La Gira fue un acontecimiento memorable para La Paz y en especial para la familia López. El gestor del viaje fue Manuel Zapata Olivella, el puente para que García Márquez llegara a esta región y profesara su pasión por las crónicas de los cantos vallenatos.
Cerca de Valledupar hay un lugar donde sus pobladores con la música de acordeón hicieron un templo de leyenda y dinastía. Ese hermoso lugar, cuyo nombre es tan sonoro como la vida y la esperanza, es La Paz, tierra de la dinastía López. Su árbol genético cruza sus raíces primarias con los Molina, Gutiérrez y Zequeira.
En la década de 1940, La Paz alcanza categoría de pueblo importante por la apertura de la carreta nacional y su situación geográfica de ser punto estratégico para los viajeros entre Valledupar, La Guajira y Maracaibo, y, además, contaba con un hotel que brindaba servicios básicos de calidad. El Hotel era propiedad del sanjuanero Francisco Pacho Mendoza, y le dio el nombre de ‘Hotel América’, en honor a su esposa, América Sánchez Egurrola. De este hotel, Consuelo Araujo Noguera dijo: “Terminó convertido en una noria musical, a cuyo alrededor giraban los grandes músicos de la época”.
Manuel Zapata Olivella, nativo de Lorica (Córdoba), médico de la Universidad Nacional de Bogotá, recién graduado llega a La Paz (1949), y por su talante de hombre de letras e investigador cultural se convierte en miembro distinguido de la comarca, en un referente intelectual y en mecenas de la música folclórica. Allí se reencuentra con su pariente Pedro Olivella Araujo, un líder liberal gaitanista, que varios años antes había conocido en Cartagena y era primo de su madre, Edelmira Olivella. Presta servicio de médico, y su primera misión es contrarrestar la epidemia de tifus que afectaba a los habitantes de La Paz. Allí hace hogar con María Pérez, y nacen sus dos hijas: Harlem y Edelma.
En ocasiones realiza tertulias culturales y folclóricas en el hotel América, y las reuniones de tipo personal en la hacienda ‘El Olimpo’, un cañaduzal de propiedad de Gabriel Zequeira. En esa hacienda estuvo el joven reportero Gabriel García Márquez cuando llega por primera vez a la región, invitado por Manuel Zapata Olivella en diciembre de 1949. El motivo de la invitación era una tertulia literaria, y después sonaron las notas del acordeón de Juan López y la voz del joven bachiller Dagoberto López Mieles.
En una entrevista a Dagoberto López en La Paz (enero 12 de 2000), nos cuenta: “Yo asistía a las reuniones que hacía Manuel Zapata en ‘El Olimpo’, y en diciembre de 1949 llegó por primera vez García Márquez a La Paz, todavía no era famoso, era un periodista. Ese día yo canté música de Escalona, yo había estudiado en el Loperena y el Liceo Celedón y me sabía varias de sus canciones. Por petición de García Márquez yo canté tres veces ‘El hambre del Liceo’ y ‘El perro de Pavajeau’. Escalona no estuvo en esa reunión, y todavía Zapata Olivella ni García Márquez conocían a Escalona”. Consuelo Araujo, en el libro ‘Escalona, el hombre y el mito’, reseña el momento en que se conocieron Escalona y García Márquez, mes de marzo de 1950 en el hotel Roma de Barranquilla, encuentro que fue propiciado por Manuel Zapata Olivella.
Por invitación del médico Zapata Olivella también llega a La Paz el fotógrafo cartagenero Nereo López, su amigo de infancia en Cartagena. Este artista con sus imágenes deja testimonio de la historia musical de La Paz y la región (la mayoría de las fotos de Escalona, García Márquez, Zapata Olivella, fueron tomadas por Nereo López, y pertenecen al Archivo de la Biblioteca Nacional).
García Márquez con frecuencia regresaba como vendedor de enciclopedias. En uno de esos viajes a La Paz todavía estaba fresca la tragedia del incendio, suceso que empezó en el salón de baile ‘La tuna’, el sábado de carnaval de 1952, y dejó 25 casas quemadas.
Hubo luto colectivo, algunas familias se mudaron a sus haciendas cercanas y los que se quedaron permanecían temerosos, a las seis de la tarde cerraban las puertas. García Márquez comprueba el ambiente de pánico que aún se respiraba, los hombres habían cerrados los acordeones y las mujeres se habían refugiado en melancólico silencio.
