Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 20 agosto, 2019

La mejor arma

Recuerdo cuando era niño y entrar a nuestro estudio, encontrando una biblioteca llena de libros de todas las formas, tamaños y colores. Algunos con hongos por la humedad y vejez, otros brillantes recién desempacados. Recuerdo encontrar diccionarios y enciclopedias, fábulas y novelas, libros para niños, jóvenes y adultos. Recuerdo entrar a escondidas, bajar unos cuantos […]

Recuerdo cuando era niño y entrar a nuestro estudio, encontrando una biblioteca llena de libros de todas las formas, tamaños y colores. Algunos con hongos por la humedad y vejez, otros brillantes recién desempacados.

Recuerdo encontrar diccionarios y enciclopedias, fábulas y novelas, libros para niños, jóvenes y adultos. Recuerdo entrar a escondidas, bajar unos cuantos de estos libros de sus repisas y usarlos para construir castillos; tumbando algunos con mi torpeza y apreciando la diferencia entre sus colores, portadas, imágenes y manchas producto del tiempo y la humedad. Rememoro también que hablaban de temas muy variados como geografía, historia, viajes, emperadores, e incluso, otros libros.

En aquellos tiempos, mi conocimiento no concretaba más allá del tamaño de cada libro y el papel que podía cumplir en el castillo que diseñaba en mi mente. Tenía presupuestados libros grandes para las murallas, medianos para las paredes y pequeños para las altas torres, los cuales al cabo de un rato, terminarían decorando nuevamente las repisas de las que venían.

Conmemoro con gran agrado, las conversaciones con mi padre y escuchar a éste entablar coloquio con cualquier persona sobre temas que ocupaban efímeramente mi memoria y que pronto se diluían en el olvido. Se hablaba de política, historia, países y de cuanto asunto cupiera en la imaginación de un niño. Para aquellos años, no era más que palique de adultos y no sumaban gran importancia a las inquietudes de un escolar. Sin embargo, permanecía siempre presto a escuchar cualquier tema que llamara mi atención.

Después de algunos años, y habiendo devorado unos cuantos libros exógenos a mi profesión, finalmente puedo entablar la conexión entre aquellos libros útiles para la construcción de castillos y las variadas conversaciones que entablaba mi padre con cualquier conocido; llegando a la conclusión, que aparte de su inteligencia nata y sus estudios extensos, estas se debían en gran parte a su hambre por la lectura.

No es trola que la televisión, las consolas y el celular ofrecen momentos de entretenimiento, no obstante, al compararlos con una buena lectura de nuestro agrado, el aporte es exiguo. Una novela, una biografía, un libro de historia o cualquier tipo de lectura enriquecedora aportan una cantidad de conocimiento que resulta increíble para quien no cultiva el hábito de la lectura. Además, brinda un sustento enriquecedor a nuestro léxico y gramática, un binomio que francamente se encuentra en peligro de extinción debido a las informalidades que se le dan a la expresión hablada y escrita.

Un buen lector no es fácil de engañar, es una persona inquisitiva e inquieta que no deglute entero, examina y escrudiña cualquier información que recibe. No concluye antes de interrogar.

La lectura brinda calma, abre los caminos de la imaginación y hacia la información, enriquece nuestra comunicación y ejerce como arma contra la ignorancia, el engaño y la corrupción que invade nuestro país.

Columnista
20 agosto, 2019

La mejor arma

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Ivan Castro Lopez

Recuerdo cuando era niño y entrar a nuestro estudio, encontrando una biblioteca llena de libros de todas las formas, tamaños y colores. Algunos con hongos por la humedad y vejez, otros brillantes recién desempacados. Recuerdo encontrar diccionarios y enciclopedias, fábulas y novelas, libros para niños, jóvenes y adultos. Recuerdo entrar a escondidas, bajar unos cuantos […]


Recuerdo cuando era niño y entrar a nuestro estudio, encontrando una biblioteca llena de libros de todas las formas, tamaños y colores. Algunos con hongos por la humedad y vejez, otros brillantes recién desempacados.

Recuerdo encontrar diccionarios y enciclopedias, fábulas y novelas, libros para niños, jóvenes y adultos. Recuerdo entrar a escondidas, bajar unos cuantos de estos libros de sus repisas y usarlos para construir castillos; tumbando algunos con mi torpeza y apreciando la diferencia entre sus colores, portadas, imágenes y manchas producto del tiempo y la humedad. Rememoro también que hablaban de temas muy variados como geografía, historia, viajes, emperadores, e incluso, otros libros.

En aquellos tiempos, mi conocimiento no concretaba más allá del tamaño de cada libro y el papel que podía cumplir en el castillo que diseñaba en mi mente. Tenía presupuestados libros grandes para las murallas, medianos para las paredes y pequeños para las altas torres, los cuales al cabo de un rato, terminarían decorando nuevamente las repisas de las que venían.

Conmemoro con gran agrado, las conversaciones con mi padre y escuchar a éste entablar coloquio con cualquier persona sobre temas que ocupaban efímeramente mi memoria y que pronto se diluían en el olvido. Se hablaba de política, historia, países y de cuanto asunto cupiera en la imaginación de un niño. Para aquellos años, no era más que palique de adultos y no sumaban gran importancia a las inquietudes de un escolar. Sin embargo, permanecía siempre presto a escuchar cualquier tema que llamara mi atención.

Después de algunos años, y habiendo devorado unos cuantos libros exógenos a mi profesión, finalmente puedo entablar la conexión entre aquellos libros útiles para la construcción de castillos y las variadas conversaciones que entablaba mi padre con cualquier conocido; llegando a la conclusión, que aparte de su inteligencia nata y sus estudios extensos, estas se debían en gran parte a su hambre por la lectura.

No es trola que la televisión, las consolas y el celular ofrecen momentos de entretenimiento, no obstante, al compararlos con una buena lectura de nuestro agrado, el aporte es exiguo. Una novela, una biografía, un libro de historia o cualquier tipo de lectura enriquecedora aportan una cantidad de conocimiento que resulta increíble para quien no cultiva el hábito de la lectura. Además, brinda un sustento enriquecedor a nuestro léxico y gramática, un binomio que francamente se encuentra en peligro de extinción debido a las informalidades que se le dan a la expresión hablada y escrita.

Un buen lector no es fácil de engañar, es una persona inquisitiva e inquieta que no deglute entero, examina y escrudiña cualquier información que recibe. No concluye antes de interrogar.

La lectura brinda calma, abre los caminos de la imaginación y hacia la información, enriquece nuestra comunicación y ejerce como arma contra la ignorancia, el engaño y la corrupción que invade nuestro país.