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Columnista - 21 marzo, 2024

La libertad (III), en el filósofo Baruch Spinoza

En dos columnas mías anteriores, aquí, expuse mi apreciación personal acerca de la idea de libertad, como yo la concibo, en su ejercicio cotidiano, por tanto de manera relativa,  y no en su aspecto teórico, que es la consideración a que me referiré seguidamente, llevado de la mano de nuestro filósofo de cabecera. Si yo […]

En dos columnas mías anteriores, aquí, expuse mi apreciación personal acerca de la idea de libertad, como yo la concibo, en su ejercicio cotidiano, por tanto de manera relativa,  y no en su aspecto teórico, que es la consideración a que me referiré seguidamente, llevado de la mano de nuestro filósofo de cabecera.

Si yo la he tratado como una idea que no alcanza a realizarse completamente y de manera justa, nuestro filósofo la niega radicalmente, pero, sin embargo, explica sus  manifestaciones si comprendemos toda la realidad existente, a través del entendimiento. Para Spinoza, la libertad, tradicionalmente entendida, es una ilusión, producto de la ignorancia. Es decir, sólo el que entiende el mundo puede ser libre, y de esta manera ser feliz, y no lo consigue quién no lo comprende. 

Ahora bien, si no hay libertad ¿cómo puede haber moral?  Él lo explica distinguiendo dos tipos de ética: una ética fundada en la acción humana, la  del deber, a la manera de Kant, y otra basada en la comprensión, que hace al hombre sabio y feliz. 

A este respecto se vale del vocablo conatus, como una disposición de la mente para persistir en el ser de cada cosa, para mejorarla. Este conatus tiene dos formas de expresión, una es el apetito y otra el deseo. El primero es instintivo, al paso que el segundo es consciente, es decir, sabe que sabe, y sus manifestaciones, alegría o tristeza, aquella es deseo de perfección y esta su aminoración. Aquella la buscamos y esta la rechazamos. 

Avanzando diremos que lo que llamamos bien y lo que denominamos mal, lo relacionamos con esos dos estados emocionales. Como Spinoza no considera que haya en sí cosas buenas y cosas malas, porque si fuera así, como quiera que la naturaleza lo determina todo, sería ella la responsable de ese bien y de ese mal, y entonces tendríamos que preguntarnos por qué hace unas cosas buenas y otras malas. No, no discrimina, no elige, no nos ama y tampoco nos odia. El bien y el mal no son cosas objetivas, no son en sí, sino que tienen que ver con el placer o displacer que nos proporcionan,  el bien nos da alegría y el mal, tristeza. El bien lo amamos, el mal lo evitamos, lo 

odiamos. En esta ética no hay acciones, ni buenas ni malas, lo que hay es interpretaciones. No estamos actuando, sino, interpretando las emociones que se nos presentan, como un cúmulo de alegrías y tristezas, que debemos 

 interpretar  emocionalmente. Ahora, el hecho de que no existan  objetivamente,  el bien y el mal, eso no quiere decir que podamos amar u odiar cualquier cosa, pues no todo da lo mismo, de ninguna manera, ello sería relativismo. Pues nuestro ideal es vivir sanamente. No todo vale igualmente. No podemos confundir la moral de Spinoza con libertinaje. Eso sería confundir los términos de la moral que propone, que consiste en dominar las emociones humanas. El que se equivoque con el dominio de nuestras emociones, terminará llamando bien lo que es malo y a esto lo que es bueno. Se equivocará en su alegría y en su tristeza, no será sabio y no será feliz. Hay que ser capaz de comprenderlas adecuadamente.

Considera dos tipos de emociones, las pasiones y las fortalezas. Aquellas son pasivas y fruto de la imaginación, y como no entendemos todas las relaciones causales de la naturaleza, nos dejamos llevar por la primera impresión, que nos confunde. Por eso decimos que el hombre es esclavo de las pasiones. Ejemplos, los que tienen que ver con todas las adicciones, pues el adicto no es  capaz de dominar ni las causas ni las consecuencias de su pasión. En cambio,  las fortalezas son activas, es decir, somos nosotros los que dominamos a las pasiones, mediante nuestro entendimiento y voluntad.  Luego,  lo que debemos tener es fortaleza, liberarnos de nuestras 

pasiones, que por lo demás son muy naturales, de ahí las constantes  fatalidades que producen, y esto explica las locuras mundanas. Por tanto, ¿que es lo que debemos hacer para liberarnos de esas locuras? Spinoza contesta: ser virtuosos. ¿Y qué es la virtud? Responde, conocer y entender, que es el ideal del hombre sabio, que  lo conduce a la salvación personal. Esta salvación personal debe llevarlo a aceptar que la libertad sólo consiste en ese conocimiento y comprensión,  y a amar  a la Naturaleza, tal cual se nos presenta.