Días después, en El Heraldo de Barranquilla publica en su columna ‘La Jirafa’, una crónica que titula ‘Algo que se parece a un milagro’. En ella hace referencia a la tristeza de la gente y a Juan López, el mejor acordeonista de la región que había abandonado el pueblo dos días después de los sucesos. Y comenta que, en compañía de Zapata Olivella, no lograron convencer a Pablo, hermano de Juan López, que tocara. Muchos eran los argumentos de Pablo para no tocar, pero en ese instante vino una mujer de la casa de enfrente y le dijo: “Por nosotras no te preocupes, Pablo. Si quieres tocar, toca, hace un mes que no se oye música en este pueblo”.
El pueblo empieza a recuperar la tranquilidad y su tradición musical. Para los descendientes de Juancito López y José de las Mercedes ‘Cede’ Gutiérrez, la música era un pasatiempo para la recreación personal y familiar. Porque su misión era la dedicación las labores del campo y otros oficios referentes.
Pablo Rafel López convirtió el patio de su casa en un templo musical, que el pueblo bautizó como ‘La calle de la Alegría’. Su esposa Agustina Gutiérrez, la anfitriona mayor, era una especie de Úrsula Iguarán en Macondo, siempre dispuesta a atender a los visitantes. Los López no tuvieron la dimensión de juglares, ellos preferían la calma de su terruño y de su trabajo, frente a la incertidumbre de los viajes.
La gira musical o mejor las dos giras musicales, Zapata Olivella las sintetiza en el texto ‘Los acordeones de Valledupar’, publicado por la Revista Vida, N° 58, Bogotá, agosto-septiembre 1953: “La Paz tiene fama de ser la mata de los acordeoneros y paseos vallenatos. En el pueblo nunca faltan tres o cuatro buenos acordeoneros. Pero una cosa es cierta de los acordeoneros pacíficos: son gentes muy retraídas, poco amigo de salir fuera del corral; por eso son más conocidos los juglares de Plato o El Paso. He aquí por qué constituían prendas de mayores características los acordeoneros de Valledupar en nuestra excursión para divulgar la música folclórica del Magdalena…”.
En 1951, a la primera Gira fueron los gaiteros de San Jacinto de ‘Toño’ Fernández, en el acordeón Fermín Pitre, Antonio Morales (decimero) y Antonio Sierra (dulzaina). En la segunda, 1952, Juan López y su sobrino, Dagoberto López, bachiller del Liceo Celedón, Juan Manuel Muegues, recomendado por Rafael Escalona.
García Márquez publica en El Heraldo (25 de junio de 1952) ‘La embajada folclórica’, donde comenta pormenores de la gira. He aquí unos fragmentos: “El grupo de Manuel Zapata Olivella, que vuelve a Bogotá después de una tregua, está ahora renovado en parte y complementado. A Fermín Pitre lo llamaron a calificar servicios, vino en cambio, nada menos que Juan López, tal vez -y quizá sin duda- el mejor acordeonista de su región. Y como Juan no canta se trajo a su primo hermano Dagoberto López, el maestro de escuela de La Paz que hace una semana se hizo reemplazar y cambió a sus muchachos, a la canción monocorde de las tablas de multiplicar, por esta maravillosa aventura de andar cantando a cualquier hora, que es lo que le gusta. Y otro acordeonero más: Muegues, que mucho deben conocer su oficio cuando Rafael Escalona lo tiene apadrinado, con la misma intransigencia que les pone a todas sus cosas…”.
La Gira fue un acontecimiento memorable para La Paz y en especial para la familia López. El gestor del viaje fue Manuel Zapata Olivella, el puente para que García Márquez llegara a esta región y profesara su pasión por las crónicas de los cantos vallenatos. Desde 1948, García Márquez dedica algunos artículos a la música de su región en El Universal de Cartagena. Después en El Heraldo de Barranquilla, en su columna ‘La jirafa’ (1950 – 1952) escribe varios artículos a la música vallenata.
Y el otro gran homenaje que le hace a nuestra música es cuando afirma que ‘Cien años de soledad’ no es más que un vallenato de 400 páginas. En la novela ‘El amor en los tiempos del cólera’ tiene como epígrafe un verso del maestro Leandro Díaz: “En adelanto van estos lugares que tienen su diosa coronada”. Y el máximo tributo que le hace al canto vallenato es llevarlo a la ceremonia de premiación de entrega del Premio Nobel de Literatura en Estocolmo, 1982. Y entre los músicos invitado, el cajero más famoso en la historia del vallenato, Pablo Agustín López Gutiérrez.
Otro factor determinante en el fortalecimiento de la dinastía López a nivel nacional es el Festival Vallenato, que es por excelencia el escenario académico y promocional para la música vallenata. Y gracias al liderazgo y la experiencia en grabaciones de Pablo Agustín, organiza en 1969 el Conjunto de los Hermanos López con el acordeón de su hermano Miguel y la voz fresca y sonora de Jorge Oñate. Este conjunto es el pionero de una nueva era del vallenato.
