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Columnista - 24 octubre, 2022

La honestidad y el civismo  

La cultura de la honestidad y el civismo debe ser una política pública que fomente la pedagogía asertiva: por el respeto a la vida y a las normas de convivencia, por la defensa de la conservación del medio ambiente y los bienes de patrimonio público o privado, y por el derecho que tiene toda persona de potenciar el desarrollo de las aptitudes académicas, artísticas y deportivas.  

La cultura de la honestidad y el civismo debe ser una política pública que fomente la pedagogía asertiva: por el respeto a la vida y a las normas de convivencia, por la defensa de la conservación del medio ambiente y los bienes de patrimonio público o privado, y por el derecho que tiene toda persona de potenciar el desarrollo de las aptitudes académicas, artísticas y deportivas.  

La honestidad social comienza con el respeto a las leyes. Si un gobernante o un jefe de una sección determinada respeta las leyes y ejerce con responsabilidad sus funciones, si lidera con transparencia los procesos que le corresponden, es honesto en la planificación y la ejecución del presupuesto; no hay duda, ese ciudadano es un paradigma a seguir, un ejemplo que contagia y promueve la cultura de la honestidad y el civismo.

El respeto a las leyes es un imperativo universal en toda sociedad civilizada. Cuando alguien trasgrede las leyes, las autoridades competentes están en la obligación de aplicar los correctivos, en el marco de los procedimientos legales establecidos. Desafortunadamente, todavía en Colombia muchas personas tienen la costumbre de irrespetar las leyes; y para colmo, hay personajes revestidos de autoridad que tampoco cumplen con su función de hacer respetar las leyes.

La carencia de compromiso social de los ciudadanos, y la irresponsabilidad de autoridades que no cumplen con sus funciones, generan una incultura ciudadana que deteriora el progreso cívico de la comunidad. Es frecuente observar en Valledupar, cuando alguien hace reformas a su casa o rompe el pavimento para hacer reparaciones en las redes de acueducto o alcantarillado, dejan los escombros en los andenes y después de varios días reparan lo que rompieron, no siempre con la misma calidad de materiales. Entre tanto, la autoridad que le compete la vigilancia y control, hace poco o nada para que esto no se repita.

El caos vehicular es un reflejo de la violación a las normas de tránsito. Para la mayoría de los mototaxistas no existen semáforos ni contravías, ni andenes ni cebras ni límites de velocidad. Otro factor que obstaculiza la movilidad es el parqueo de carros y motos en zonas prohibidas. Mientras tanto, crece el clamor de conductores que reclaman la reparación de las calles que están llenas de huecos, lo mismo que el mantenimiento permanente de los semáforos y la presencia de reguladores de tránsito, especialmente en las horas pico, a fin de prevenir los desesperantes trancones.  

Otro ejemplo de ausencia de compromiso y civismo es el sentido de pertenencia de que adolece buena parte de la comunidad, es el caso de los parques y los gimnasios biosaludables que se deterioran, algunos ya invadidos por la hierba. La comunidad que disfruta de estos escenarios podría, a través de la Junta de Acción Comunal, crear comités de conservación y cuidado; pero no, ya se acostumbraron a esperar que la Alcaldía ordene las actividades de limpieza y mantenimiento.   

José Atuesta Mindiola

Columnista
24 octubre, 2022

La honestidad y el civismo  

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

La cultura de la honestidad y el civismo debe ser una política pública que fomente la pedagogía asertiva: por el respeto a la vida y a las normas de convivencia, por la defensa de la conservación del medio ambiente y los bienes de patrimonio público o privado, y por el derecho que tiene toda persona de potenciar el desarrollo de las aptitudes académicas, artísticas y deportivas.  


La cultura de la honestidad y el civismo debe ser una política pública que fomente la pedagogía asertiva: por el respeto a la vida y a las normas de convivencia, por la defensa de la conservación del medio ambiente y los bienes de patrimonio público o privado, y por el derecho que tiene toda persona de potenciar el desarrollo de las aptitudes académicas, artísticas y deportivas.  

La honestidad social comienza con el respeto a las leyes. Si un gobernante o un jefe de una sección determinada respeta las leyes y ejerce con responsabilidad sus funciones, si lidera con transparencia los procesos que le corresponden, es honesto en la planificación y la ejecución del presupuesto; no hay duda, ese ciudadano es un paradigma a seguir, un ejemplo que contagia y promueve la cultura de la honestidad y el civismo.

El respeto a las leyes es un imperativo universal en toda sociedad civilizada. Cuando alguien trasgrede las leyes, las autoridades competentes están en la obligación de aplicar los correctivos, en el marco de los procedimientos legales establecidos. Desafortunadamente, todavía en Colombia muchas personas tienen la costumbre de irrespetar las leyes; y para colmo, hay personajes revestidos de autoridad que tampoco cumplen con su función de hacer respetar las leyes.

La carencia de compromiso social de los ciudadanos, y la irresponsabilidad de autoridades que no cumplen con sus funciones, generan una incultura ciudadana que deteriora el progreso cívico de la comunidad. Es frecuente observar en Valledupar, cuando alguien hace reformas a su casa o rompe el pavimento para hacer reparaciones en las redes de acueducto o alcantarillado, dejan los escombros en los andenes y después de varios días reparan lo que rompieron, no siempre con la misma calidad de materiales. Entre tanto, la autoridad que le compete la vigilancia y control, hace poco o nada para que esto no se repita.

El caos vehicular es un reflejo de la violación a las normas de tránsito. Para la mayoría de los mototaxistas no existen semáforos ni contravías, ni andenes ni cebras ni límites de velocidad. Otro factor que obstaculiza la movilidad es el parqueo de carros y motos en zonas prohibidas. Mientras tanto, crece el clamor de conductores que reclaman la reparación de las calles que están llenas de huecos, lo mismo que el mantenimiento permanente de los semáforos y la presencia de reguladores de tránsito, especialmente en las horas pico, a fin de prevenir los desesperantes trancones.  

Otro ejemplo de ausencia de compromiso y civismo es el sentido de pertenencia de que adolece buena parte de la comunidad, es el caso de los parques y los gimnasios biosaludables que se deterioran, algunos ya invadidos por la hierba. La comunidad que disfruta de estos escenarios podría, a través de la Junta de Acción Comunal, crear comités de conservación y cuidado; pero no, ya se acostumbraron a esperar que la Alcaldía ordene las actividades de limpieza y mantenimiento.   

José Atuesta Mindiola