Este Papa Francisco ha sido el quinto papa que ha hecho presencia en un evento de esta magnitud en donde hacen presencia todos los países del mundo para aprovechar expresar las descontroladas potencialidades de la humanidad.
Con el presente escrito, hemos querido hacer alusión para recordar, y por ser tema de referencia para nuestros escritos la intervención de un papa como Francisco, al dirigirse a la Honorable Asamblea de las Naciones Unidas, en la cual hace un profundo llamado al tema del planeta Tierra; se trata en concreto a la 70ª Sesión de esta Asamblea.
Este Papa Francisco ha sido el quinto papa que ha hecho presencia en un evento de esta magnitud en donde hacen presencia todos los países del mundo para aprovechar expresar las descontroladas potencialidades de la humanidad.
Debemos recordar que este magno evento se realizó el martes 15 de septiembre de 2015, aunque ya él había escrito desde el 18 de junio de 2015 la Carta Encíclica famosamente denominada Laudato Sí que no era otra cosa que el tratado sobre el cuidado de la Casa Común (planeta Tierra), y sólo hasta el 31 de mayo de 2020 se publicó su libro denominado Laudato sí.
Ante todo, el papa Francisco en las primeras de cambio de su intervención se expresó sobre el “derecho del ambiente” y lo hizo por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente, vivimos en comunión con él porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre aun cuando esté de lado de capacidades inéditas que “muestran una capacidad que trasciende el ámbito físico y biológico” (Laudato sí), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos y sólo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño del ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad.
Segundo, porque cada una de las criaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás criaturas. Los cristianos, junto con las religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental.
El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política.
La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir el descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada “cultura del descarte”; lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano, y a tantos otros, a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre Mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza.
Confío también que la Conferencia de París sobre el cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces.
El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante de pasos concretos y medidas inmediatas para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual y niñas, trabajo esclavo incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado.
La crisis ecológica junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado sólo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: “El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea, asimismo, es espíritu y voluntad, pero también naturaleza”.
El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de otros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos. Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre el hombre y la mujer y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones. La Casa Común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.
Finalmente, en este escrito, destaquemos parte de la intervención en la ONU del papa Francisco, al expresar la loable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados saben dejar de lado intereses sectoriales e ideológicos, y buscar sinceramente el servicio del bien común.
Por: Hernán Maestre Martínez
Este Papa Francisco ha sido el quinto papa que ha hecho presencia en un evento de esta magnitud en donde hacen presencia todos los países del mundo para aprovechar expresar las descontroladas potencialidades de la humanidad.
Con el presente escrito, hemos querido hacer alusión para recordar, y por ser tema de referencia para nuestros escritos la intervención de un papa como Francisco, al dirigirse a la Honorable Asamblea de las Naciones Unidas, en la cual hace un profundo llamado al tema del planeta Tierra; se trata en concreto a la 70ª Sesión de esta Asamblea.
Este Papa Francisco ha sido el quinto papa que ha hecho presencia en un evento de esta magnitud en donde hacen presencia todos los países del mundo para aprovechar expresar las descontroladas potencialidades de la humanidad.
Debemos recordar que este magno evento se realizó el martes 15 de septiembre de 2015, aunque ya él había escrito desde el 18 de junio de 2015 la Carta Encíclica famosamente denominada Laudato Sí que no era otra cosa que el tratado sobre el cuidado de la Casa Común (planeta Tierra), y sólo hasta el 31 de mayo de 2020 se publicó su libro denominado Laudato sí.
Ante todo, el papa Francisco en las primeras de cambio de su intervención se expresó sobre el “derecho del ambiente” y lo hizo por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente, vivimos en comunión con él porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre aun cuando esté de lado de capacidades inéditas que “muestran una capacidad que trasciende el ámbito físico y biológico” (Laudato sí), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos y sólo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño del ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad.
Segundo, porque cada una de las criaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás criaturas. Los cristianos, junto con las religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental.
El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política.
La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir el descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada “cultura del descarte”; lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano, y a tantos otros, a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre Mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza.
Confío también que la Conferencia de París sobre el cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces.
El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante de pasos concretos y medidas inmediatas para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual y niñas, trabajo esclavo incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado.
La crisis ecológica junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado sólo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: “El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea, asimismo, es espíritu y voluntad, pero también naturaleza”.
El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de otros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos. Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre el hombre y la mujer y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones. La Casa Común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.
Finalmente, en este escrito, destaquemos parte de la intervención en la ONU del papa Francisco, al expresar la loable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados saben dejar de lado intereses sectoriales e ideológicos, y buscar sinceramente el servicio del bien común.
Por: Hernán Maestre Martínez