Con motivo del Día de la mujer me he permitido compartir estas disquisiciones. Hace un año, el 6 de marzo, se reportó el primer caso de contagio en Colombia con el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, portador de la COVID -19, declarada como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud cinco días después. Desde […]
Con motivo del Día de la mujer me he permitido compartir estas disquisiciones. Hace un año, el 6 de marzo, se reportó el primer caso de contagio en Colombia con el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, portador de la COVID -19, declarada como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud cinco días después. Desde entonces todos los países, y Colombia no es la excepción, tomaron medidas primero de prevención, luego de contención y por último de mitigación; pese a ello, dicha pandemia alcanzó a cobrar más de dos millones de víctimas fatales antes de poder desarrollar las vacunas contra la misma por parte de la industria farmacéutica.
Los estragos en la salud, en la economía y en los indicadores sociales no se hicieron esperar, siendo mayores en Latinoamérica que en el resto del mundo. Sus repercusiones han sido catastróficas, afectando mayormente a los más vulnerables tanto por estratos sociales como por género. Las cifras son elocuentes y muestran palmariamente que la mujer en Colombia ha llevado la peor parte de los devastadores efectos no deseados, pero no por ello menos impactantes, de las medidas de bioseguridad tomadas por parte del Gobierno nacional.
Cabe advertir que la vulnerabilidad del sexo femenino en Colombia no se le puede atribuir a la pandemia, tal condición era preexistente a la misma, de modo que en el 2020 sólo se dio su empeoramiento, y lo que es peor se profundizaron las enormes brechas de género que aún subsisten en Colombia. Y ello, no obstante que la Constituyente de 1991, integrada por 70 hombres y sólo 4 mujeres (¡!), consagró en la nueva Constitución Política, que está a punto de cumplir sus primeros 30 años de vigencia, en su artículo 43, la igualdad de género.
Desde luego se han registrado avances legislativos que han desarrollado tal precepto constitucional, destacándose entre ellos la expedición de la Ley 581 de 2000, más conocida como la Ley de cuotas, la misma que tiene en aprietos al presidente Duque para su cabal cumplimiento. Pese a ello, el desempleo y la pobreza siguen teniendo rostro de mujer: la brecha de la tasa de participación de la mujer con respecto a la del hombre es de 20.8 puntos porcentuales.
El desempleo femenino en el 2019, antes de la pandemia, se situó en el 13.6 %, más de 3 puntos porcentuales con respecto al promedio nacional y 5.6 puntos porcentuales por encima de los hombres. En el año 2020 esta brecha se amplió y esta vez fue de 6.1 puntos porcentuales.
El contraste no puede ser mayor, según el DANE, mientras el género masculino trabaja 12:39 horas diarias, de las cuales 9:14 horas son remuneradas, las féminas trabajan 14:49 diariamente, de las cuales solo 7:35 horas son remuneradas. Es decir, que la mujer dedica la mitad de su tiempo laborado, generalmente en condiciones precarias, a actividades no remuneradas. Llama poderosamente la atención que el tiempo dedicado a actividades no remuneradas por parte de la mujer no varía con el nivel de estudios.
Con motivo del Día de la mujer me he permitido compartir estas disquisiciones. Hace un año, el 6 de marzo, se reportó el primer caso de contagio en Colombia con el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, portador de la COVID -19, declarada como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud cinco días después. Desde […]
Con motivo del Día de la mujer me he permitido compartir estas disquisiciones. Hace un año, el 6 de marzo, se reportó el primer caso de contagio en Colombia con el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, portador de la COVID -19, declarada como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud cinco días después. Desde entonces todos los países, y Colombia no es la excepción, tomaron medidas primero de prevención, luego de contención y por último de mitigación; pese a ello, dicha pandemia alcanzó a cobrar más de dos millones de víctimas fatales antes de poder desarrollar las vacunas contra la misma por parte de la industria farmacéutica.
Los estragos en la salud, en la economía y en los indicadores sociales no se hicieron esperar, siendo mayores en Latinoamérica que en el resto del mundo. Sus repercusiones han sido catastróficas, afectando mayormente a los más vulnerables tanto por estratos sociales como por género. Las cifras son elocuentes y muestran palmariamente que la mujer en Colombia ha llevado la peor parte de los devastadores efectos no deseados, pero no por ello menos impactantes, de las medidas de bioseguridad tomadas por parte del Gobierno nacional.
Cabe advertir que la vulnerabilidad del sexo femenino en Colombia no se le puede atribuir a la pandemia, tal condición era preexistente a la misma, de modo que en el 2020 sólo se dio su empeoramiento, y lo que es peor se profundizaron las enormes brechas de género que aún subsisten en Colombia. Y ello, no obstante que la Constituyente de 1991, integrada por 70 hombres y sólo 4 mujeres (¡!), consagró en la nueva Constitución Política, que está a punto de cumplir sus primeros 30 años de vigencia, en su artículo 43, la igualdad de género.
Desde luego se han registrado avances legislativos que han desarrollado tal precepto constitucional, destacándose entre ellos la expedición de la Ley 581 de 2000, más conocida como la Ley de cuotas, la misma que tiene en aprietos al presidente Duque para su cabal cumplimiento. Pese a ello, el desempleo y la pobreza siguen teniendo rostro de mujer: la brecha de la tasa de participación de la mujer con respecto a la del hombre es de 20.8 puntos porcentuales.
El desempleo femenino en el 2019, antes de la pandemia, se situó en el 13.6 %, más de 3 puntos porcentuales con respecto al promedio nacional y 5.6 puntos porcentuales por encima de los hombres. En el año 2020 esta brecha se amplió y esta vez fue de 6.1 puntos porcentuales.
El contraste no puede ser mayor, según el DANE, mientras el género masculino trabaja 12:39 horas diarias, de las cuales 9:14 horas son remuneradas, las féminas trabajan 14:49 diariamente, de las cuales solo 7:35 horas son remuneradas. Es decir, que la mujer dedica la mitad de su tiempo laborado, generalmente en condiciones precarias, a actividades no remuneradas. Llama poderosamente la atención que el tiempo dedicado a actividades no remuneradas por parte de la mujer no varía con el nivel de estudios.