El municipio de Valledupar, entre los años 2000 y 2012, recibió una inversión cercana a los dos billones de pesos constantes de 2006, con una media de 152.2 mil millones/año. Es una suma considerable pero no se ve dónde podría estar representada. La infraestructura sanitaria es deficiente, la malla vial, urbana y rural, es […]
El municipio de Valledupar, entre los años 2000 y 2012, recibió una inversión cercana a los dos billones de pesos constantes de 2006, con una media de 152.2 mil millones/año. Es una suma considerable pero no se ve dónde podría estar representada.
La infraestructura sanitaria es deficiente, la malla vial, urbana y rural, es precaria, la movilidad en Valledupar da grima, los indicadores sociales se mueven a pasos de tortuga, la prestación de los servicios públicos básicos empeora por año, la inseguridad campea, la gestión municipal se ha vuelto mediática, vivimos del ranking y de la mentira.
Nuestro sistema tributario es perezoso; por cada peso que recibimos, la Nación nos da $3.70, en promedio, a través del SGP (Sistema General de Participación), somos altamente dependientes de las transferencias de la Nación. ¿Cuál será nuestra suerte, ahora que las regalías y transferencias disminuyan con el descenso de los precios del carbón y del petróleo? Aquí, más del 80% de la estructura tributaria está montada sobre los estratos del 1 al 4 y los que más predios tienen son los que menos pagan, es una tributación regresiva.
Tengo una inquietud razonable: ¿a dónde va a parar el dinero de las inversiones que ni se ve ni se percibe? Ahora los nombres de los rubros de la ejecución presupuestal tienen nombres espumosos, por ejemplo “Transformación social, territorio con equidad”. ¿Qué es eso? Es un sofisma fiscal. Para el año entrante, más del 80% de la inversión se irá por esa cañería.
El municipio, con más de 400.000 habitantes, no tiene un hospital de tercer nivel ni uno materno infantil; parques recreativos y didácticos no se ven; la calidad de la educación pública es tercermundista, en deporte no hay nada para mostrar; el sistema colector de aguas lluvias colapsó.
Hace años, aquí no se hace una obra de envergadura, tampoco se trazan políticas de emprendimiento industrial generadoras de empleo, la informalidad laboral se impone.
La capacidad de respuesta del municipio es cada vez más débil frente al crecimiento de la población inmigrante. Las casas gratis, que se llaman Germán Vargas, no constituyen una política social suficiente. Ya vislumbro los cinturones de miseria de la ciudad viviendo en estrechos apartamentos, pero sin empleo, averiados por el tiempo, con grandes afiches de los promotores; veo una radiografía de lo que ocurre en la ciudad de Colón en Panamá, donde el paso de los años cubre de moho esos edificios que el general Torrijos les regaló. Nadie tiene pertenencia.
Y mientras tanto, ¿quién podrá liberarnos del negocio de los invasores de la ronda derecha del río Guatapurí?
El municipio de Valledupar, entre los años 2000 y 2012, recibió una inversión cercana a los dos billones de pesos constantes de 2006, con una media de 152.2 mil millones/año. Es una suma considerable pero no se ve dónde podría estar representada. La infraestructura sanitaria es deficiente, la malla vial, urbana y rural, es […]
El municipio de Valledupar, entre los años 2000 y 2012, recibió una inversión cercana a los dos billones de pesos constantes de 2006, con una media de 152.2 mil millones/año. Es una suma considerable pero no se ve dónde podría estar representada.
La infraestructura sanitaria es deficiente, la malla vial, urbana y rural, es precaria, la movilidad en Valledupar da grima, los indicadores sociales se mueven a pasos de tortuga, la prestación de los servicios públicos básicos empeora por año, la inseguridad campea, la gestión municipal se ha vuelto mediática, vivimos del ranking y de la mentira.
Nuestro sistema tributario es perezoso; por cada peso que recibimos, la Nación nos da $3.70, en promedio, a través del SGP (Sistema General de Participación), somos altamente dependientes de las transferencias de la Nación. ¿Cuál será nuestra suerte, ahora que las regalías y transferencias disminuyan con el descenso de los precios del carbón y del petróleo? Aquí, más del 80% de la estructura tributaria está montada sobre los estratos del 1 al 4 y los que más predios tienen son los que menos pagan, es una tributación regresiva.
Tengo una inquietud razonable: ¿a dónde va a parar el dinero de las inversiones que ni se ve ni se percibe? Ahora los nombres de los rubros de la ejecución presupuestal tienen nombres espumosos, por ejemplo “Transformación social, territorio con equidad”. ¿Qué es eso? Es un sofisma fiscal. Para el año entrante, más del 80% de la inversión se irá por esa cañería.
El municipio, con más de 400.000 habitantes, no tiene un hospital de tercer nivel ni uno materno infantil; parques recreativos y didácticos no se ven; la calidad de la educación pública es tercermundista, en deporte no hay nada para mostrar; el sistema colector de aguas lluvias colapsó.
Hace años, aquí no se hace una obra de envergadura, tampoco se trazan políticas de emprendimiento industrial generadoras de empleo, la informalidad laboral se impone.
La capacidad de respuesta del municipio es cada vez más débil frente al crecimiento de la población inmigrante. Las casas gratis, que se llaman Germán Vargas, no constituyen una política social suficiente. Ya vislumbro los cinturones de miseria de la ciudad viviendo en estrechos apartamentos, pero sin empleo, averiados por el tiempo, con grandes afiches de los promotores; veo una radiografía de lo que ocurre en la ciudad de Colón en Panamá, donde el paso de los años cubre de moho esos edificios que el general Torrijos les regaló. Nadie tiene pertenencia.
Y mientras tanto, ¿quién podrá liberarnos del negocio de los invasores de la ronda derecha del río Guatapurí?