Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 14 marzo, 2022

La mano salvadora 

Racionalmente no puedo explicar el oportunismo brazo que me salvó a menos de un segundo de morir” (en el brillo de sus ojos se notaba el asombro). “He visto el amor de mi esposa y mis hijos, cuya intensidad yo no había vivenciado … ¡Cuánto tiempo he perdido, Donaldo!”, aquí vi sus primeras lágrimas.

Hace un mes me enteré que Ómar Lasso Echavarría, exlibrero de «Macondo, libros y tertulia», estaba en una clínica de Popayán, había sido internado allí para una delicada cirugía de cerebro (un tumor). Mi reacción fue de incredulidad, debido a que en sus 64 años nunca lo había visto enfermo, salvo alguna gripa. Su hijo Emilio me confirmó la novedad. La cirugía fue exitosa, en el sentido de salvarle la vida. Ya convaleciente, lo visité en su casa; conversé con él y verifiqué que sus facultades físicas y mentales, lo mismo que su lenguaje, estaban intactos. 

Pero el hombre que saludé y con el que conversé una hora, sí era otro. El anterior era un convencido ateo, agnóstico, no creyente (todo eso junto), que hacía bromas y sarcasmos con las cosas sagradas y cualquier actitud piadosa. Yo, que soy medianamente creyente (que creo en Dios, pero no frecuento misas), tuve que asimilar más de un banderillazo del otrora racionalista filósofo. 

Ese, digo, era el de antes; porque el de ahora es un hombre absolutamente respetuoso de lo sagrado y de esa otra realidad que en una palabra se conoce como «milagro». No obstante, hago esta salvedad: el Ómar de hoy no es el convencional creyente de oraciones, ni de un Dios que está en el cielo.

Es de otro tipo su espiritualidad. Hoy está plenamente convencido de la precariedad material que en el momento de una enfermedad grave es el cuerpo. “Somos– débiles, frágiles, impotentes, terriblemente miedosos ante la fuerza devastadora de la enfermedad; por momentos somos inmundicia que solo estoicos enfermeros y enfermeras son capaces de tolerar y lidiar. ¡A la mierda! –así, con exclamación– las vanidades humanas, la arrogancia intelectual y la caterva de ‘iluminados’ ateos…”. Debo confesar, apreciados lectores, que abandoné la casa de Ómar con mi espiritualidad fortalecida.

Hoy, insisto, Ómar cree tanto en Dios como en lo sagrado. “Creo en un Dios que está dentro de mí y cerca de mí como un aura vivificante. Creo en el milagro de la mano salvadora que inexplicablemente me recibió cuando iba en caída libre (neciamente se había encaramado en un asiento y este se deslizó). 

Racionalmente no puedo explicar el oportunismo brazo que me salvó a menos de un segundo de morir” (en el brillo de sus ojos se notaba el asombro). “He visto el amor de mi esposa y mis hijos, cuya intensidad yo no había vivenciado … ¡Cuánto tiempo he perdido, Donaldo!”, aquí vi sus primeras lágrimas.

«Dios escribe derecho en renglones torcidos», le dije, tratando de volverlo al sosiego. «Y en personas como tú, Dios hace milagros». El lector recordará las palabras del predicador de Galilea: “No vine por los sanos, sino por los enfermos”. El creyente, practicante de ritos y fiestas, no es el testimonio a mostrar, así se haga oír en templos y grupos de oración; quizá Dios esté con ellos. El genuino testimonio lo dan las ovejas que se salen del rebaño. Eso era lo que se me revelaba mientras conversaba con Ómar, rodeado de la compañía de su esposa y sus tres hijos. La última frase que le escuché a este hombre renovado fue: «El día que salí de la clínica, entendí el sentido pleno de lo que es ‘un nuevo amanecer’».

Columnista
14 marzo, 2022

La mano salvadora 

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Donaldo Mendoza

Racionalmente no puedo explicar el oportunismo brazo que me salvó a menos de un segundo de morir” (en el brillo de sus ojos se notaba el asombro). “He visto el amor de mi esposa y mis hijos, cuya intensidad yo no había vivenciado … ¡Cuánto tiempo he perdido, Donaldo!”, aquí vi sus primeras lágrimas.


Hace un mes me enteré que Ómar Lasso Echavarría, exlibrero de «Macondo, libros y tertulia», estaba en una clínica de Popayán, había sido internado allí para una delicada cirugía de cerebro (un tumor). Mi reacción fue de incredulidad, debido a que en sus 64 años nunca lo había visto enfermo, salvo alguna gripa. Su hijo Emilio me confirmó la novedad. La cirugía fue exitosa, en el sentido de salvarle la vida. Ya convaleciente, lo visité en su casa; conversé con él y verifiqué que sus facultades físicas y mentales, lo mismo que su lenguaje, estaban intactos. 

Pero el hombre que saludé y con el que conversé una hora, sí era otro. El anterior era un convencido ateo, agnóstico, no creyente (todo eso junto), que hacía bromas y sarcasmos con las cosas sagradas y cualquier actitud piadosa. Yo, que soy medianamente creyente (que creo en Dios, pero no frecuento misas), tuve que asimilar más de un banderillazo del otrora racionalista filósofo. 

Ese, digo, era el de antes; porque el de ahora es un hombre absolutamente respetuoso de lo sagrado y de esa otra realidad que en una palabra se conoce como «milagro». No obstante, hago esta salvedad: el Ómar de hoy no es el convencional creyente de oraciones, ni de un Dios que está en el cielo.

Es de otro tipo su espiritualidad. Hoy está plenamente convencido de la precariedad material que en el momento de una enfermedad grave es el cuerpo. “Somos– débiles, frágiles, impotentes, terriblemente miedosos ante la fuerza devastadora de la enfermedad; por momentos somos inmundicia que solo estoicos enfermeros y enfermeras son capaces de tolerar y lidiar. ¡A la mierda! –así, con exclamación– las vanidades humanas, la arrogancia intelectual y la caterva de ‘iluminados’ ateos…”. Debo confesar, apreciados lectores, que abandoné la casa de Ómar con mi espiritualidad fortalecida.

Hoy, insisto, Ómar cree tanto en Dios como en lo sagrado. “Creo en un Dios que está dentro de mí y cerca de mí como un aura vivificante. Creo en el milagro de la mano salvadora que inexplicablemente me recibió cuando iba en caída libre (neciamente se había encaramado en un asiento y este se deslizó). 

Racionalmente no puedo explicar el oportunismo brazo que me salvó a menos de un segundo de morir” (en el brillo de sus ojos se notaba el asombro). “He visto el amor de mi esposa y mis hijos, cuya intensidad yo no había vivenciado … ¡Cuánto tiempo he perdido, Donaldo!”, aquí vi sus primeras lágrimas.

«Dios escribe derecho en renglones torcidos», le dije, tratando de volverlo al sosiego. «Y en personas como tú, Dios hace milagros». El lector recordará las palabras del predicador de Galilea: “No vine por los sanos, sino por los enfermos”. El creyente, practicante de ritos y fiestas, no es el testimonio a mostrar, así se haga oír en templos y grupos de oración; quizá Dios esté con ellos. El genuino testimonio lo dan las ovejas que se salen del rebaño. Eso era lo que se me revelaba mientras conversaba con Ómar, rodeado de la compañía de su esposa y sus tres hijos. La última frase que le escuché a este hombre renovado fue: «El día que salí de la clínica, entendí el sentido pleno de lo que es ‘un nuevo amanecer’».