Por José Atuesta Mindiola
La Gira fue un acontecimiento memorable para La Paz y en especial para la familia López. El gestor del viaje fue Manuel Zapata Olivella, el puente para que García Márquez llegara a esta región y profesara su pasión por las crónicas de los cantos vallenatos.
Cerca de Valledupar hay un lugar donde sus pobladores con la música de acordeón hicieron un templo de leyenda y dinastía. Ese hermoso lugar, cuyo nombre es tan sonoro como la vida y la esperanza, es La Paz, tierra de la dinastía López. Su árbol genético cruza sus raíces primarias con los Molina, Gutiérrez y Zequeira.
En la década de 1940, La Paz alcanza categoría de pueblo importante por la apertura de la carreta nacional y su situación geográfica de ser punto estratégico para los viajeros entre Valledupar, La Guajira y Maracaibo, y, además, contaba con un hotel que brindaba servicios básicos de calidad. El Hotel era propiedad del sanjuanero Francisco Pacho Mendoza, y le dio el nombre de ‘Hotel América’, en honor a su esposa, América Sánchez Egurrola. De este hotel, Consuelo Araujo Noguera dijo: “Terminó convertido en una noria musical, a cuyo alrededor giraban los grandes músicos de la época”.
Manuel Zapata Olivella, nativo de Lorica (Córdoba), médico de la Universidad Nacional de Bogotá, recién graduado llega a La Paz (1949), y por su talante de hombre de letras e investigador cultural se convierte en miembro distinguido de la comarca, en un referente intelectual y en mecenas de la música folclórica. Allí se reencuentra con su pariente Pedro Olivella Araujo, un líder liberal gaitanista, que varios años antes había conocido en Cartagena y era primo de su madre, Edelmira Olivella. Presta servicio de médico, y su primera misión es contrarrestar la epidemia de tifus que afectaba a los habitantes de La Paz. Allí hace hogar con María Pérez, y nacen sus dos hijas: Harlem y Edelma.
En ocasiones realiza tertulias culturales y folclóricas en el hotel América, y las reuniones de tipo personal en la hacienda ‘El Olimpo’, un cañaduzal de propiedad de Gabriel Zequeira. En esa hacienda estuvo el joven reportero Gabriel García Márquez cuando llega por primera vez a la región, invitado por Manuel Zapata Olivella en diciembre de 1949. El motivo de la invitación era una tertulia literaria, y después sonaron las notas del acordeón de Juan López y la voz del joven bachiller Dagoberto López Mieles.
En una entrevista a Dagoberto López en La Paz (enero 12 de 2000), nos cuenta: “Yo asistía a las reuniones que hacía Manuel Zapata en ‘El Olimpo’, y en diciembre de 1949 llegó por primera vez García Márquez a La Paz, todavía no era famoso, era un periodista. Ese día yo canté música de Escalona, yo había estudiado en el Loperena y el Liceo Celedón y me sabía varias de sus canciones. Por petición de García Márquez yo canté tres veces ‘El hambre del Liceo’ y ‘El perro de Pavajeau’. Escalona no estuvo en esa reunión, y todavía Zapata Olivella ni García Márquez conocían a Escalona”. Consuelo Araujo, en el libro ‘Escalona, el hombre y el mito’, reseña el momento en que se conocieron Escalona y García Márquez, mes de marzo de 1950 en el hotel Roma de Barranquilla, encuentro que fue propiciado por Manuel Zapata Olivella.
Por invitación del médico Zapata Olivella también llega a La Paz el fotógrafo cartagenero Nereo López, su amigo de infancia en Cartagena. Este artista con sus imágenes deja testimonio de la historia musical de La Paz y la región (la mayoría de las fotos de Escalona, García Márquez, Zapata Olivella, fueron tomadas por Nereo López, y pertenecen al Archivo de la Biblioteca Nacional).
García Márquez con frecuencia regresaba como vendedor de enciclopedias. En uno de esos viajes a La Paz todavía estaba fresca la tragedia del incendio, suceso que empezó en el salón de baile ‘La tuna’, el sábado de carnaval de 1952, y dejó 25 casas quemadas.
Hubo luto colectivo, algunas familias se mudaron a sus haciendas cercanas y los que se quedaron permanecían temerosos, a las seis de la tarde cerraban las puertas. García Márquez comprueba el ambiente de pánico que aún se respiraba, los hombres habían cerrados los acordeones y las mujeres se habían refugiado en melancólico silencio.
