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Columnista - 3 noviembre, 2014

La informalidad laboral: Una epidemia social

En esta era neoliberal es notorio el deterioro de las condiciones laborales de una altísima proporción de la población económicamente activa; los trabajadores, calificados o no, son vistos más como mercancías que como seres humanos; son un factor productivo, así lo definen muchos textos de economía. Entonces su utilización/empleo está sujeto a las reglas del […]

En esta era neoliberal es notorio el deterioro de las condiciones laborales de una altísima proporción de la población económicamente activa; los trabajadores, calificados o no, son vistos más como mercancías que como seres humanos; son un factor productivo, así lo definen muchos textos de economía. Entonces su utilización/empleo está sujeto a las reglas del mercadeo; la oferta y la demanda definen fríamente a cuántos/cómo contratar y a qué precio. El humanismo no cuenta dentro de esta lógica

Las regulaciones del mercado laboral de la era keynesiana, asociadas a la conveniencia de garantizar trabajos decentes, esto es, trabajos productivos, justamente remunerados, estables, con libertad para sindicalizarse, con seguridad y protección social e igualdad de oportunidades para mujeres y hombres, son cosa del pasado. Hoy, en nombre del liberalismo extremo, se imponen la flexibilidad, las desregulaciones, la inestabilidad, la inseguridad, la precariedad y la informalidad laboral, todo lo cual ha llevado a la desprotección y ha acentuado la pobreza de un altísimo porcentaje de la población trabajadora-ocupada.

Por su parte, los desocupados, representan un drama social de enormes frustraciones, penuria económica, malestar, conflictos, violencia, indigencia, etc., fenómenos que algunos analistas neoliberales atribuyen eufemísticamente a las imperfecciones del mercado

Pero los desempleados no se resignan a la fatalidad y de mil maneras buscan una oportunidad, una actividad que les reporte un ingreso así sea temporal y mínimo, motivados por la urgencia de sobrevivir, por la necesidad humana de sentirse útiles, de defender y preservar la dignidad y la autoestima. Es así como la informalidad laboral se ha disparado y se extiende por doquier, mejorando de paso las estadísticas sobre empleo y desempleo y disfrazando la dura realidad. Cierto es que los trabajadores informales están ocupados pero las condiciones en las que muchos se desempeñan reflejan una incesante violación de casi todos los derechos humanos. Los informales no reciben primas, ni vacaciones, ni bonificaciones de ningún tipo y sus ingresos son inestables.

La informalidad laboral en Colombia es del 61% y castiga mayormente a las mujeres, a los jóvenes y a los solteros. Es decir, de cada 10 trabajadores, seis son informales. Hasta hace un tiempo la informalidad afectaba más a los trabajadores de bajo o escaso nivel educativo; hoy compromete hasta a profesionales universitarios. En las ciudades intermedias se acentúa el problema. En Valledupar se acerca al 80% y en Riohacha 82%. Esta pandemia afecta la salud mental, genera depresión, ansiedad, agresividad, intolerancia e incrementa los suicidios. Un tema para reflexionar cuando se piensa en la inseguridad de Valledupar.

Columnista
3 noviembre, 2014

La informalidad laboral: Una epidemia social

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Imelda Daza Cotes

En esta era neoliberal es notorio el deterioro de las condiciones laborales de una altísima proporción de la población económicamente activa; los trabajadores, calificados o no, son vistos más como mercancías que como seres humanos; son un factor productivo, así lo definen muchos textos de economía. Entonces su utilización/empleo está sujeto a las reglas del […]


En esta era neoliberal es notorio el deterioro de las condiciones laborales de una altísima proporción de la población económicamente activa; los trabajadores, calificados o no, son vistos más como mercancías que como seres humanos; son un factor productivo, así lo definen muchos textos de economía. Entonces su utilización/empleo está sujeto a las reglas del mercadeo; la oferta y la demanda definen fríamente a cuántos/cómo contratar y a qué precio. El humanismo no cuenta dentro de esta lógica

Las regulaciones del mercado laboral de la era keynesiana, asociadas a la conveniencia de garantizar trabajos decentes, esto es, trabajos productivos, justamente remunerados, estables, con libertad para sindicalizarse, con seguridad y protección social e igualdad de oportunidades para mujeres y hombres, son cosa del pasado. Hoy, en nombre del liberalismo extremo, se imponen la flexibilidad, las desregulaciones, la inestabilidad, la inseguridad, la precariedad y la informalidad laboral, todo lo cual ha llevado a la desprotección y ha acentuado la pobreza de un altísimo porcentaje de la población trabajadora-ocupada.

Por su parte, los desocupados, representan un drama social de enormes frustraciones, penuria económica, malestar, conflictos, violencia, indigencia, etc., fenómenos que algunos analistas neoliberales atribuyen eufemísticamente a las imperfecciones del mercado

Pero los desempleados no se resignan a la fatalidad y de mil maneras buscan una oportunidad, una actividad que les reporte un ingreso así sea temporal y mínimo, motivados por la urgencia de sobrevivir, por la necesidad humana de sentirse útiles, de defender y preservar la dignidad y la autoestima. Es así como la informalidad laboral se ha disparado y se extiende por doquier, mejorando de paso las estadísticas sobre empleo y desempleo y disfrazando la dura realidad. Cierto es que los trabajadores informales están ocupados pero las condiciones en las que muchos se desempeñan reflejan una incesante violación de casi todos los derechos humanos. Los informales no reciben primas, ni vacaciones, ni bonificaciones de ningún tipo y sus ingresos son inestables.

La informalidad laboral en Colombia es del 61% y castiga mayormente a las mujeres, a los jóvenes y a los solteros. Es decir, de cada 10 trabajadores, seis son informales. Hasta hace un tiempo la informalidad afectaba más a los trabajadores de bajo o escaso nivel educativo; hoy compromete hasta a profesionales universitarios. En las ciudades intermedias se acentúa el problema. En Valledupar se acerca al 80% y en Riohacha 82%. Esta pandemia afecta la salud mental, genera depresión, ansiedad, agresividad, intolerancia e incrementa los suicidios. Un tema para reflexionar cuando se piensa en la inseguridad de Valledupar.