Los pacíficos están orgullosos de su terruño, pero no de sus administradores. Reclaman la solución y mejoramiento de problemáticas históricas, como la falta de agua potable, los servicios de salud y el acceso al empleo.
El municipio de La Paz celebra su cumpleaños con el dinamismo que impone la pujanza y actividad cotidiana de sus pobladores. Las mujeres almojábaneras salen a vender el ‘segundo mejor pan del mundo’ con el esmero de siempre. Los mototaxistas se disponen a ganarse, con sus carreras, el pan diario. El pequeño comercio desarrolla sus intercambios acostumbrados. Los transportadores informales se alistan en su faena habitual. Hay que llevar comida a la casa.
Salvo una conmemoración –con alborada, conversatorio y presentaciones musicales– organizada por la actual administración del municipio, una de las más sumidas en escándalos por corrupción en los últimos años, todo sigue igual en La Paz. No obstante, en distintos sectores se respiran aires de cambio y transformaciones, de generación de proyectos en beneficio de la comunidad. Se espera que la presencia de la Universidad Nacional pueda aportar a este proceso en el mediano plazo.
Los pacíficos están orgullosos de su terruño, pero no de sus administradores. Reclaman la solución y mejoramiento de problemáticas históricas, como la falta de agua potable, los servicios de salud y el acceso al empleo.
De acuerdo al historiador local, Eder Noriega, “hacia enero de 1775 se fundó en el norte del Sitio de La Paz, jurisdicción colonial de la Parroquia de Santa Ana de los Tupes, ‘Valle Dupar’, Provincia de Santa Marta, el primer hato ganadero que dio origen a lo que hoy día se considera la cabecera principal del municipio de La Paz. Pedro Francisco Oñate Rodríguez, vecino notable del ‘Valle Dupar’, fue quien por primera vez denunció estos territorios realengos y su título real le fue concedido mediante el sistema de composición de tierras seis años después, es decir, en 1781”.
Además, menciona que “durante el siglo XIX y XX predominó el crecimiento de hatos ganaderos, algunos tipos de industrias agropecuarias como el cultivo de algodón, comercio de carbón vegetal, marroquinería, explotación artesanal de la cal, el surgimiento de la tradicional almojábana; en igual sentido podría hablarse aquí de una subetapa comprendida entre 1915 a 1967 de auge cultural, político, tecnológico y económico gracias al surgimiento de acordeonistas, bandas, el telégrafo, el carro, la nevera, el televisor y la tan anhelada energía eléctrica”.
En la terraza de su vivienda, en el barrio Jorge Eliécer Gaitán, el entrevistado es Antonio Bustillo, pero su esposa, Elsa Zuleta, se desvive por tomar la palabra y contar la historia.
–Ven aquí para enseñarte cosas. Todos los honores y reconocimientos que ha recibido Antonio, pero, aún así, le dieron una pensión de lástima y no por el tiempo de servicio –expresa con determinación.
Antonio Bustillo, quien ya bordea los 90 años, es oriundo de Santa Marta, Magdalena. Llegó a La Paz al despuntar la década de 1960. Para entonces, fungía como secretario general de juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal, del entonces presidente Alfonso López Michelsen. Sus amores con la pacífica Elsa Zuleta harían del Municipio su hogar permanente y a lo largo de su estadía, antes y después de que La Paz perteneciera al Gran Magdalena, desempeñó una amplia variedad de cargos públicos de los que aún se recuerdan sus impactos sociales.
Como alcalde designado del municipio de La Paz, efectuó obras como las del mercado público, construcción de la segunda parte del edificio de la Institución Educativa Ciro Pupo Martínez, gestión de la instalación del servicio de telefonía fija, entre otras. De igual modo, fue secretario de Gobierno, inspector de Policía de Manaure y Media Luna, Cesar, entre otros cargos de carácter departamental.
–Yo me amañé en este pueblo porque venía de una familia liberal y este era el pueblo más liberal que había –finaliza Bustillo.
EL PILÓN entrevistó a jóvenes de La Paz para conocer el significado particular de pertenecer a dicho pueblo, sus perspectivas sobre el Municipio, sus necesidades de largo aliento y las problemáticas que requieren soluciones urgentes.