Días después, en El Heraldo de Barranquilla publica en su columna ‘La Jirafa’, una crónica que titula ‘Algo que se parece a un milagro’. En ella hace referencia a la tristeza de la gente y a Juan López, el mejor acordeonista de la región que había abandonado el pueblo dos días después de los sucesos. Y comenta que, en compañía de Zapata Olivella, no lograron convencer a Pablo, hermano de Juan López, que tocara. Muchos eran los argumentos de Pablo para no tocar, pero en ese instante vino una mujer de la casa de enfrente y le dijo: “Por nosotras no te preocupes, Pablo. Si quieres tocar, toca, hace un mes que no se oye música en este pueblo”.
El pueblo empieza a recuperar la tranquilidad y su tradición musical. Para los descendientes de Juancito López y José de las Mercedes ‘Cede’ Gutiérrez, la música era un pasatiempo para la recreación personal y familiar. Porque su misión era la dedicación las labores del campo y otros oficios referentes.
Pablo Rafel López convirtió el patio de su casa en un templo musical, que el pueblo bautizó como ‘La calle de la Alegría’. Su esposa Agustina Gutiérrez, la anfitriona mayor, era una especie de Úrsula Iguarán en Macondo, siempre dispuesta a atender a los visitantes. Los López no tuvieron la dimensión de juglares, ellos preferían la calma de su terruño y de su trabajo, frente a la incertidumbre de los viajes.
La gira musical o mejor las dos giras musicales, Zapata Olivella las sintetiza en el texto ‘Los acordeones de Valledupar’, publicado por la Revista Vida, N° 58, Bogotá, agosto-septiembre 1953: “La Paz tiene fama de ser la mata de los acordeoneros y paseos vallenatos. En el pueblo nunca faltan tres o cuatro buenos acordeoneros. Pero una cosa es cierta de los acordeoneros pacíficos: son gentes muy retraídas, poco amigo de salir fuera del corral; por eso son más conocidos los juglares de Plato o El Paso. He aquí por qué constituían prendas de mayores características los acordeoneros de Valledupar en nuestra excursión para divulgar la música folclórica del Magdalena…”.
En 1951, a la primera Gira fueron los gaiteros de San Jacinto de ‘Toño’ Fernández, en el acordeón Fermín Pitre, Antonio Morales (decimero) y Antonio Sierra (dulzaina). En la segunda, 1952, Juan López y su sobrino, Dagoberto López, bachiller del Liceo Celedón, Juan Manuel Muegues, recomendado por Rafael Escalona.
García Márquez publica en El Heraldo (25 de junio de 1952) ‘La embajada folclórica’, donde comenta pormenores de la gira. He aquí unos fragmentos: “El grupo de Manuel Zapata Olivella, que vuelve a Bogotá después de una tregua, está ahora renovado en parte y complementado. A Fermín Pitre lo llamaron a calificar servicios, vino en cambio, nada menos que Juan López, tal vez -y quizá sin duda- el mejor acordeonista de su región. Y como Juan no canta se trajo a su primo hermano Dagoberto López, el maestro de escuela de La Paz que hace una semana se hizo reemplazar y cambió a sus muchachos, a la canción monocorde de las tablas de multiplicar, por esta maravillosa aventura de andar cantando a cualquier hora, que es lo que le gusta. Y otro acordeonero más: Muegues, que mucho deben conocer su oficio cuando Rafael Escalona lo tiene apadrinado, con la misma intransigencia que les pone a todas sus cosas…”.
La Gira fue un acontecimiento memorable para La Paz y en especial para la familia López. El gestor del viaje fue Manuel Zapata Olivella, el puente para que García Márquez llegara a esta región y profesara su pasión por las crónicas de los cantos vallenatos. Desde 1948, García Márquez dedica algunos artículos a la música de su región en El Universal de Cartagena. Después en El Heraldo de Barranquilla, en su columna ‘La jirafa’ (1950 – 1952) escribe varios artículos a la música vallenata.
Y el otro gran homenaje que le hace a nuestra música es cuando afirma que ‘Cien años de soledad’ no es más que un vallenato de 400 páginas. En la novela ‘El amor en los tiempos del cólera’ tiene como epígrafe un verso del maestro Leandro Díaz: “En adelanto van estos lugares que tienen su diosa coronada”. Y el máximo tributo que le hace al canto vallenato es llevarlo a la ceremonia de premiación de entrega del Premio Nobel de Literatura en Estocolmo, 1982. Y entre los músicos invitado, el cajero más famoso en la historia del vallenato, Pablo Agustín López Gutiérrez.
Otro factor determinante en el fortalecimiento de la dinastía López a nivel nacional es el Festival Vallenato, que es por excelencia el escenario académico y promocional para la música vallenata. Y gracias al liderazgo y la experiencia en grabaciones de Pablo Agustín, organiza en 1969 el Conjunto de los Hermanos López con el acordeón de su hermano Miguel y la voz fresca y sonora de Jorge Oñate. Este conjunto es el pionero de una nueva era del vallenato.
Por José Atuesta Mindiola