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Columnista - 5 octubre, 2014

La pasadora de trabajos

Internet. Papelería. Impresiones. Se pasan trabajos. Como quien anuncia una metáfora en la que la evocación trasciende el significado, remitiendo a la vida misma de protagonistas y actores de reparto de historias que suceden a diario en cualquier parte de Colombia, Rebuzcombia. En los manuscritos arrugados, garabateados por el afán, o en las fotocopias llenas […]

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Internet. Papelería. Impresiones. Se pasan trabajos. Como quien anuncia una metáfora en la que la evocación trasciende el significado, remitiendo a la vida misma de protagonistas y actores de reparto de historias que suceden a diario en cualquier parte de Colombia, Rebuzcombia.
En los manuscritos arrugados, garabateados por el afán, o en las fotocopias llenas de tachones y enmiendas, hechas con cursiva sobre el espacio entrelíneas, nacen y mueren sucesos que marcan el rumbo de los destinos de quienes por falta de computador, por falta de destreza en el pinchar sistemático sobre el teclado alfabético o por simple flojera, decidimos aventurarnos hasta la papelería de la esquina, en donde una Scherezada de la mecanografía digital está condenada a transcribir para evitar la pena a muerte por inanición, sentenciada por su majestad Pobreza a quienes no complacen sus caprichos; porque en Colombia, Informalombia, es ella quien dicta las reglas del juego de una vida en la que el costo de oportunidad fue remplazado por el costo de la necesidad.
En algunos casos los escritos que requieren la gracia de la digitación para sublimarse son dictados en persona por el autor. Entonces, con la paciencia de un cura confesando a una puta moribunda esta muchacha escucha y transcribe lo que la voz, a veces estresada de su cliente, le dicta. Un contrato de arrendamiento de dos hectáreas de tierra para sembrar yuca en una finca ubicada en La Jagua del Pilar (aprovechando que lo del fenómeno del Niño resultó ser otra patraña de científicos y medios de comunicación, que solo sirvió para sembrar pánico y llenar de argumentos a los gerentes de los bancos que cerraron sus créditos para cultivo basados en lo que dijo RCN o El Pilón) espera su turno luego de un discurso que está a punto de terminar de leer para la pasadora de trabajos un señor que se fajó seis páginas para conmemorar las bodas de plata del colegio en el que trabajó casi veinte años. Historias sin ilación que cobran la solidez de una novela al ser transcritas por las manos desentendidas de esta muchacha, esclava de las letras.
A través de sus dedos pasan más anécdotas que hombres sobre el lecho de La Magdalena: la acción de tutela contra la EPS, para evitarle el paseo de la muerte a un ser querido; el derecho de petición a Electricaribe para que quite de la factura el cobro ilegal de la reconexión y que rectifique el precio que, por un bombillo, un ventilador, un televisor y una nevera, no puede ser tanto (¿Creerán que los pobres trabajamos nomás para pagar la factura de luz o qué? ¿Electricaribombia?) En cada redacción un espíritu, un anhelo; entre los renglones tecleados por la pasadora de trabajos habita la vida de quienes recurrimos a ella para salir de un apuro que reclama su presencia inmediata para solucionarse. Cada trabajo que llega a sus manos es un cuento, una película, una canción y el secreto que la antecede, es sufrimiento y alegría, es amor.

Columnista
5 octubre, 2014

La pasadora de trabajos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Internet. Papelería. Impresiones. Se pasan trabajos. Como quien anuncia una metáfora en la que la evocación trasciende el significado, remitiendo a la vida misma de protagonistas y actores de reparto de historias que suceden a diario en cualquier parte de Colombia, Rebuzcombia. En los manuscritos arrugados, garabateados por el afán, o en las fotocopias llenas […]


Internet. Papelería. Impresiones. Se pasan trabajos. Como quien anuncia una metáfora en la que la evocación trasciende el significado, remitiendo a la vida misma de protagonistas y actores de reparto de historias que suceden a diario en cualquier parte de Colombia, Rebuzcombia.
En los manuscritos arrugados, garabateados por el afán, o en las fotocopias llenas de tachones y enmiendas, hechas con cursiva sobre el espacio entrelíneas, nacen y mueren sucesos que marcan el rumbo de los destinos de quienes por falta de computador, por falta de destreza en el pinchar sistemático sobre el teclado alfabético o por simple flojera, decidimos aventurarnos hasta la papelería de la esquina, en donde una Scherezada de la mecanografía digital está condenada a transcribir para evitar la pena a muerte por inanición, sentenciada por su majestad Pobreza a quienes no complacen sus caprichos; porque en Colombia, Informalombia, es ella quien dicta las reglas del juego de una vida en la que el costo de oportunidad fue remplazado por el costo de la necesidad.
En algunos casos los escritos que requieren la gracia de la digitación para sublimarse son dictados en persona por el autor. Entonces, con la paciencia de un cura confesando a una puta moribunda esta muchacha escucha y transcribe lo que la voz, a veces estresada de su cliente, le dicta. Un contrato de arrendamiento de dos hectáreas de tierra para sembrar yuca en una finca ubicada en La Jagua del Pilar (aprovechando que lo del fenómeno del Niño resultó ser otra patraña de científicos y medios de comunicación, que solo sirvió para sembrar pánico y llenar de argumentos a los gerentes de los bancos que cerraron sus créditos para cultivo basados en lo que dijo RCN o El Pilón) espera su turno luego de un discurso que está a punto de terminar de leer para la pasadora de trabajos un señor que se fajó seis páginas para conmemorar las bodas de plata del colegio en el que trabajó casi veinte años. Historias sin ilación que cobran la solidez de una novela al ser transcritas por las manos desentendidas de esta muchacha, esclava de las letras.
A través de sus dedos pasan más anécdotas que hombres sobre el lecho de La Magdalena: la acción de tutela contra la EPS, para evitarle el paseo de la muerte a un ser querido; el derecho de petición a Electricaribe para que quite de la factura el cobro ilegal de la reconexión y que rectifique el precio que, por un bombillo, un ventilador, un televisor y una nevera, no puede ser tanto (¿Creerán que los pobres trabajamos nomás para pagar la factura de luz o qué? ¿Electricaribombia?) En cada redacción un espíritu, un anhelo; entre los renglones tecleados por la pasadora de trabajos habita la vida de quienes recurrimos a ella para salir de un apuro que reclama su presencia inmediata para solucionarse. Cada trabajo que llega a sus manos es un cuento, una película, una canción y el secreto que la antecede, es sufrimiento y alegría, es amor.