El viernes anterior, en el auditorio de la Fundación Universitaria del Área Andina, sede Valledupar, fue presentada la novela ‘La noche de las velas azules´, de Mary Daza Orozco. Entre los participantes: Luis Barros, Yanitza Fontalvo, Leda Rodríguez y quien esto escribe.
El viernes anterior, en el auditorio de la Fundación Universitaria del Área Andina, sede Valledupar, fue presentada la novela ‘La noche de las velas azules´, de Mary Daza Orozco. Entre los participantes: Luis Barros, Yanitza Fontalvo, Leda Rodríguez y quien esto escribe.
De mi intervención, estos fragmentos: “La literatura es un acto de gratitud con la vida que, por lo mismo, excede todos los fines. Dar palabras al viento puede ser el ejercicio absoluto de la libertad”. Mary Daza Orozco, en su consagración de lectora y escritora, ha hecho fecunda su imaginación y creatividad; ella sabe que para ver y narrar la realidad la imaginación es imprescindible. Y es evidente que en su narrativa hay una atmosfera poética y un sentido de la belleza y la armonía; por eso dice: “La historia de los actos violentos es mi propuesta estética desde cuando comencé a escribir mis novelas, pero tenía que matizarlos con metáforas y párrafos de profundo lirismo para que no se me convirtieran en unas novelas de horror”.
‘La noche de las velas azules’ es la narrativa de la violencia que hace tantos años nos azota. La presencia de grupos armados, los permanentes actos de terror, mujeres que buscan a sus familiares, y en ocasiones adoptan muertos como terapia para aminorar el dolor por los desaparecidos. Ese horroroso proceder de tirar al río los cuerpos destrozados. Un jefe victimario configura un dantesco escenario: “Si al río Magdalena le sacaran el agua, sería el cementerio más grande de Colombia’”.
Permítanme resaltar algunos momentos poéticos de la obra: “Helena (personaje central de la novela) ofrenda amor al río Guatapurí lanzándole flores desde el puente, en homenaje a su esposo desparecido, el ambientalista Ferrán. En la ventana las horas se diluyen en el tiempo de la espera. Gotas enrolladas en remolinos atizadas por las brisas. Asomada en la ventana oteando lontananza. Temerosa de meter los pies en el cauce de los ríos para no manchar su piel de más dolor de muerte. Con el silencio roto de su dolor viaja a ver cadáveres en las orillas de los ríos. El canto de la Sirena ulula el insomnio”.
Retoma a María Olvido, personaje de su novela ‘Cuando cante el cuervo azul’, para hacer oda a los colores: “Los colores son más fuertes que los años, demarcadores de la ruta de nuestra vida. El agua de la ciénaga es un azul sombreado de verde por los ramajes del manglar. El mar lejano con su rumor a vida se vuelve azul, azul es la ciénaga, azul es la espera… Azul es el color preferido del arte. Es el color del ensueño y la melancolía, dijo el poeta Rubén Darío. En el cristianismo se asocia a la espiritualidad, a la piedad, la Virgen María siempre con una tonalidad azul en su manto”.
Hace también una exaltación a los ríos, porque Helena, después de larga espera y extensa búsqueda encuentra el cuerpo sepultado de Ferrán como NN, en un cementerio cercano a un puerto del río Magdalena, lo trae a Valledupar y le hace el funeral. Días después, su hija y sus amigas organizaron una multitudinaria marcha al río en defensa de la vida: “El viento quieto se escondía detrás de la estatua de la Sirena, la luna grande de diciembre observaba curiosa lo que estaba sucediendo. Se escucharon canciones vallenatas y poemas, y el poeta José Atuesta leyó un poema al río. A las doce de la noche, todos con sus velas azules encendidas, dijeron en coro: Perdón al río porque se profanaron sus aguas de vida, lanzándoles despojos de muertes”.
Por José Atuesta Mindiola.
El viernes anterior, en el auditorio de la Fundación Universitaria del Área Andina, sede Valledupar, fue presentada la novela ‘La noche de las velas azules´, de Mary Daza Orozco. Entre los participantes: Luis Barros, Yanitza Fontalvo, Leda Rodríguez y quien esto escribe.
El viernes anterior, en el auditorio de la Fundación Universitaria del Área Andina, sede Valledupar, fue presentada la novela ‘La noche de las velas azules´, de Mary Daza Orozco. Entre los participantes: Luis Barros, Yanitza Fontalvo, Leda Rodríguez y quien esto escribe.
De mi intervención, estos fragmentos: “La literatura es un acto de gratitud con la vida que, por lo mismo, excede todos los fines. Dar palabras al viento puede ser el ejercicio absoluto de la libertad”. Mary Daza Orozco, en su consagración de lectora y escritora, ha hecho fecunda su imaginación y creatividad; ella sabe que para ver y narrar la realidad la imaginación es imprescindible. Y es evidente que en su narrativa hay una atmosfera poética y un sentido de la belleza y la armonía; por eso dice: “La historia de los actos violentos es mi propuesta estética desde cuando comencé a escribir mis novelas, pero tenía que matizarlos con metáforas y párrafos de profundo lirismo para que no se me convirtieran en unas novelas de horror”.
‘La noche de las velas azules’ es la narrativa de la violencia que hace tantos años nos azota. La presencia de grupos armados, los permanentes actos de terror, mujeres que buscan a sus familiares, y en ocasiones adoptan muertos como terapia para aminorar el dolor por los desaparecidos. Ese horroroso proceder de tirar al río los cuerpos destrozados. Un jefe victimario configura un dantesco escenario: “Si al río Magdalena le sacaran el agua, sería el cementerio más grande de Colombia’”.
Permítanme resaltar algunos momentos poéticos de la obra: “Helena (personaje central de la novela) ofrenda amor al río Guatapurí lanzándole flores desde el puente, en homenaje a su esposo desparecido, el ambientalista Ferrán. En la ventana las horas se diluyen en el tiempo de la espera. Gotas enrolladas en remolinos atizadas por las brisas. Asomada en la ventana oteando lontananza. Temerosa de meter los pies en el cauce de los ríos para no manchar su piel de más dolor de muerte. Con el silencio roto de su dolor viaja a ver cadáveres en las orillas de los ríos. El canto de la Sirena ulula el insomnio”.
Retoma a María Olvido, personaje de su novela ‘Cuando cante el cuervo azul’, para hacer oda a los colores: “Los colores son más fuertes que los años, demarcadores de la ruta de nuestra vida. El agua de la ciénaga es un azul sombreado de verde por los ramajes del manglar. El mar lejano con su rumor a vida se vuelve azul, azul es la ciénaga, azul es la espera… Azul es el color preferido del arte. Es el color del ensueño y la melancolía, dijo el poeta Rubén Darío. En el cristianismo se asocia a la espiritualidad, a la piedad, la Virgen María siempre con una tonalidad azul en su manto”.
Hace también una exaltación a los ríos, porque Helena, después de larga espera y extensa búsqueda encuentra el cuerpo sepultado de Ferrán como NN, en un cementerio cercano a un puerto del río Magdalena, lo trae a Valledupar y le hace el funeral. Días después, su hija y sus amigas organizaron una multitudinaria marcha al río en defensa de la vida: “El viento quieto se escondía detrás de la estatua de la Sirena, la luna grande de diciembre observaba curiosa lo que estaba sucediendo. Se escucharon canciones vallenatas y poemas, y el poeta José Atuesta leyó un poema al río. A las doce de la noche, todos con sus velas azules encendidas, dijeron en coro: Perdón al río porque se profanaron sus aguas de vida, lanzándoles despojos de muertes”.
Por José Atuesta Mindiola.