En el preludio de la inauguración, se despertó una euforia colectiva que invisibilizó otras penas de los vallenatos, cuando se supo que vendría el presidente Iván Duque y su sanedrín; y estaría por su puesto el alcalde, Augusto Ramírez Uhía y su séquito, pero también el cantor Carlos Vives, padrino del parque, en fidelidad con la tradición oral que se impone en Valledupar.
Valledupar asiste por estos días a la convergencia de las capas y estratos sociales en el espacio público como punto de encuentro de las gentes de diferentes barrios, edades, género, ideologías, etnia, raza y creencias; un encuentro en donde las clases se funden sin las diferencias marcadas por los sistemas organizativos de la ciudad y la sociedad que caracteriza a los ricos y pobres.
En el preludio de la inauguración, se despertó una euforia colectiva que invisibilizó otras penas de los vallenatos, cuando se supo que vendría el presidente Iván Duque y su sanedrín; y estaría por su puesto el alcalde, Augusto Ramírez Uhía y su séquito, pero también el cantor Carlos Vives, padrino del parque, en fidelidad con la tradición oral que se impone en Valledupar.
Yilena Cotes residente en el barrio Los Caciques intentó conseguir boletas porque, desde niña, ella adora a Carlos Vives y quería ir a ver a su amor platónico, en realidad no necesitaba una, en todo caso, ella armó una comitiva e hicieron ‘vaca’ o colecta para la gasolina de tres motos y se fue con su amiga ‘Maru’, Oscarito, Cheo Cotes, Jean Paul y Yevelis. “Sin plata pero fuimos” dijo en su ‘cantaito’ vallenato la profesora Yilena: “Hay que ‘volvé’ así sea con lo del helado”, sobra decir que se pegaron un ‘chapuzón’ en la fuente inspiradora que no falta el que le atribuya poderes sanadores.
El domingo 13 de octubre fue evidente la importancia del espacio público como punto de encuentro de la ciudadanía de la que da cuenta el académico Juan Carlos Pérgolis en sus crónicas y trabajos, inspirado en las ciudades de las que habla Italo Calvino. Rostros variados compartiendo un mismo espacio sin diferencias.
Un taxista refería, “primo: yo soy mal pobre. Usted puede creer que toda esa gente se venga de esas invasiones a ‘pata’ y ‘con las tripas pega al espinazo’, vienen cinco, seis y hasta siete personas de una misma familia y entre todos juntan pa’ una gaseosa y ‘se maman un palo de hambre’. Ahí van ‘toito’ en ‘fila india’, como 300, y pretenden ‘vení mojao a pagá’ $5.000, -sean serios, cojan juicio-”.
José Jorge Alandete, su esposa y tres hijos, peregrinaron desde el barrio Lorenzo Morales hasta el monumento a Santo Eccehomo, al norte de la ciudad, la idea era ahorrar y poder compartir con su familia en el parque. Los Alandete dicen que: “Este parque le hacía falta a Valledupar”, pero que se necesitan más ofertas culturales en los barrios. “Hay un parque y ni siquiera lo han abierto”, pero claro este (La Provincia) es más bonito, refiere la esposa de Jose Jorge.
Ailín, María y Diana Ortiz ahorraron para venir desde Hato Nuevo, La Guajira. Ellas trabajan en oficios varios y de manera independiente. Las hermanas Ortiz vinieron con tres personas más, dicen que compraron bebidas y ‘chucherías’ para pasar el día en el parque de La Provincia, en horas de la tarde regresan a su tierra. Las Ortiz dicen que volverán porque en donde viven no hay un lugar tan bonito.
En uno de los juegos instalados encontramos a Ricardo, un joven que se trasladó con siete integrantes de su familia desde el barrio Villa del Rosario, pagaron $7.000, dice que consumieron un helado de $1.000 cada uno, mientras los adultos de su familia disfrutan de un baño en las aguas del balneario Hurtado, él jugaba con otros niños y jóvenes de diferentes barrios de la ciudad y hasta menores de otras nacionalidades.
María Palomino llevó a su hermana Dinaluz quien vino desde Saloa, corregimiento de Chimichagua, a conocer el lugar. Las Palomino ya iban de salida e intentaban negociar una carrera en $7.000, los taxistas pedían $8.000, y además se fijaban que no estuvieran mojadas, finalmente un ‘buen samaritano’ accedió a llevarlas hasta Don Carmelo.
Mientras terminábamos el recorrido vimos pasar una motocicleta con dos adultos y dos niños, al momento pasó otra con las mismas características. Y de repente llegó otro taxí con seis personas, cada uno puso $1.000 para reunir el costo de la carrera.
