La guerra es, para algunos, un negocio y con ella unos se vuelven millonarios. La guerra es, en Colombia y desde siempre, una cuestión de poder y de plata. Y mantener la guerra es el negocio socio. La guerra le conviene a, por ejemplo, el narcotráfico porque aumenta el riesgo y con ello la rentabilidad; […]
La guerra es, para algunos, un negocio y con ella unos se vuelven millonarios. La guerra es, en Colombia y desde siempre, una cuestión de poder y de plata. Y mantener la guerra es el negocio socio. La guerra le conviene a, por ejemplo, el narcotráfico porque aumenta el riesgo y con ello la rentabilidad; o al crimen organizado que circunda -para proteger y acometer- todo negocio ilícito; a la guerrilla y a los terroristas porque en la guerra conservan pedazos de poder y de territorio; a la política pública y algunos políticos y gobernantes porque de ella sacan provecho. La guerra es, también, su nicho.
La guerra se mantendrá por los montones de dinero, de poder y de política que se mueven detrás. La guerra es un negocio para, por ejemplo, el ELN, la disidencia de las FARC, los vendedores de armas y precursores químicos, los corruptos, el clan del Golfo, los Pelusos, los Rastrojos y cuanta ralea hay. De la guerra también se lucran los contratistas, los proveedores de equipos, armas y software de inteligencia. Ellos son los ganadores de la guerra, el resto -usted y yo- lo que hacemos es perder a través del dolor o los impuestos.
Lo dramático es que en Colombia la violencia se convirtió en un modo de vida. Se le padece. Eso sí, mutaron las motivaciones de la guerra pero la guerra sigue gozando de buena salud. Desde las batallas libradas por Bolívar a las permanentes guerras civiles que sufrió el país en el siglo XIX y que terminó con la guerra de los mil días para adentrarse luego en La Violencia cuando conservadores mataban liberales y viceversa, hasta llegar a la construcción ideológica del enemigo interno y la doctrina de la seguridad nacional y el plomo al ELN, FARC, EPL y demás lacras, para llegar a las aguas procelosas del narcotráfico cuando la bala la financiaba Pablo Escobar, los hermanos Ochoa y otros, para aterrizar luego en el escenario macabro de los paramilitares con Carlos Castaño, Salvatore Mancuso y Jorge 40, y ahora seguimos con los Urabeños y demás layas de ese mundo de la guerra.
Y detrás de ese aparato de la guerra está por supuesto una política, un negocio, el poder y los contratistas. Y claro, una solución para resolverla mal planteada.
Lo grave es que exceptuando el gobierno de Uribe, la ecuación de la guerra no cambió. Con el de Santos también hubo resultados que modificaron la correlación de fuerzas. Disminuyeron la tasa de homicidios, secuestros y extorsiones. De resto, hoy día, la situación ha cambiado poco: el exterminio de líderes sociales sigue, el narcotráfico también, la corrupción se extendió y la delincuencia está a la vuelta de la esquina. La guerra al narcotráfico y a los grupos armados ilegales es un hecho en Colombia, necesaria por demás, pero es una guerra diseñada para no acabarla porque la guerra sigue siendo el negocio socio.
La guerra es, para algunos, un negocio y con ella unos se vuelven millonarios. La guerra es, en Colombia y desde siempre, una cuestión de poder y de plata. Y mantener la guerra es el negocio socio. La guerra le conviene a, por ejemplo, el narcotráfico porque aumenta el riesgo y con ello la rentabilidad; […]
La guerra es, para algunos, un negocio y con ella unos se vuelven millonarios. La guerra es, en Colombia y desde siempre, una cuestión de poder y de plata. Y mantener la guerra es el negocio socio. La guerra le conviene a, por ejemplo, el narcotráfico porque aumenta el riesgo y con ello la rentabilidad; o al crimen organizado que circunda -para proteger y acometer- todo negocio ilícito; a la guerrilla y a los terroristas porque en la guerra conservan pedazos de poder y de territorio; a la política pública y algunos políticos y gobernantes porque de ella sacan provecho. La guerra es, también, su nicho.
La guerra se mantendrá por los montones de dinero, de poder y de política que se mueven detrás. La guerra es un negocio para, por ejemplo, el ELN, la disidencia de las FARC, los vendedores de armas y precursores químicos, los corruptos, el clan del Golfo, los Pelusos, los Rastrojos y cuanta ralea hay. De la guerra también se lucran los contratistas, los proveedores de equipos, armas y software de inteligencia. Ellos son los ganadores de la guerra, el resto -usted y yo- lo que hacemos es perder a través del dolor o los impuestos.
Lo dramático es que en Colombia la violencia se convirtió en un modo de vida. Se le padece. Eso sí, mutaron las motivaciones de la guerra pero la guerra sigue gozando de buena salud. Desde las batallas libradas por Bolívar a las permanentes guerras civiles que sufrió el país en el siglo XIX y que terminó con la guerra de los mil días para adentrarse luego en La Violencia cuando conservadores mataban liberales y viceversa, hasta llegar a la construcción ideológica del enemigo interno y la doctrina de la seguridad nacional y el plomo al ELN, FARC, EPL y demás lacras, para llegar a las aguas procelosas del narcotráfico cuando la bala la financiaba Pablo Escobar, los hermanos Ochoa y otros, para aterrizar luego en el escenario macabro de los paramilitares con Carlos Castaño, Salvatore Mancuso y Jorge 40, y ahora seguimos con los Urabeños y demás layas de ese mundo de la guerra.
Y detrás de ese aparato de la guerra está por supuesto una política, un negocio, el poder y los contratistas. Y claro, una solución para resolverla mal planteada.
Lo grave es que exceptuando el gobierno de Uribe, la ecuación de la guerra no cambió. Con el de Santos también hubo resultados que modificaron la correlación de fuerzas. Disminuyeron la tasa de homicidios, secuestros y extorsiones. De resto, hoy día, la situación ha cambiado poco: el exterminio de líderes sociales sigue, el narcotráfico también, la corrupción se extendió y la delincuencia está a la vuelta de la esquina. La guerra al narcotráfico y a los grupos armados ilegales es un hecho en Colombia, necesaria por demás, pero es una guerra diseñada para no acabarla porque la guerra sigue siendo el negocio socio.