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Columnista - 17 septiembre, 2014

La ley positiva no basta

Quiero referirme a la muy buena columna editada en este periódico el pasado 27 de agosto de, Carlos Quintero Ramírez. Él dice que la ley es el primer instrumento de poder de que se vale el Estado para encauzar la conducta del ciudadano al cumplimiento de deberes, y no le falta razón desde el punto […]

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Quiero referirme a la muy buena columna editada en este periódico el pasado 27 de agosto de, Carlos Quintero Ramírez.
Él dice que la ley es el primer instrumento de poder de que se vale el Estado para encauzar la conducta del ciudadano al cumplimiento de deberes, y no le falta razón desde el punto de vista coercitivo.
Pero para lograr ese cometido, el Estado, en primer lugar, ha de parar mientes en la naturaleza del hombre, que tiende hacia el bien, aunque quizás en mayor medida, obra el mal.
Esto implica que el Estado, antes de exigirle al ciudadano una conducta determinada, dentro del seno de la sociedad civil, ha de hacer una inversión económica específica en él, para educarlo, precisamente en búsqueda a que no se presenten esos altos índices de degradación y pérdida de valores morales, culturales y religiosos, etc., que hoy día echamos de menos en nuestra sociedad, ya que la mera ley positiva es incapaz de contrarrestar y corregir dichas anomalías. Las leyes existen pero no son suficientes.
Y es que la educación que hoy día imparte el Estado, cada vez más, se aleja de los principios y prescripciones de la ley natural, que en definitiva son los mismos de la ley moral.
Todos los desórdenes que hoy día constatamos por parte del comportamiento privado y público de la mayoría del hombre colombiano—sin exclusión de ninguna clase, por el contrario, mientras más alta es la clase social a la que se pertenece, la degradación tiende a ser mayor–, tiene por base el que el Estado ha descuidado, culpablemente, el obligar a que se enseñe y practique el deber ser moral y ético por parte de los gobernados.
A todo esto y a mucho más dedicó Aristóteles su Ética Nicomaquea, relativa a los comportamientos del hombre como individuo, en la familia y dentro de la comunidad- ciudad.
Como se sabe, Aristóteles, a diferencia de su maestro Platón, era un hombre práctico, por lo cual su filosofía penetró más útilmente en las realidades existenciales del mundo. Así, afirmaba que “En las cosas que tocan a la práctica el término final no es el contemplarlas y conocerlas todas y cada una, sino el hacerlas, pues no es suficiente el saber teórico de la virtud, sino que hay que esforzarse por tenerla y servirse de ella, o de algún otro modo hacernos hombres de bien”.
De modo que tanto el filósofo citado, como el recordado columnista y yo, estamos de acuerdo, en que es la educación-virtud la llave maestra que abre, en primer lugar el desarrollo ético de la comunidad humana, y con él todos los demás desarrollos, de cualesquiera naturaleza.
Por esa vía no demoran las conquistas sociales, que propone el columnista: “La cultura ciudadana”; “La corresponsabilidad y la autorregulación”; “La solución pacífica de conflictos”; “La regulación del espacio público”; “La participación ciudadana en los asuntos públicos”; “La protección y conservación de los recursos naturales”; “La prevención de riesgos y accidentes en función de la protección de la vida propia y de los demás”.
[email protected]

Columnista
17 septiembre, 2014

La ley positiva no basta

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Quiero referirme a la muy buena columna editada en este periódico el pasado 27 de agosto de, Carlos Quintero Ramírez. Él dice que la ley es el primer instrumento de poder de que se vale el Estado para encauzar la conducta del ciudadano al cumplimiento de deberes, y no le falta razón desde el punto […]


Quiero referirme a la muy buena columna editada en este periódico el pasado 27 de agosto de, Carlos Quintero Ramírez.
Él dice que la ley es el primer instrumento de poder de que se vale el Estado para encauzar la conducta del ciudadano al cumplimiento de deberes, y no le falta razón desde el punto de vista coercitivo.
Pero para lograr ese cometido, el Estado, en primer lugar, ha de parar mientes en la naturaleza del hombre, que tiende hacia el bien, aunque quizás en mayor medida, obra el mal.
Esto implica que el Estado, antes de exigirle al ciudadano una conducta determinada, dentro del seno de la sociedad civil, ha de hacer una inversión económica específica en él, para educarlo, precisamente en búsqueda a que no se presenten esos altos índices de degradación y pérdida de valores morales, culturales y religiosos, etc., que hoy día echamos de menos en nuestra sociedad, ya que la mera ley positiva es incapaz de contrarrestar y corregir dichas anomalías. Las leyes existen pero no son suficientes.
Y es que la educación que hoy día imparte el Estado, cada vez más, se aleja de los principios y prescripciones de la ley natural, que en definitiva son los mismos de la ley moral.
Todos los desórdenes que hoy día constatamos por parte del comportamiento privado y público de la mayoría del hombre colombiano—sin exclusión de ninguna clase, por el contrario, mientras más alta es la clase social a la que se pertenece, la degradación tiende a ser mayor–, tiene por base el que el Estado ha descuidado, culpablemente, el obligar a que se enseñe y practique el deber ser moral y ético por parte de los gobernados.
A todo esto y a mucho más dedicó Aristóteles su Ética Nicomaquea, relativa a los comportamientos del hombre como individuo, en la familia y dentro de la comunidad- ciudad.
Como se sabe, Aristóteles, a diferencia de su maestro Platón, era un hombre práctico, por lo cual su filosofía penetró más útilmente en las realidades existenciales del mundo. Así, afirmaba que “En las cosas que tocan a la práctica el término final no es el contemplarlas y conocerlas todas y cada una, sino el hacerlas, pues no es suficiente el saber teórico de la virtud, sino que hay que esforzarse por tenerla y servirse de ella, o de algún otro modo hacernos hombres de bien”.
De modo que tanto el filósofo citado, como el recordado columnista y yo, estamos de acuerdo, en que es la educación-virtud la llave maestra que abre, en primer lugar el desarrollo ético de la comunidad humana, y con él todos los demás desarrollos, de cualesquiera naturaleza.
Por esa vía no demoran las conquistas sociales, que propone el columnista: “La cultura ciudadana”; “La corresponsabilidad y la autorregulación”; “La solución pacífica de conflictos”; “La regulación del espacio público”; “La participación ciudadana en los asuntos públicos”; “La protección y conservación de los recursos naturales”; “La prevención de riesgos y accidentes en función de la protección de la vida propia y de los demás”.
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