Las páginas del Diario Vallenato eran una tribuna abierta al civismo, al fortalecimiento de la identidad vallenata, a la defensa de la vida y los derechos ciudadanos, a la libre expresión de los artistas, a las gestas de los deportistas y a los reclamos de las comunidades.
El pasado 21 de noviembre fue el décimo aniversario del fallecimiento de la inolvidable periodista Lolita Acosta Maestre. De mi reciente libro ‘La voz vegetal del viento’, esta breve semblanza.
El tiempo va perdiendo en sus espejos el perfume juvenil de las sonrisas y la plasticidad festiva de los rostros; pero en el alma, el gozo de las bondades no envejece, cuando la vida se celebra con lealtad y se disfruta de los venerables afectos de la familia y las amistades. Lolita Acosta Maestre era una mujer de espíritu radiante y juvenil, siempre anduvo con el farol de la esperanza, surcando caminos para edificar la transparencia de su proyecto de vida.
En su misión de periodista era como la garza, que vuela sin teñir sus alas y entrega su plumaje blanco a la sonata mestiza del viento: el único pacto es la fidelidad a su vuelo. Lolita fue fiel a sus principios de periodista, independiente y demócrata. Las páginas del Diario Vallenato eran una tribuna abierta al civismo, al fortalecimiento de la identidad vallenata, a la defensa de la vida y los derechos ciudadanos, a la libre expresión de los artistas, a las gestas de los deportistas y a los reclamos de las comunidades. Fue una maestra de apoyo y formación para noveles periodistas y aficionados a la escritura.
A Lolita no hay que hacerle elegías; hay que escribirle odas, que exalten su vida y sus virtudes. Sus aportes al periodismo y a la cultura de la región, le ofrendan un merecido pedestal en la historia. Sus ojos no albergaron las sombras del cansancio, fueron racimos de luz en las íntimas soledades de las lecturas y en el extenso ejercicio de la escritura. La responsabilidad en el trabajo muchas veces le exigía romper la formalidad de los horarios, un día para ella tenía más de 24 horas.
Otra de sus facetas fue el apoyo incondicional a las obras sociales y culturales, entre ellas: miembro del consejo directivo de La Fundación Social Cristo Llama a tu Puerta, regentada por la parroquia Tres Ave Marías; promotora de la Fundación Amigos del Viejo Valledupar, con Alba Luz Lúquez y otras personas; gestora de la Fundación Reyes y Juglares, madrina acompañante de Los Niños del Vallenato del Turco Gil, y jefa de prensa por muchos años de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata. Decía Consuelo Araujo: “El Festival es un matriarcado. Lolita, La Polla Monsalvo y yo trabajamos todo el año en la organización, y en los días próximos a los concursos es cuando aparecen los hombres”.
Si a Consuelo Araújo la identificamos con la trinitaria, por su perseverancia y fortaleza para vencer los embates del tiempo y vivir su propia primavera; a Lolita Acosta hay que identificarla con la cayena, flor emblemática de Valledupar, que adorna los jardines y lucen las mujeres piloneras.
Para Lolita eran tres los amores: la prensa, su madre Sara Maestre y sus hijos (Elisa, Andrés, Eliana y Jaime); trinidad que Dios bendijo. Su memoria acuciosa miraba siempre las cosas más allá de su apariencia. Su belleza levitaba en la revelación de la música y el baile.
Por José Atuesta Mindiola
Las páginas del Diario Vallenato eran una tribuna abierta al civismo, al fortalecimiento de la identidad vallenata, a la defensa de la vida y los derechos ciudadanos, a la libre expresión de los artistas, a las gestas de los deportistas y a los reclamos de las comunidades.
El pasado 21 de noviembre fue el décimo aniversario del fallecimiento de la inolvidable periodista Lolita Acosta Maestre. De mi reciente libro ‘La voz vegetal del viento’, esta breve semblanza.
El tiempo va perdiendo en sus espejos el perfume juvenil de las sonrisas y la plasticidad festiva de los rostros; pero en el alma, el gozo de las bondades no envejece, cuando la vida se celebra con lealtad y se disfruta de los venerables afectos de la familia y las amistades. Lolita Acosta Maestre era una mujer de espíritu radiante y juvenil, siempre anduvo con el farol de la esperanza, surcando caminos para edificar la transparencia de su proyecto de vida.
En su misión de periodista era como la garza, que vuela sin teñir sus alas y entrega su plumaje blanco a la sonata mestiza del viento: el único pacto es la fidelidad a su vuelo. Lolita fue fiel a sus principios de periodista, independiente y demócrata. Las páginas del Diario Vallenato eran una tribuna abierta al civismo, al fortalecimiento de la identidad vallenata, a la defensa de la vida y los derechos ciudadanos, a la libre expresión de los artistas, a las gestas de los deportistas y a los reclamos de las comunidades. Fue una maestra de apoyo y formación para noveles periodistas y aficionados a la escritura.
A Lolita no hay que hacerle elegías; hay que escribirle odas, que exalten su vida y sus virtudes. Sus aportes al periodismo y a la cultura de la región, le ofrendan un merecido pedestal en la historia. Sus ojos no albergaron las sombras del cansancio, fueron racimos de luz en las íntimas soledades de las lecturas y en el extenso ejercicio de la escritura. La responsabilidad en el trabajo muchas veces le exigía romper la formalidad de los horarios, un día para ella tenía más de 24 horas.
Otra de sus facetas fue el apoyo incondicional a las obras sociales y culturales, entre ellas: miembro del consejo directivo de La Fundación Social Cristo Llama a tu Puerta, regentada por la parroquia Tres Ave Marías; promotora de la Fundación Amigos del Viejo Valledupar, con Alba Luz Lúquez y otras personas; gestora de la Fundación Reyes y Juglares, madrina acompañante de Los Niños del Vallenato del Turco Gil, y jefa de prensa por muchos años de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata. Decía Consuelo Araujo: “El Festival es un matriarcado. Lolita, La Polla Monsalvo y yo trabajamos todo el año en la organización, y en los días próximos a los concursos es cuando aparecen los hombres”.
Si a Consuelo Araújo la identificamos con la trinitaria, por su perseverancia y fortaleza para vencer los embates del tiempo y vivir su propia primavera; a Lolita Acosta hay que identificarla con la cayena, flor emblemática de Valledupar, que adorna los jardines y lucen las mujeres piloneras.
Para Lolita eran tres los amores: la prensa, su madre Sara Maestre y sus hijos (Elisa, Andrés, Eliana y Jaime); trinidad que Dios bendijo. Su memoria acuciosa miraba siempre las cosas más allá de su apariencia. Su belleza levitaba en la revelación de la música y el baile.
Por José Atuesta Mindiola