Quién podría imaginar que la mejor parranda vallenata a la que he asistido en toda mi vida no fue en Valledupar, ni en algún pueblo o ciudad del Caribe colombiano, sino que por el contrario, fue en la fría capital del país, ciudad que por estos días estuvo cumpliendo 481 años de fundada. Capital a […]
Quién podría imaginar que la mejor parranda vallenata a la que he asistido en toda mi vida no fue en Valledupar, ni en algún pueblo o ciudad del Caribe colombiano, sino que por el contrario, fue en la fría capital del país, ciudad que por estos días estuvo cumpliendo 481 años de fundada. Capital a la que muchísimos colombianos adoramos porque nos acogió y nos protegió, y en ella nos hemos hecho a pulso; también han nacido y se han criado nuestros hijos, casi todo lo que somos se lo debemos a la más hermosa ciudad de Latinoamérica, aquella que en el siglo XIX muchos europeos bautizaron como la ‘Atenas Suramericana’ por su riqueza y diversidad cultural.
La gran parranda de la que les quiero hablar hoy ocurrió en un lugar que no tenía las características, ni las condiciones para realizar una verdadera parranda vallenata. Nadie había preparado, ni planeado algo, pero como se dice popularmente, a veces las cosas improvisadas salen mejor.
El 11 de junio de 1992 asesinaron vil y cobardemente al cantante vallenato que más ha querido históricamente la gente del interior del país, y especialmente los bogotanos, Rafael Orozco Maestre, por esa época estábamos organizando en Bogotá una agremiación de músicos que llamamos ‘Fundación Nacional de Artistas Vallenatos’ – FUNDAVA. Habían transcurrido unos cuatro meses de la muerte de Rafa y en la ciudad muchísima gente aún se lamentaba por lo sucedido.
Un día llegaron hasta la sede de FUNDAVA, ubicada en el barrio Restrepo, un par de bogotanos a plantearnos que organizáramos un homenaje a Rafael Orozco Maestre en Bogotá y que trajéramos a varios intérpretes del vallenato tradicional, lo cual nos pareció excelente idea y de inmediato iniciamos la tarea de organizar ese evento.
Viajamos a varios pueblos y ciudades de la costa y contactamos a Los Hermanos López, Miguel y ‘Poncho’, por supuesto con Pablo, que siempre ha vivido en Bogotá; Luis Enrique Martínez, Náfer Durán Díaz, Julio Rojas Buendía, Alberto Rada Ospino, todos considerados verdaderos juglares. El sitio de escenario fue las canchas de fútbol del Club de Agentes de la Policía en la Avenida El Dorado, y financiamos el evento cobrando el ingreso a mil pesos por persona.
El evento inició a las seis de la tarde y terminó a las siete de la mañana, con un lleno total y éxito rotundo, sin embargo, los socios capitalistas quienes manejaron la taquilla, se esfumaron al día siguiente; afortunadamente habíamos tomado algunas medidas de precaución pagándole por anticipado a los artistas y ya se habían cubierto todos los gastos.
Al día siguiente del evento, el maestro Luis Enrique Martínez reunió a los demás músicos y les propuso que en agradecimiento a la persona que los había invitado le tocaran una parranda, y aunque resulte increíble de creer, por primera vez en la historia los mismos músicos financiaron el licor, habida cuenta que el parrandero no tenía un peso. Ese día, en un salón del Club de Agentes de la Policía en Bogotá, asistí a la mejor parranda vallenata de mi vida.
Quién podría imaginar que la mejor parranda vallenata a la que he asistido en toda mi vida no fue en Valledupar, ni en algún pueblo o ciudad del Caribe colombiano, sino que por el contrario, fue en la fría capital del país, ciudad que por estos días estuvo cumpliendo 481 años de fundada. Capital a […]
Quién podría imaginar que la mejor parranda vallenata a la que he asistido en toda mi vida no fue en Valledupar, ni en algún pueblo o ciudad del Caribe colombiano, sino que por el contrario, fue en la fría capital del país, ciudad que por estos días estuvo cumpliendo 481 años de fundada. Capital a la que muchísimos colombianos adoramos porque nos acogió y nos protegió, y en ella nos hemos hecho a pulso; también han nacido y se han criado nuestros hijos, casi todo lo que somos se lo debemos a la más hermosa ciudad de Latinoamérica, aquella que en el siglo XIX muchos europeos bautizaron como la ‘Atenas Suramericana’ por su riqueza y diversidad cultural.
La gran parranda de la que les quiero hablar hoy ocurrió en un lugar que no tenía las características, ni las condiciones para realizar una verdadera parranda vallenata. Nadie había preparado, ni planeado algo, pero como se dice popularmente, a veces las cosas improvisadas salen mejor.
El 11 de junio de 1992 asesinaron vil y cobardemente al cantante vallenato que más ha querido históricamente la gente del interior del país, y especialmente los bogotanos, Rafael Orozco Maestre, por esa época estábamos organizando en Bogotá una agremiación de músicos que llamamos ‘Fundación Nacional de Artistas Vallenatos’ – FUNDAVA. Habían transcurrido unos cuatro meses de la muerte de Rafa y en la ciudad muchísima gente aún se lamentaba por lo sucedido.
Un día llegaron hasta la sede de FUNDAVA, ubicada en el barrio Restrepo, un par de bogotanos a plantearnos que organizáramos un homenaje a Rafael Orozco Maestre en Bogotá y que trajéramos a varios intérpretes del vallenato tradicional, lo cual nos pareció excelente idea y de inmediato iniciamos la tarea de organizar ese evento.
Viajamos a varios pueblos y ciudades de la costa y contactamos a Los Hermanos López, Miguel y ‘Poncho’, por supuesto con Pablo, que siempre ha vivido en Bogotá; Luis Enrique Martínez, Náfer Durán Díaz, Julio Rojas Buendía, Alberto Rada Ospino, todos considerados verdaderos juglares. El sitio de escenario fue las canchas de fútbol del Club de Agentes de la Policía en la Avenida El Dorado, y financiamos el evento cobrando el ingreso a mil pesos por persona.
El evento inició a las seis de la tarde y terminó a las siete de la mañana, con un lleno total y éxito rotundo, sin embargo, los socios capitalistas quienes manejaron la taquilla, se esfumaron al día siguiente; afortunadamente habíamos tomado algunas medidas de precaución pagándole por anticipado a los artistas y ya se habían cubierto todos los gastos.
Al día siguiente del evento, el maestro Luis Enrique Martínez reunió a los demás músicos y les propuso que en agradecimiento a la persona que los había invitado le tocaran una parranda, y aunque resulte increíble de creer, por primera vez en la historia los mismos músicos financiaron el licor, habida cuenta que el parrandero no tenía un peso. Ese día, en un salón del Club de Agentes de la Policía en Bogotá, asistí a la mejor parranda vallenata de mi vida.