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Columnista - 31 julio, 2023

La justicia eficaz disminuye la delincuencia

Los invito a leer este breve relato de algo que sucedió hace más de 60 años en un pueblo cercano a Valledupar y nos invita a reflexionar en torno a la relación entre justicia y delito.

Frente a tantas acciones de violencia, la gente siempre reclama presencia de autoridad y efectividad de la justica. Aunque son muchos los factores que originan violencia, como los desplazamientos, la falta de oportunidades de trabajo, el narcotráfico, la mentalidad del dinero fácil, la corrupción, la intolerancia y la impunidad; pero cuando la justicia es eficaz y transparente disminuye la delincuencia.

Los invito a leer este breve relato de algo que sucedió hace más de 60 años en un pueblo cercano a Valledupar y nos invita a reflexionar en torno a la relación entre justicia y delito.

El pueblo estaba de fiesta y había peleas de gallos. Apuestas iban y venían. Anunciaron la pelea más esperada, entre el “Invencible” y el “Relámpago”. Comienza la pelea. El “Relámpago” sorprende a todos con un par de saltos y perfora con sus espuelas el cuerpo del “Invencible” y lo dejó listo en un baño de sangre. Pedro, iracundo, salta la valla, toma con su mano izquierda su gallo muerto y en la mano derecha agarra la pistola. Y grita: –Ahora que venga el dueño a ver si es tan valiente como su gallo-. Vicente sigue sentado y aparenta no prestarle atención; pero Pedro se acerca y lo mata de dos tiros en la cabeza.

Era la primera vez que un caso de esa naturaleza sucedía en el pueblo. El homicida fue condenado a 20 años, y en la cárcel de Santa Marta pagó su condena.

Fidel, hermano de Vicente, prometió vengar su muerte. –A ese hombre que acabó con la vida de mi hermano, yo lo mato. Cuando salga de la cárcel, aquí tendrá que volver a ver a su madre, a sus dos hermanas y a su hija-. Fidel cambió las sanas costumbres de vivir para dedicarse a preparar la venganza. No tenía armas. Compró una pistola y una escopeta, buscó un experto en armas para que le enseñara a disparar.
Las dos hermanas de Pedro se turnaban, cuando podían, para ir a visitarlo en la cárcel. A su madre, discapacitada para caminar, se le veía sufrir la ausencia de su hijo, pero no perdía la esperanza de verlo. Le pedía a Dios perdón por su hijo, y que le concediera la licencia de abrazarlo antes de morir. Faltaban pocos días para el fin de la condena. Fidel sabía que Pedro tendría que venir al pueblo. La idea de venganza rondaba su pensamiento.
Un fin de semana, en la mañana, Fidel iba en su caballo a un pueblo vecino. Era época de invierno, el río estaba crecido y no había puente para los carros. Antes de cruzar el río, vio a un anciano barbudo, delgado, espaldas encorvadas y con un sombrero alón. Fidel lo saludó en voz alta, pero el anciano apenas levantó la mano. En la noche, cuando Fidel regresa al pueblo, sus hijos le informan de la llegada de Pedro. Fidel, solo atinó a responder: –Ese hombre es un pobre anciano, que no infunde más que lástima y pesar. Ese hombre ya pagó su condena. Matar nunca es necesario-. Y mientras oteaba el horizonte, escuchó la voz del corazón: “Cuando la justicia hace presencia, la muerte también le duele al asesino”.

Por: José Atuesta Mindiola.

Columnista
31 julio, 2023

La justicia eficaz disminuye la delincuencia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Los invito a leer este breve relato de algo que sucedió hace más de 60 años en un pueblo cercano a Valledupar y nos invita a reflexionar en torno a la relación entre justicia y delito.


Frente a tantas acciones de violencia, la gente siempre reclama presencia de autoridad y efectividad de la justica. Aunque son muchos los factores que originan violencia, como los desplazamientos, la falta de oportunidades de trabajo, el narcotráfico, la mentalidad del dinero fácil, la corrupción, la intolerancia y la impunidad; pero cuando la justicia es eficaz y transparente disminuye la delincuencia.

Los invito a leer este breve relato de algo que sucedió hace más de 60 años en un pueblo cercano a Valledupar y nos invita a reflexionar en torno a la relación entre justicia y delito.

El pueblo estaba de fiesta y había peleas de gallos. Apuestas iban y venían. Anunciaron la pelea más esperada, entre el “Invencible” y el “Relámpago”. Comienza la pelea. El “Relámpago” sorprende a todos con un par de saltos y perfora con sus espuelas el cuerpo del “Invencible” y lo dejó listo en un baño de sangre. Pedro, iracundo, salta la valla, toma con su mano izquierda su gallo muerto y en la mano derecha agarra la pistola. Y grita: –Ahora que venga el dueño a ver si es tan valiente como su gallo-. Vicente sigue sentado y aparenta no prestarle atención; pero Pedro se acerca y lo mata de dos tiros en la cabeza.

Era la primera vez que un caso de esa naturaleza sucedía en el pueblo. El homicida fue condenado a 20 años, y en la cárcel de Santa Marta pagó su condena.

Fidel, hermano de Vicente, prometió vengar su muerte. –A ese hombre que acabó con la vida de mi hermano, yo lo mato. Cuando salga de la cárcel, aquí tendrá que volver a ver a su madre, a sus dos hermanas y a su hija-. Fidel cambió las sanas costumbres de vivir para dedicarse a preparar la venganza. No tenía armas. Compró una pistola y una escopeta, buscó un experto en armas para que le enseñara a disparar.
Las dos hermanas de Pedro se turnaban, cuando podían, para ir a visitarlo en la cárcel. A su madre, discapacitada para caminar, se le veía sufrir la ausencia de su hijo, pero no perdía la esperanza de verlo. Le pedía a Dios perdón por su hijo, y que le concediera la licencia de abrazarlo antes de morir. Faltaban pocos días para el fin de la condena. Fidel sabía que Pedro tendría que venir al pueblo. La idea de venganza rondaba su pensamiento.
Un fin de semana, en la mañana, Fidel iba en su caballo a un pueblo vecino. Era época de invierno, el río estaba crecido y no había puente para los carros. Antes de cruzar el río, vio a un anciano barbudo, delgado, espaldas encorvadas y con un sombrero alón. Fidel lo saludó en voz alta, pero el anciano apenas levantó la mano. En la noche, cuando Fidel regresa al pueblo, sus hijos le informan de la llegada de Pedro. Fidel, solo atinó a responder: –Ese hombre es un pobre anciano, que no infunde más que lástima y pesar. Ese hombre ya pagó su condena. Matar nunca es necesario-. Y mientras oteaba el horizonte, escuchó la voz del corazón: “Cuando la justicia hace presencia, la muerte también le duele al asesino”.

Por: José Atuesta Mindiola.