“Como joven, ser de un pueblo como La Paz me llena de orgullo, porque ha sido un territorio en el que la mujer ha sido pilar en cuanto a la gastronomía –específicamente la fabricación y distribución de almojábanas– de la cual obtiene ingresos monetarios que fortalecen a algunas familias. Vivir en La Paz simboliza buenas costumbres y tradiciones de antaño, que se han transmitido de generación en generación”, dijo Valeria Ramírez, joven pacífica, estudiante de Geografía en la sede Caribe de la Universidad Nacional.
Agrega, además: “Se deben implementar verdaderas políticas públicas sobre aspectos fundamentales, como la óptima prestación del servicio de agua. Por otro lado, se necesitan espacios de esparcimiento juveniles y no solo deportivos. Finalmente, considero que se debe analizar el tema de la escasez de empleos”.
Por su parte, Jaime Vega, joven pacífico e instructor de fútbol, sostiene que “vivir en el pueblo pacífico es un orgullo incondicional; ser parte de uno de los municipios más emblemáticos del Cesar, rico en muchos aspectos culturales. Ser de La Paz es un sentimiento bonito, inexplicable”.
Asimismo, Vega asegura que “el Municipio ha crecido comercialmente. También es muy favorable la educación que nos está brindando la prestigiosa Universidad Nacional de Colombia. Sin embargo, nuestros mandatarios y los entes de control continúan haciendo malos manejos de nuestros recursos. En La Paz deben mejorar la salud, la cultura y el deporte. Se requiere una mayor inversión en estos 3 pilares”, indicó.
En la celebración de los 248 años del municipio, fueron homenajeados el ex músico de la Banda de La Paz, Manuel Sierra, conocido como ‘Manito Johnson’ y el rey vallenato Álvaro López. De igual modo, tuvo lugar el conversatorio ‘Tierra de Antaño, Juglares, Cultura e Historia’, con los panelistas Efraín Gutiérrez Aroca y Tomas Darío Gutiérrez; y presentaciones musicales y artísticas en la tarima Jorge Oñate, de la Plaza Olaya Herrera.
ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN
Los pacíficos están orgullosos de su terruño, pero no de sus administradores. Reclaman la solución y mejoramiento de problemáticas históricas, como la falta de agua potable, los servicios de salud y el acceso al empleo.
El municipio de La Paz celebra su cumpleaños con el dinamismo que impone la pujanza y actividad cotidiana de sus pobladores. Las mujeres almojábaneras salen a vender el ‘segundo mejor pan del mundo’ con el esmero de siempre. Los mototaxistas se disponen a ganarse, con sus carreras, el pan diario. El pequeño comercio desarrolla sus intercambios acostumbrados. Los transportadores informales se alistan en su faena habitual. Hay que llevar comida a la casa.
Salvo una conmemoración –con alborada, conversatorio y presentaciones musicales– organizada por la actual administración del municipio, una de las más sumidas en escándalos por corrupción en los últimos años, todo sigue igual en La Paz. No obstante, en distintos sectores se respiran aires de cambio y transformaciones, de generación de proyectos en beneficio de la comunidad. Se espera que la presencia de la Universidad Nacional pueda aportar a este proceso en el mediano plazo.
Los pacíficos están orgullosos de su terruño, pero no de sus administradores. Reclaman la solución y mejoramiento de problemáticas históricas, como la falta de agua potable, los servicios de salud y el acceso al empleo.
De acuerdo al historiador local, Eder Noriega, “hacia enero de 1775 se fundó en el norte del Sitio de La Paz, jurisdicción colonial de la Parroquia de Santa Ana de los Tupes, ‘Valle Dupar’, Provincia de Santa Marta, el primer hato ganadero que dio origen a lo que hoy día se considera la cabecera principal del municipio de La Paz. Pedro Francisco Oñate Rodríguez, vecino notable del ‘Valle Dupar’, fue quien por primera vez denunció estos territorios realengos y su título real le fue concedido mediante el sistema de composición de tierras seis años después, es decir, en 1781”.