 [email protected] 

Rodrigo López Barros 

Columnista
21 marzo, 2024

La libertad (III), en el filósofo Baruch Spinoza

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

En dos columnas mías anteriores, aquí, expuse mi apreciación personal acerca de la idea de libertad, como yo la concibo, en su ejercicio cotidiano, por tanto de manera relativa,  y no en su aspecto teórico, que es la consideración a que me referiré seguidamente, llevado de la mano de nuestro filósofo de cabecera. Si yo […]


En dos columnas mías anteriores, aquí, expuse mi apreciación personal acerca de la idea de libertad, como yo la concibo, en su ejercicio cotidiano, por tanto de manera relativa,  y no en su aspecto teórico, que es la consideración a que me referiré seguidamente, llevado de la mano de nuestro filósofo de cabecera.

Si yo la he tratado como una idea que no alcanza a realizarse completamente y de manera justa, nuestro filósofo la niega radicalmente, pero, sin embargo, explica sus  manifestaciones si comprendemos toda la realidad existente, a través del entendimiento. Para Spinoza, la libertad, tradicionalmente entendida, es una ilusión, producto de la ignorancia. Es decir, sólo el que entiende el mundo puede ser libre, y de esta manera ser feliz, y no lo consigue quién no lo comprende. 

Ahora bien, si no hay libertad ¿cómo puede haber moral?  Él lo explica distinguiendo dos tipos de ética: una ética fundada en la acción humana, la  del deber, a la manera de Kant, y otra basada en la comprensión, que hace al hombre sabio y feliz. 

A este respecto se vale del vocablo conatus, como una disposición de la mente para persistir en el ser de cada cosa, para mejorarla. Este conatus tiene dos formas de expresión, una es el apetito y otra el deseo. El primero es instintivo, al paso que el segundo es consciente, es decir, sabe que sabe, y sus manifestaciones, alegría o tristeza, aquella es deseo de perfección y esta su aminoración. Aquella la buscamos y esta la rechazamos. 

Avanzando diremos que lo que llamamos bien y lo que denominamos mal, lo relacionamos con esos dos estados emocionales. Como Spinoza no considera que haya en sí cosas buenas y cosas malas, porque si fuera así, como quiera que la naturaleza lo determina todo, sería ella la responsable de ese bien y de ese mal, y entonces tendríamos que preguntarnos por qué hace unas cosas buenas y otras malas. No, no discrimina, no elige, no nos ama y tampoco nos odia. El bien y el mal no son cosas objetivas, no son en sí, sino que tienen que ver con el placer o displacer que nos proporcionan,  el bien nos da alegría y el mal, tristeza. El bien lo amamos, el mal lo evitamos, lo 

odiamos. En esta ética no hay acciones, ni buenas ni malas, lo que hay es interpretaciones. No estamos actuando, sino, interpretando las emociones que se nos presentan, como un cúmulo de alegrías y tristezas, que debemos 

 interpretar  emocionalmente. Ahora, el hecho de que no existan  objetivamente,  el bien y el mal, eso no quiere decir que podamos amar u odiar cualquier cosa, pues no todo da lo mismo, de ninguna manera, ello sería relativismo. Pues nuestro ideal es vivir sanamente. No todo vale igualmente. No podemos confundir la moral de Spinoza con libertinaje. Eso sería confundir los términos de la moral que propone, que consiste en dominar las emociones humanas. El que se equivoque con el dominio de nuestras emociones, terminará llamando bien lo que es malo y a esto lo que es bueno. Se equivocará en su alegría y en su tristeza, no será sabio y no será feliz. Hay que ser capaz de comprenderlas adecuadamente.

Considera dos tipos de emociones, las pasiones y las fortalezas. Aquellas son pasivas y fruto de la imaginación, y como no entendemos todas las relaciones causales de la naturaleza, nos dejamos llevar por la primera impresión, que nos confunde. Por eso decimos que el hombre es esclavo de las pasiones. Ejemplos, los que tienen que ver con todas las adicciones, pues el adicto no es  capaz de dominar ni las causas ni las consecuencias de su pasión. En cambio,  las fortalezas son activas, es decir, somos nosotros los que dominamos a las pasiones, mediante nuestro entendimiento y voluntad.  Luego,  lo que debemos tener es fortaleza, liberarnos de nuestras 

pasiones, que por lo demás son muy naturales, de ahí las constantes  fatalidades que producen, y esto explica las locuras mundanas. Por tanto, ¿que es lo que debemos hacer para liberarnos de esas locuras? Spinoza contesta: ser virtuosos. ¿Y qué es la virtud? Responde, conocer y entender, que es el ideal del hombre sabio, que  lo conduce a la salvación personal. Esta salvación personal debe llevarlo a aceptar que la libertad sólo consiste en ese conocimiento y comprensión,  y a amar  a la Naturaleza, tal cual se nos presenta.

 [email protected] 

Rodrigo López Barros