Por Hamilton Fuentes
En el preludio de la inauguración, se despertó una euforia colectiva que invisibilizó otras penas de los vallenatos, cuando se supo que vendría el presidente Iván Duque y su sanedrín; y estaría por su puesto el alcalde, Augusto Ramírez Uhía y su séquito, pero también el cantor Carlos Vives, padrino del parque, en fidelidad con la tradición oral que se impone en Valledupar.
Valledupar asiste por estos días a la convergencia de las capas y estratos sociales en el espacio público como punto de encuentro de las gentes de diferentes barrios, edades, género, ideologías, etnia, raza y creencias; un encuentro en donde las clases se funden sin las diferencias marcadas por los sistemas organizativos de la ciudad y la sociedad que caracteriza a los ricos y pobres.
En el preludio de la inauguración, se despertó una euforia colectiva que invisibilizó otras penas de los vallenatos, cuando se supo que vendría el presidente Iván Duque y su sanedrín; y estaría por su puesto el alcalde, Augusto Ramírez Uhía y su séquito, pero también el cantor Carlos Vives, padrino del parque, en fidelidad con la tradición oral que se impone en Valledupar.
Yilena Cotes residente en el barrio Los Caciques intentó conseguir boletas porque, desde niña, ella adora a Carlos Vives y quería ir a ver a su amor platónico, en realidad no necesitaba una, en todo caso, ella armó una comitiva e hicieron ‘vaca’ o colecta para la gasolina de tres motos y se fue con su amiga ‘Maru’, Oscarito, Cheo Cotes, Jean Paul y Yevelis. “Sin plata pero fuimos” dijo en su ‘cantaito’ vallenato la profesora Yilena: “Hay que ‘volvé’ así sea con lo del helado”, sobra decir que se pegaron un ‘chapuzón’ en la fuente inspiradora que no falta el que le atribuya poderes sanadores.
El domingo 13 de octubre fue evidente la importancia del espacio público como punto de encuentro de la ciudadanía de la que da cuenta el académico Juan Carlos Pérgolis en sus crónicas y trabajos, inspirado en las ciudades de las que habla Italo Calvino. Rostros variados compartiendo un mismo espacio sin diferencias.
Un taxista refería, “primo: yo soy mal pobre. Usted puede creer que toda esa gente se venga de esas invasiones a ‘pata’ y ‘con las tripas pega al espinazo’, vienen cinco, seis y hasta siete personas de una misma familia y entre todos juntan pa’ una gaseosa y ‘se maman un palo de hambre’. Ahí van ‘toito’ en ‘fila india’, como 300, y pretenden ‘vení mojao a pagá’ $5.000, -sean serios, cojan juicio-”.
José Jorge Alandete, su esposa y tres hijos, peregrinaron desde el barrio Lorenzo Morales hasta el monumento a Santo Eccehomo, al norte de la ciudad, la idea era ahorrar y poder compartir con su familia en el parque. Los Alandete dicen que: “Este parque le hacía falta a Valledupar”, pero que se necesitan más ofertas culturales en los barrios. “Hay un parque y ni siquiera lo han abierto”, pero claro este (La Provincia) es más bonito, refiere la esposa de Jose Jorge.
Ailín, María y Diana Ortiz ahorraron para venir desde Hato Nuevo, La Guajira. Ellas trabajan en oficios varios y de manera independiente. Las hermanas Ortiz vinieron con tres personas más, dicen que compraron bebidas y ‘chucherías’ para pasar el día en el parque de La Provincia, en horas de la tarde regresan a su tierra. Las Ortiz dicen que volverán porque en donde viven no hay un lugar tan bonito.
En uno de los juegos instalados encontramos a Ricardo, un joven que se trasladó con siete integrantes de su familia desde el barrio Villa del Rosario, pagaron $7.000, dice que consumieron un helado de $1.000 cada uno, mientras los adultos de su familia disfrutan de un baño en las aguas del balneario Hurtado, él jugaba con otros niños y jóvenes de diferentes barrios de la ciudad y hasta menores de otras nacionalidades.
María Palomino llevó a su hermana Dinaluz quien vino desde Saloa, corregimiento de Chimichagua, a conocer el lugar. Las Palomino ya iban de salida e intentaban negociar una carrera en $7.000, los taxistas pedían $8.000, y además se fijaban que no estuvieran mojadas, finalmente un ‘buen samaritano’ accedió a llevarlas hasta Don Carmelo.
Mientras terminábamos el recorrido vimos pasar una motocicleta con dos adultos y dos niños, al momento pasó otra con las mismas características. Y de repente llegó otro taxí con seis personas, cada uno puso $1.000 para reunir el costo de la carrera.
Por Hamilton Fuentes