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Columnista - 16 junio, 2016

La palabra ecología

La palabra ecología remite a lo que denotaban ya los términos bien conocidos medio, entorno y naturaleza; pero añade complejidad al primero y precisión al segundo, y resta mística e incluso euforia al tercero. La noción de medio, muy pobre, solo remite a caracteres físicos y fuerzas mecánicas; la noción de entorno es mejor, toda […]

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La palabra ecología remite a lo que denotaban ya los términos bien conocidos medio, entorno y naturaleza; pero añade complejidad al primero y precisión al segundo, y resta mística e incluso euforia al tercero. La noción de medio, muy pobre, solo remite a caracteres físicos y fuerzas mecánicas; la noción de entorno es mejor, toda vez que implica una envoltura placentaria, pero resulta vago; la noción de naturaleza nos remite a un ser matricial, una fuente de vida ella misma viva; esta es poéticamente profunda, pero todavía débil en términos científicos. Estos tres conceptos olvidan el carácter más interesante del medio del entorno de la naturaleza; su carácter auto-organizado y organizativo. Por ello es preciso sustituirlos por un término más rico y más exacto, el de ecosistema.

¿Qué es un ecosistema? La ecología como ciencia natural ha llegado a esta noción que engloba el entorno físico (biotipo) y el conjunto de las especies vivas (biocenosis) en un espacio o nicho dado. Pero la ecología actual todavía no ha podido extraer de este concepto todas sus posibilidades pues, para comprenderlo de veras, sería preciso concebir al mismo tiempo una teoría de los sistemas y teoría de la auto-organización.

Digamos esquemáticamente que el conjunto de los seres vivos en un nicho constituye un sistema que se organiza por si mismo. Se da una combinación de relaciones entre especies diferentes: relaciones de asociación (simbiosis, parasitismos) y de complementareidad (entre el comedor y el comido, el predador y la presa), jerarquías que se constituyen y regulaciones que se establecen. Se crea un conjunto combinatorio, con sus determinismos, sus ciclos, sus probabilidades, sus contingencias. Eso es el ecosistema, ya se considere a escala de un pequeño nicho o del planeta. Dicho de otro modo, se produce un fenómeno de integración natural entre vegetales y animales, incluido los humanos, de donde resulta una especie de ser vivo que es el ecosistema. Este ser vivo es a la par muy robusto y muy frágil. Muy robusto, pues se reorganiza, por ejemplo, cuando aparece una especie nueva o desaparece una especie que tenía su puesto, en la cadena de complementareidades; así han evolucionado los ecosistemas, sin perecer, hasta este siglo, a pesar de las matanzas que realiza el hombre cazador, a pesar de las estructuraciones que efectuaba el hombre agricultor, a pesar de las primeras contaminaciones que provoca el hombre urbano.

El carácter autorreorganizador espontáneo es la fuerza del ecosistema. Pero como un ser vivo también puede morir si se le inyecta un veneno químico, en dosis que provocan la muerte en cadena de especies ligadas entre sí y si se alteran las condiciones elementales de la vida (como la reproducción del plancton marino, por ejemplo). Ya se ven lagos muertos y campos sin vida animal. A este respecto, es preciso comprender que el problema más grave no es que el hombre use o dilapide la energía natural; encontrara energía de sobra en la radiación solar y el átomo. Tampoco es que genere residuos: todo ser vivo es excrementicio y contamina su entorno. Pero los excrementos están en el ciclo natural.

Columnista
16 junio, 2016

La palabra ecología

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

La palabra ecología remite a lo que denotaban ya los términos bien conocidos medio, entorno y naturaleza; pero añade complejidad al primero y precisión al segundo, y resta mística e incluso euforia al tercero. La noción de medio, muy pobre, solo remite a caracteres físicos y fuerzas mecánicas; la noción de entorno es mejor, toda […]


La palabra ecología remite a lo que denotaban ya los términos bien conocidos medio, entorno y naturaleza; pero añade complejidad al primero y precisión al segundo, y resta mística e incluso euforia al tercero. La noción de medio, muy pobre, solo remite a caracteres físicos y fuerzas mecánicas; la noción de entorno es mejor, toda vez que implica una envoltura placentaria, pero resulta vago; la noción de naturaleza nos remite a un ser matricial, una fuente de vida ella misma viva; esta es poéticamente profunda, pero todavía débil en términos científicos. Estos tres conceptos olvidan el carácter más interesante del medio del entorno de la naturaleza; su carácter auto-organizado y organizativo. Por ello es preciso sustituirlos por un término más rico y más exacto, el de ecosistema.

¿Qué es un ecosistema? La ecología como ciencia natural ha llegado a esta noción que engloba el entorno físico (biotipo) y el conjunto de las especies vivas (biocenosis) en un espacio o nicho dado. Pero la ecología actual todavía no ha podido extraer de este concepto todas sus posibilidades pues, para comprenderlo de veras, sería preciso concebir al mismo tiempo una teoría de los sistemas y teoría de la auto-organización.

Digamos esquemáticamente que el conjunto de los seres vivos en un nicho constituye un sistema que se organiza por si mismo. Se da una combinación de relaciones entre especies diferentes: relaciones de asociación (simbiosis, parasitismos) y de complementareidad (entre el comedor y el comido, el predador y la presa), jerarquías que se constituyen y regulaciones que se establecen. Se crea un conjunto combinatorio, con sus determinismos, sus ciclos, sus probabilidades, sus contingencias. Eso es el ecosistema, ya se considere a escala de un pequeño nicho o del planeta. Dicho de otro modo, se produce un fenómeno de integración natural entre vegetales y animales, incluido los humanos, de donde resulta una especie de ser vivo que es el ecosistema. Este ser vivo es a la par muy robusto y muy frágil. Muy robusto, pues se reorganiza, por ejemplo, cuando aparece una especie nueva o desaparece una especie que tenía su puesto, en la cadena de complementareidades; así han evolucionado los ecosistemas, sin perecer, hasta este siglo, a pesar de las matanzas que realiza el hombre cazador, a pesar de las estructuraciones que efectuaba el hombre agricultor, a pesar de las primeras contaminaciones que provoca el hombre urbano.

El carácter autorreorganizador espontáneo es la fuerza del ecosistema. Pero como un ser vivo también puede morir si se le inyecta un veneno químico, en dosis que provocan la muerte en cadena de especies ligadas entre sí y si se alteran las condiciones elementales de la vida (como la reproducción del plancton marino, por ejemplo). Ya se ven lagos muertos y campos sin vida animal. A este respecto, es preciso comprender que el problema más grave no es que el hombre use o dilapide la energía natural; encontrara energía de sobra en la radiación solar y el átomo. Tampoco es que genere residuos: todo ser vivo es excrementicio y contamina su entorno. Pero los excrementos están en el ciclo natural.