“Lo más lindo que la vida me ha brindado, una madre que nunca podré olvidar y aunque se ha ido para siempre de mi lado allá en el cielo me tiene que recordar”. Corresponde el aparte que hemos transcrito a la canción titulada ‘Madre ausente’ de la autoría de Emilianito Zuleta, cuyo título se lo […]
“Lo más lindo que la vida me ha brindado, una madre que nunca podré olvidar y aunque se ha ido para siempre de mi lado allá en el cielo me tiene que recordar”.
Corresponde el aparte que hemos transcrito a la canción titulada ‘Madre ausente’ de la autoría de Emilianito Zuleta, cuyo título se lo sugirió este humilde servidor hace tres años en presencia del ‘Coco’, su hijo, Amilkar mi Hermano y el doctor Amadeo Tamayo, la cual grabó con su acordeón y su voz y vino a nuestra mente a propósito de la celebración del día de la madre.
Tengo presente a la madre maravillosa y pechichadora que Dios me dio y que demasiado temprano me quitó dejando en mi alma un vacío de indescriptibles dimensiones que solo nuestro reencuentro podrá llenar. El amor de madre es diferente, profundo, incondicional y umbilicalmente indisoluble, por eso cuando se pierde el dolor que se siente es brutal e incurable, precisamente porque ella es insustituible y fiel de la balanza de la vida.
La mamá que el Altísimo me regaló era trabajadora y visionaria, aprendió a trabajar desde niña haciendo tabacos para vender y a pesar de que no pudo ir a la escuela tuvo suficiente convicción para pensar que el futuro de todos estaba en el estudio y no en el dinero, sensible ante el dolor ajeno y por todos sufría, eso la llevó temprano al sepulcro pero no la pudo arrancar de mis recuerdos y de mi corazón; como testimonio de su paso por la tierra quedamos sus hijos que somos prolongación de su existencia y junto de mí el vestido que le gustaba, su monedero, su cajoncito escrito por todos lados, su bastón y sus enseñanzas.
Cuanto extraño los sublimes momentos cuando yo le daba sus masajes en la espalda con Menticol del osito, y con Alcolado glacial del pingüino, mientras me enteraba de todo lo sucedido durante mi ausencia; también reconstruyo en mi memoria que se ponía feliz cuando le cortaba las uñas porque nunca quiso que lo hicieran las manicuristas, cuanto me gustaría que aquellos tiempos regresaran solo nos consuela saber que está junto a Dios, papá y todos los suyos que se le adelantaron.
Cada vez que tengo preocupaciones la echo de menos porque para ella todo tenía solución, y para cada dificultad tenía el consejo preciso porque el caudal de conocimientos adquiridos en la escuela de la vida le permitía asumir posiciones verticales, claras y precisas para lo que fuera menester.
“No se cansa de esperar”, dice de las madres una canción, por eso la mía paciente permanece dormidita en los brazos de Dios con la esperanza de la resurrección, y sin duda haciéndole falta su nene como ella a mí.
Durante estos días no está para llevarle regalos, mientras escucho a familiares y amigos comprando algún detalle para la suya, llega a mi mente el recuerdo de aquel día que por primera vez pude darle un regalo producto de mi primer trabajo, y ante la brutal ausencia me tendré que conformar llevando luz a su última morada y flores para que su aroma sustituya mi presencia porque en mi alma nadie la reemplazará, su olor es inconfundible y sus manos laceradas del trabajo también y así las sentí en un sueño mientras la fiebre hacía temblar mi cuerpo como cuando amanecía junto a mi hamaca cuando yo enfermaba, quise que aquel sueño no terminara pero pudo más la primacía de la dolorosa realidad
“Lo más lindo que la vida me ha brindado, una madre que nunca podré olvidar y aunque se ha ido para siempre de mi lado allá en el cielo me tiene que recordar”. Corresponde el aparte que hemos transcrito a la canción titulada ‘Madre ausente’ de la autoría de Emilianito Zuleta, cuyo título se lo […]
“Lo más lindo que la vida me ha brindado, una madre que nunca podré olvidar y aunque se ha ido para siempre de mi lado allá en el cielo me tiene que recordar”.
Corresponde el aparte que hemos transcrito a la canción titulada ‘Madre ausente’ de la autoría de Emilianito Zuleta, cuyo título se lo sugirió este humilde servidor hace tres años en presencia del ‘Coco’, su hijo, Amilkar mi Hermano y el doctor Amadeo Tamayo, la cual grabó con su acordeón y su voz y vino a nuestra mente a propósito de la celebración del día de la madre.
Tengo presente a la madre maravillosa y pechichadora que Dios me dio y que demasiado temprano me quitó dejando en mi alma un vacío de indescriptibles dimensiones que solo nuestro reencuentro podrá llenar. El amor de madre es diferente, profundo, incondicional y umbilicalmente indisoluble, por eso cuando se pierde el dolor que se siente es brutal e incurable, precisamente porque ella es insustituible y fiel de la balanza de la vida.
La mamá que el Altísimo me regaló era trabajadora y visionaria, aprendió a trabajar desde niña haciendo tabacos para vender y a pesar de que no pudo ir a la escuela tuvo suficiente convicción para pensar que el futuro de todos estaba en el estudio y no en el dinero, sensible ante el dolor ajeno y por todos sufría, eso la llevó temprano al sepulcro pero no la pudo arrancar de mis recuerdos y de mi corazón; como testimonio de su paso por la tierra quedamos sus hijos que somos prolongación de su existencia y junto de mí el vestido que le gustaba, su monedero, su cajoncito escrito por todos lados, su bastón y sus enseñanzas.
Cuanto extraño los sublimes momentos cuando yo le daba sus masajes en la espalda con Menticol del osito, y con Alcolado glacial del pingüino, mientras me enteraba de todo lo sucedido durante mi ausencia; también reconstruyo en mi memoria que se ponía feliz cuando le cortaba las uñas porque nunca quiso que lo hicieran las manicuristas, cuanto me gustaría que aquellos tiempos regresaran solo nos consuela saber que está junto a Dios, papá y todos los suyos que se le adelantaron.
Cada vez que tengo preocupaciones la echo de menos porque para ella todo tenía solución, y para cada dificultad tenía el consejo preciso porque el caudal de conocimientos adquiridos en la escuela de la vida le permitía asumir posiciones verticales, claras y precisas para lo que fuera menester.
“No se cansa de esperar”, dice de las madres una canción, por eso la mía paciente permanece dormidita en los brazos de Dios con la esperanza de la resurrección, y sin duda haciéndole falta su nene como ella a mí.
Durante estos días no está para llevarle regalos, mientras escucho a familiares y amigos comprando algún detalle para la suya, llega a mi mente el recuerdo de aquel día que por primera vez pude darle un regalo producto de mi primer trabajo, y ante la brutal ausencia me tendré que conformar llevando luz a su última morada y flores para que su aroma sustituya mi presencia porque en mi alma nadie la reemplazará, su olor es inconfundible y sus manos laceradas del trabajo también y así las sentí en un sueño mientras la fiebre hacía temblar mi cuerpo como cuando amanecía junto a mi hamaca cuando yo enfermaba, quise que aquel sueño no terminara pero pudo más la primacía de la dolorosa realidad