical. Era la sensación en el pueblo la presencia de María Quiñones, mujer acordeonera de piel trigueña, mediana estatura, buena figura y ojos risueños que solo tocaba los sones de la época con gracia y picardía. La dama explotaba bien su coquetería y los juglares extendieron su piquería hacia la conquista de la hembra. Ella a manera de Juez en la parranda los hizo ejecutar con el acordeón lo mejor de su repertorio y después cada uno debió demostrar sus habilidades con la caja y la guacharaca y además improvisarle versos a ella. El empate persistió por largas horas y finalmente bailó con ambos, para que fuera el mejor parejo el triunfador de la contienda y su compañero durante la fiesta. Aquí sí, volvió trizas Pacho Rada al “León de Granada” ya que en sus andanzas por Barranquilla y Cartagena, en bares salones de bailes y cabarets aprendió a sacarle el mejor brillo a la hebilla en tanto que el “León” fué muy poco lo que asimiló en su brincoleo por los montes granadinos.
Después del corto romance con Pacho, María regreso por donde llegó y por esos lados no se volvieron a escuchar más las notas de su acordeón
Hoy en día movimientos como la liberación femenina y la igualdad ante el hombre, le han dado a la mujer las mismas posibilidades en el arte musical y que no obstante requerir la ejecución del acordeón un gran esfuerzo físico y mucha destreza para que suene bien, creo que está cerca el día en que alguna sucesora de María Quiñonez sea coronada en un festival como la soberana del acordeón.