Nada en su filosofía es fácil de comprender. Intentémoslo. Se pregunta, ¿qué podemos conocer?; responde en su Crítica de la Razón Pura, que tratamos apretadamente en la columna anterior. Ésta se contrae a su otra pregunta, ¿qué debemos hacer?; que responde en su Crítica de la Razón Práctica. Ambas cuestiones y desarrollos son revolucionarios. Porque […]
Nada en su filosofía es fácil de comprender. Intentémoslo. Se pregunta, ¿qué podemos conocer?; responde en su Crítica de la Razón Pura, que tratamos apretadamente en la columna anterior. Ésta se contrae a su otra pregunta, ¿qué debemos hacer?; que responde en su Crítica de la Razón Práctica. Ambas cuestiones y desarrollos son revolucionarios.
Porque hasta él, la idea básica de la moral era la de bien, referida al fin último del hombre, idea que él considera inmoral en sí misma, por cuanto según su parecer está asociada al placer o interés. Pero podemos objetarle que tal bien no es el verdadero bien, sino el que tiende a la realización altruista y plena de la naturaleza humana.
Al tratar este asunto, distingue entre materia y forma, enseñando que la materia es la utilidad buscada con el bien, y forma, la intención del agente conformada con el bien, dictado por la razón. Como se observa, su moral es racionalista y voluntarista, tanto que la denomina “imperativo categórico”. Recordemos: imperativo connota imperio, poder, voluntad, autonomía, independientemente de los resultados, pues es la intención de obrar por el deber. Por tanto, él diferencia entre el obrar de acuerdo con el deber y el obrar por el deber.
En consecuencia se pregunta, ¿qué es el deber?, y responde: es una ley que proviene a priori de la razón y que se impone por si misma a todo ser racional, que se traduce en la conciencia a través de un imperativo categórico.
Avanzando en su teoría, distingue entre imperativos: hipotéticos y categóricos. Aquellos condicionan la voluntad para alcanzar unos determinados objetivos, no necesariamente relevantes, pero sí de conveniencia práctica. Éstos, en cambio, declaran la acción objetivamente, necesaria en sí misma, sin relación de finalidad. El imperativo categórico no dice: “si quieres…debes”, sino: “debes, porque debes”. Reconózcase aquí que Kant no solo era alemán, sino sobre todo prusiano.
En su obra ‘Fundamento de las Costumbres’, nos ofrece algunas fórmulas, de imperativo categórico, “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal”; “considera a la humanidad, sea en tu persona, sea en la persona de otro, siempre con un fin, nunca como un medio”.
Ellas nos introducen en el concepto de autonomía, afirmando que el deber no se impone desde el externo de la voluntad, ya que proviene de la razón, que constituye al hombre. Para él la autonomía de la voluntad es el único principio de toda la ley moral y de sus deberes respectivos. Dice: someterse a una razón externa sería una heteronomía incompatible con la dignidad de la persona humana.
Por ello, propone un binomio inescindible: autonomía-libertad. Autonomía no de otro sino de la razonabilidad del yo, frente a las leyes naturales de los fenómenos. Estas son leyes de libertad, porque sus deberes se cumplen libremente: debes, por lo mismo puedes”.
La moral kantiana es formalista, del deber, autónoma y universal, basada en experiencias sensibles, en el ámbito de la razón práctica, desligada del de la razón pura.
Al respecto, Kant agrega su teoría de los postulados, con el objeto de hacerla comprensible y accesible al hombre. ¿Qué significa un postulado? Trataremos de responder en la próxima entrega
NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. Ahora viajarás por una magnífica carretera, gracias a los gobernadores Luis Alberto y Franco. Y al contralor Maya.
Por Rodrigo López Barros
Nada en su filosofía es fácil de comprender. Intentémoslo. Se pregunta, ¿qué podemos conocer?; responde en su Crítica de la Razón Pura, que tratamos apretadamente en la columna anterior. Ésta se contrae a su otra pregunta, ¿qué debemos hacer?; que responde en su Crítica de la Razón Práctica. Ambas cuestiones y desarrollos son revolucionarios. Porque […]
Nada en su filosofía es fácil de comprender. Intentémoslo. Se pregunta, ¿qué podemos conocer?; responde en su Crítica de la Razón Pura, que tratamos apretadamente en la columna anterior. Ésta se contrae a su otra pregunta, ¿qué debemos hacer?; que responde en su Crítica de la Razón Práctica. Ambas cuestiones y desarrollos son revolucionarios.
Porque hasta él, la idea básica de la moral era la de bien, referida al fin último del hombre, idea que él considera inmoral en sí misma, por cuanto según su parecer está asociada al placer o interés. Pero podemos objetarle que tal bien no es el verdadero bien, sino el que tiende a la realización altruista y plena de la naturaleza humana.
Al tratar este asunto, distingue entre materia y forma, enseñando que la materia es la utilidad buscada con el bien, y forma, la intención del agente conformada con el bien, dictado por la razón. Como se observa, su moral es racionalista y voluntarista, tanto que la denomina “imperativo categórico”. Recordemos: imperativo connota imperio, poder, voluntad, autonomía, independientemente de los resultados, pues es la intención de obrar por el deber. Por tanto, él diferencia entre el obrar de acuerdo con el deber y el obrar por el deber.
En consecuencia se pregunta, ¿qué es el deber?, y responde: es una ley que proviene a priori de la razón y que se impone por si misma a todo ser racional, que se traduce en la conciencia a través de un imperativo categórico.
Avanzando en su teoría, distingue entre imperativos: hipotéticos y categóricos. Aquellos condicionan la voluntad para alcanzar unos determinados objetivos, no necesariamente relevantes, pero sí de conveniencia práctica. Éstos, en cambio, declaran la acción objetivamente, necesaria en sí misma, sin relación de finalidad. El imperativo categórico no dice: “si quieres…debes”, sino: “debes, porque debes”. Reconózcase aquí que Kant no solo era alemán, sino sobre todo prusiano.
En su obra ‘Fundamento de las Costumbres’, nos ofrece algunas fórmulas, de imperativo categórico, “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal”; “considera a la humanidad, sea en tu persona, sea en la persona de otro, siempre con un fin, nunca como un medio”.
Ellas nos introducen en el concepto de autonomía, afirmando que el deber no se impone desde el externo de la voluntad, ya que proviene de la razón, que constituye al hombre. Para él la autonomía de la voluntad es el único principio de toda la ley moral y de sus deberes respectivos. Dice: someterse a una razón externa sería una heteronomía incompatible con la dignidad de la persona humana.
Por ello, propone un binomio inescindible: autonomía-libertad. Autonomía no de otro sino de la razonabilidad del yo, frente a las leyes naturales de los fenómenos. Estas son leyes de libertad, porque sus deberes se cumplen libremente: debes, por lo mismo puedes”.
La moral kantiana es formalista, del deber, autónoma y universal, basada en experiencias sensibles, en el ámbito de la razón práctica, desligada del de la razón pura.
Al respecto, Kant agrega su teoría de los postulados, con el objeto de hacerla comprensible y accesible al hombre. ¿Qué significa un postulado? Trataremos de responder en la próxima entrega
NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. Ahora viajarás por una magnífica carretera, gracias a los gobernadores Luis Alberto y Franco. Y al contralor Maya.
Por Rodrigo López Barros