José Trinidad Guerra, ‘Chiche’ Guerra para todos, fue un hombre grande del acordeón que aquí en Valledupar dejó un alo misterioso derivado de la fama, la rutina musical y las extrañas circunstancias de su muerte a causa de un maleficio que le echaron en un trago, parrandeando en La Guajira, por parte de algún contrincante […]
José Trinidad Guerra, ‘Chiche’ Guerra para todos, fue un hombre grande del acordeón que aquí en Valledupar dejó un alo misterioso derivado de la fama, la rutina musical y las extrañas circunstancias de su muerte a causa de un maleficio que le echaron en un trago, parrandeando en La Guajira, por parte de algún contrincante celoso de su éxito con las hembras y su prestigioso acordeón.
Su hermana Ulda Guerra, a quien entrevisté cerca de 1995 me decía: él no era un hombre bonito, pero lo perseguían las mujeres.
Lucho Castilla, un viejo juglar del patio vallenato hoy octogenario me comenta: cuando aquí en el Valle tocábamos cumbiambas del Cañaguate por allá en los años treinta y cuarenta, las organizadoras Nemesia Martínez y Lola Bolaño en El Cerezo nos pagaban diez pesos por el toque, pero a ‘Chiche’ Guerra le daban quince, él era el mejor de esa época.
En versión de Víctor Camarillo, ya fallecido, conocí el paseo de ‘Chiche’ Guerra titulado ‘La peste mala’, surgido a raíz del mal que muy duro golpeó a Valledupar y sus alrededores desde finales de los años treinta y bien entrados los cuarenta y que Guerra como todo juglar de talla denunció en su canto. Era la enfermedad conocida como carate, llamada también Jobero o Pian en algunas partes de América latina, producida por el tripanosoma carateun, un microbio trasmitido por la picadura de un insecto similar al jején, que en las riberas de los ríos del entorno tenía su hábitat, según lo relata con lujo de detalles el ilustre galeno vallenato doctor Marcelo Calderón.
El carate producía por despigmentación manchas en la piel y en estado avanzado un desagradable olor y ulceraciones en las partes afectadas, principalmente en tobillos y piernas. Aquello tenía unas implicaciones sociales y psicológicas tremendas, pues la gente se avergonzaba y salía a perderse a los montes y a las fincas.
El médico vallenato Leonardo Maya Bruges, tuvo el mérito de haber identificado el microbio iniciando entonces el uso de la penicilina para su control en la zona de Valledupar, que tuvo el carácter endémico para esta enfermedad.
La gente afectada tratando de esconder el mal, se cubría las piernas con gasa y tela, según lo describe en su canto ‘Chiche’ Guerra, quien anunciaba que la mejor forma de evitarla era salir huyendo para la sierra, donde las condiciones climáticas no permitían la presencia del insecto trasmisor.
Afortunadamente las campañas de erradicación de la malaria acabaron con el patógeno y solo el recuerdo de aquella peste mala quedó en el canto de José Trinidad, episodio que a comienzos de los años cuarenta fue descrito también por Guillermo Buitrago en el paseo ‘La peste’, que él grabó en la disquera Fuentes en ese entonces de Cartagena y que le conoció en su primer viaje por los pueblos de la provincia.
José Trinidad Guerra, ‘Chiche’ Guerra para todos, fue un hombre grande del acordeón que aquí en Valledupar dejó un alo misterioso derivado de la fama, la rutina musical y las extrañas circunstancias de su muerte a causa de un maleficio que le echaron en un trago, parrandeando en La Guajira, por parte de algún contrincante […]
José Trinidad Guerra, ‘Chiche’ Guerra para todos, fue un hombre grande del acordeón que aquí en Valledupar dejó un alo misterioso derivado de la fama, la rutina musical y las extrañas circunstancias de su muerte a causa de un maleficio que le echaron en un trago, parrandeando en La Guajira, por parte de algún contrincante celoso de su éxito con las hembras y su prestigioso acordeón.
Su hermana Ulda Guerra, a quien entrevisté cerca de 1995 me decía: él no era un hombre bonito, pero lo perseguían las mujeres.
Lucho Castilla, un viejo juglar del patio vallenato hoy octogenario me comenta: cuando aquí en el Valle tocábamos cumbiambas del Cañaguate por allá en los años treinta y cuarenta, las organizadoras Nemesia Martínez y Lola Bolaño en El Cerezo nos pagaban diez pesos por el toque, pero a ‘Chiche’ Guerra le daban quince, él era el mejor de esa época.
En versión de Víctor Camarillo, ya fallecido, conocí el paseo de ‘Chiche’ Guerra titulado ‘La peste mala’, surgido a raíz del mal que muy duro golpeó a Valledupar y sus alrededores desde finales de los años treinta y bien entrados los cuarenta y que Guerra como todo juglar de talla denunció en su canto. Era la enfermedad conocida como carate, llamada también Jobero o Pian en algunas partes de América latina, producida por el tripanosoma carateun, un microbio trasmitido por la picadura de un insecto similar al jején, que en las riberas de los ríos del entorno tenía su hábitat, según lo relata con lujo de detalles el ilustre galeno vallenato doctor Marcelo Calderón.
El carate producía por despigmentación manchas en la piel y en estado avanzado un desagradable olor y ulceraciones en las partes afectadas, principalmente en tobillos y piernas. Aquello tenía unas implicaciones sociales y psicológicas tremendas, pues la gente se avergonzaba y salía a perderse a los montes y a las fincas.
El médico vallenato Leonardo Maya Bruges, tuvo el mérito de haber identificado el microbio iniciando entonces el uso de la penicilina para su control en la zona de Valledupar, que tuvo el carácter endémico para esta enfermedad.
La gente afectada tratando de esconder el mal, se cubría las piernas con gasa y tela, según lo describe en su canto ‘Chiche’ Guerra, quien anunciaba que la mejor forma de evitarla era salir huyendo para la sierra, donde las condiciones climáticas no permitían la presencia del insecto trasmisor.
Afortunadamente las campañas de erradicación de la malaria acabaron con el patógeno y solo el recuerdo de aquella peste mala quedó en el canto de José Trinidad, episodio que a comienzos de los años cuarenta fue descrito también por Guillermo Buitrago en el paseo ‘La peste’, que él grabó en la disquera Fuentes en ese entonces de Cartagena y que le conoció en su primer viaje por los pueblos de la provincia.