Además, menciona que “durante el siglo XIX y XX predominó el crecimiento de hatos ganaderos, algunos tipos de industrias agropecuarias como el cultivo de algodón, comercio de carbón vegetal, marroquinería, explotación artesanal de la cal, el surgimiento de la tradicional almojábana; en igual sentido podría hablarse aquí de una subetapa comprendida entre 1915 a 1967 de auge cultural, político, tecnológico y económico gracias al surgimiento de acordeonistas, bandas, el telégrafo, el carro, la nevera, el televisor y la tan anhelada energía eléctrica”.
En la terraza de su vivienda, en el barrio Jorge Eliécer Gaitán, el entrevistado es Antonio Bustillo, pero su esposa, Elsa Zuleta, se desvive por tomar la palabra y contar la historia.
–Ven aquí para enseñarte cosas. Todos los honores y reconocimientos que ha recibido Antonio, pero, aún así, le dieron una pensión de lástima y no por el tiempo de servicio –expresa con determinación.
Antonio Bustillo, quien ya bordea los 90 años, es oriundo de Santa Marta, Magdalena. Llegó a La Paz al despuntar la década de 1960. Para entonces, fungía como secretario general de juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal, del entonces presidente Alfonso López Michelsen. Sus amores con la pacífica Elsa Zuleta harían del Municipio su hogar permanente y a lo largo de su estadía, antes y después de que La Paz perteneciera al Gran Magdalena, desempeñó una amplia variedad de cargos públicos de los que aún se recuerdan sus impactos sociales.
Como alcalde designado del municipio de La Paz, efectuó obras como las del mercado público, construcción de la segunda parte del edificio de la Institución Educativa Ciro Pupo Martínez, gestión de la instalación del servicio de telefonía fija, entre otras. De igual modo, fue secretario de Gobierno, inspector de Policía de Manaure y Media Luna, Cesar, entre otros cargos de carácter departamental.
–Yo me amañé en este pueblo porque venía de una familia liberal y este era el pueblo más liberal que había –finaliza Bustillo.
EL PILÓN entrevistó a jóvenes de La Paz para conocer el significado particular de pertenecer a dicho pueblo, sus perspectivas sobre el Municipio, sus necesidades de largo aliento y las problemáticas que requieren soluciones urgentes.
“Como joven, ser de un pueblo como La Paz me llena de orgullo, porque ha sido un territorio en el que la mujer ha sido pilar en cuanto a la gastronomía –específicamente la fabricación y distribución de almojábanas– de la cual obtiene ingresos monetarios que fortalecen a algunas familias. Vivir en La Paz simboliza buenas costumbres y tradiciones de antaño, que se han transmitido de generación en generación”, dijo Valeria Ramírez, joven pacífica, estudiante de Geografía en la sede Caribe de la Universidad Nacional.
Agrega, además: “Se deben implementar verdaderas políticas públicas sobre aspectos fundamentales, como la óptima prestación del servicio de agua. Por otro lado, se necesitan espacios de esparcimiento juveniles y no solo deportivos. Finalmente, considero que se debe analizar el tema de la escasez de empleos”.
Por su parte, Jaime Vega, joven pacífico e instructor de fútbol, sostiene que “vivir en el pueblo pacífico es un orgullo incondicional; ser parte de uno de los municipios más emblemáticos del Cesar, rico en muchos aspectos culturales. Ser de La Paz es un sentimiento bonito, inexplicable”.
Asimismo, Vega asegura que “el Municipio ha crecido comercialmente. También es muy favorable la educación que nos está brindando la prestigiosa Universidad Nacional de Colombia. Sin embargo, nuestros mandatarios y los entes de control continúan haciendo malos manejos de nuestros recursos. En La Paz deben mejorar la salud, la cultura y el deporte. Se requiere una mayor inversión en estos 3 pilares”, indicó.
En la celebración de los 248 años del municipio, fueron homenajeados el ex músico de la Banda de La Paz, Manuel Sierra, conocido como ‘Manito Johnson’ y el rey vallenato Álvaro López. De igual modo, tuvo lugar el conversatorio ‘Tierra de Antaño, Juglares, Cultura e Historia’, con los panelistas Efraín Gutiérrez Aroca y Tomas Darío Gutiérrez; y presentaciones musicales y artísticas en la tarima Jorge Oñate, de la Plaza Olaya Herrera.
ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN