Valledupar es ciudad privilegiada porque cada año en este mes concentra la atención del País. La música vallenata como manifestación inmaterial convoca a todos. Alrededor de la caja, guacharaca y acordeón danzan momentos de mucha felicidad y jolgorio. Aquellos instrumentos de percusión y melodía penetran el Ser Colombiano. El evento se ha erigido en la […]
Valledupar es ciudad privilegiada porque cada año en este mes concentra la atención del País. La música vallenata como manifestación inmaterial convoca a todos. Alrededor de la caja, guacharaca y acordeón danzan momentos de mucha felicidad y jolgorio. Aquellos instrumentos de percusión y melodía penetran el Ser Colombiano.
El evento se ha erigido en la oportunidad para conciliar diferencias y afianzar propósitos de multiplicada índole: política, comercial, negocios públicos y privados. Al interior de una parranda deambulan tertulias donde la imaginación hace parte de la canción que se escucha y las conversaciones inteligentemente se enriquecen cada que se absorbe un wisky.
Realizar el Festival es un cometido exigente y bien complejo. Especular que puede organizarlo la Gobernación o la Alcaldía, por ejemplo, es eventualidad afortunadamente superada desde 1986. Ahí se requieren aportes económicos que los Departamentos y Municipios no pueden (por favor) distraer ante tantas carencias. La organización ha de continuar en manos de los particulares reunidos en una idónea Fundación sin ánimo de lucro. Y lo conceptualmente claro es que este tipo de entidades no distribuye utilidades (o mejor excedentes) entre sus miembros. La naturaleza jurídica nunca lo permite.
En Colombia eventos de esta magnitud, ya consolidados, generan toda suerte de opiniones encontradas y pasioncillas personales. Unas con buenas intenciones otras con notoria mezquindad. En todo caso, a la Fundación FLV gestora cultural del Festival no le ha quedado fácil soportar, en los últimos tiempos, los inmisericordes embates de que ha sido objeto.
Los sostenidos ataques ha obstaculizado que el Estado haya continuado haciendo aportes significativos para la realización anual del Festival Vallenato y ha espantado los apoyos privados. Siempre hay temores para participar en este majestuoso evento cultural. Se ha hecho mucho daño.
No obstante yergue siempre la maratónica jornada para alcanzar la realización de la actividad cultural que más engrandece a Colombia folclórica. La música vallenata es símbolo de identidad nacional. La frase no es huera sino realismo mágico, cada Festival lo pone de presente. El género musical definitivamente hincha el corazón y agranda el alma.
La presencia de gentes multiactivas en cada Festival no imaginan mínimamente siquiera las vicisitudes que hay que sortear. Se cree que todo es color de rosa. Sin embargo las dificultades las superan únicamente quienes les brota el amor profundo por el ritmo musical más posicionado nacional e internacionalmente. El hermanado entusiasmo lo conserva ahí en el podio de los eventos culturales de la Patria.
El Festival de la música vallenata siempre estará con nosotros. Empero es verdad de apuño que con los resultados económicos de cada festividad se logra el punto de equilibrio financiero, pero no beneficios para consolidar el sueño del Parque de la Leyenda Vallenata. Hasta cuando cesen las agresiones jurídicas y los calificativos desobligantes.
Fíjense ustedes que en los hombros de un hombre valioso y correcto como Rodolfo Molina Araújo recae el éxito o el fracaso del pluricultural evento. Sin aspavientos y con su propio estilo en los últimos años ha organizado con logros el Festival, obvio con el trabajo colectivo de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata. Loas a cada uno de sus miembros. La insuperable Consuelo eternamente nos audita.
Valledupar es ciudad privilegiada porque cada año en este mes concentra la atención del País. La música vallenata como manifestación inmaterial convoca a todos. Alrededor de la caja, guacharaca y acordeón danzan momentos de mucha felicidad y jolgorio. Aquellos instrumentos de percusión y melodía penetran el Ser Colombiano. El evento se ha erigido en la […]
Valledupar es ciudad privilegiada porque cada año en este mes concentra la atención del País. La música vallenata como manifestación inmaterial convoca a todos. Alrededor de la caja, guacharaca y acordeón danzan momentos de mucha felicidad y jolgorio. Aquellos instrumentos de percusión y melodía penetran el Ser Colombiano.
El evento se ha erigido en la oportunidad para conciliar diferencias y afianzar propósitos de multiplicada índole: política, comercial, negocios públicos y privados. Al interior de una parranda deambulan tertulias donde la imaginación hace parte de la canción que se escucha y las conversaciones inteligentemente se enriquecen cada que se absorbe un wisky.
Realizar el Festival es un cometido exigente y bien complejo. Especular que puede organizarlo la Gobernación o la Alcaldía, por ejemplo, es eventualidad afortunadamente superada desde 1986. Ahí se requieren aportes económicos que los Departamentos y Municipios no pueden (por favor) distraer ante tantas carencias. La organización ha de continuar en manos de los particulares reunidos en una idónea Fundación sin ánimo de lucro. Y lo conceptualmente claro es que este tipo de entidades no distribuye utilidades (o mejor excedentes) entre sus miembros. La naturaleza jurídica nunca lo permite.
En Colombia eventos de esta magnitud, ya consolidados, generan toda suerte de opiniones encontradas y pasioncillas personales. Unas con buenas intenciones otras con notoria mezquindad. En todo caso, a la Fundación FLV gestora cultural del Festival no le ha quedado fácil soportar, en los últimos tiempos, los inmisericordes embates de que ha sido objeto.
Los sostenidos ataques ha obstaculizado que el Estado haya continuado haciendo aportes significativos para la realización anual del Festival Vallenato y ha espantado los apoyos privados. Siempre hay temores para participar en este majestuoso evento cultural. Se ha hecho mucho daño.
No obstante yergue siempre la maratónica jornada para alcanzar la realización de la actividad cultural que más engrandece a Colombia folclórica. La música vallenata es símbolo de identidad nacional. La frase no es huera sino realismo mágico, cada Festival lo pone de presente. El género musical definitivamente hincha el corazón y agranda el alma.
La presencia de gentes multiactivas en cada Festival no imaginan mínimamente siquiera las vicisitudes que hay que sortear. Se cree que todo es color de rosa. Sin embargo las dificultades las superan únicamente quienes les brota el amor profundo por el ritmo musical más posicionado nacional e internacionalmente. El hermanado entusiasmo lo conserva ahí en el podio de los eventos culturales de la Patria.
El Festival de la música vallenata siempre estará con nosotros. Empero es verdad de apuño que con los resultados económicos de cada festividad se logra el punto de equilibrio financiero, pero no beneficios para consolidar el sueño del Parque de la Leyenda Vallenata. Hasta cuando cesen las agresiones jurídicas y los calificativos desobligantes.
Fíjense ustedes que en los hombros de un hombre valioso y correcto como Rodolfo Molina Araújo recae el éxito o el fracaso del pluricultural evento. Sin aspavientos y con su propio estilo en los últimos años ha organizado con logros el Festival, obvio con el trabajo colectivo de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata. Loas a cada uno de sus miembros. La insuperable Consuelo eternamente nos audita.